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Francia y Alemania: pareja mal avenida, motor averiado

El presidente francés y el canciller Scholz almuerzan este miércoles en París para reactivar la relación entre divergencias de fondo sobre la energía y la defensa

Olaf Scholz y Emmanuel Macron
El canciller alemán, Olaf Scholz, saluda al presidente francés, Emmanuel Macron, en la cumbre europea del 21 de octubre en Bruselas.Valeria Mongelli (Bloomberg)
Marc Bassets

Hay frustración en París con el canciller alemán, Olaf Scholz, y sus políticas europeas, y preocupación con el futuro de la amistad franco-alemana, motor de la construcción europea y ahora averiado en plena guerra en Ucrania y crisis energética. Muy raras son las voces del Gobierno o del palacio del Elíseo que lo admiten ante una grabadora. Existe una norma no escrita en Francia que dice: “Nunca hay que hablar mal en público de Alemania”. Pero la decisión, la semana pasada, de aplazar un Consejo de Ministros conjunto programado desde hacía tiempo ha sido un puñetazo en la mesa, una manera de decir: las cosas no pueden seguir igual.

El presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller Scholz intentarán este miércoles reiniciar el motor de la relación durante una almuerzo en el palacio del Elíseo. No será nada comparable a la reunión ministerial prevista inicialmente para el mismo día en Fontainebleau, cerca de París, un ritual anual desde principios de siglo en el que, habitualmente, ambos países exhibían su músculo europeo y ponían en marcha iniciativas conjuntas. El almuerzo en petit comité deberá servir para demostrar que no, el motor no está averiado, que Francia y Alemania todavía están en el núcleo del proyecto común, y que sus líderes sintonizan, en lo personal y lo político.

Las cosas no son tan sencillas, según varias conversaciones con personas implicadas en la sala de máquinas del motor franco-alemán y que estos días han hablado bajo la condición de no ser citadas y de mantener el anonimato. El desequilibrio en la relación se evidencia en la palabra para referirse a ella. En Francia, se habla de “pareja franco-alemana”, pareja en el sentido casi sentimental. En Alemania, de “motor” (nadie habla de “eje”, palabra con una carga histórica negativa). Los franceses tienen una visión romántica, algo teñida de complejos respecto al vecino más grande, más rico, más central en la nueva Europa. La visión alemana es práctica, casi mecánica y sin tanto sentimentalismo.

“La pareja franco-alemana se basa en gran parte en un mito”, sentenciaba el lunes, en Le Figaro, el economista francés Nicolas Baverez. “Un mito asimétrico”, añadía, “cultivado por París para tratar de compensar que Francia ha quedado descolgada, del mismo modo que el Reino Unido intenta enmascarar su declive con la gran ilusión de la relación especial con Estados Unidos”. Este es el tono. Mientras que, escuchando algunos discursos y conversaciones en París, o en las portadas de la prensa, puede llegar a parecer que las diferencias actuales representen una amenaza para la pareja o motor, e incluso para Europa, en la otra orilla del Rin nadie se atolondra porque una cumbre se haya aplazado, y el comentario es otro: “No es el fin del mundo”.

Nadie, sin embargo, esconde los desacuerdos. Primero, en materia económica. El plan alemán de 200.000 millones de euros para empresas y particulares contra la inflación ha sido un primer motivo de fricción este otoño. El Elíseo se enteró por la prensa. Y vio en el plan, como otros socios europeos, una amenaza de distorsión del mercado interior al recibir la industria alemana una inyección que otros países no podrían permitirse. En realidad, París ha hecho políticas similares. Lo admitió la secretaria de Estado para Europa, Laurence Boone, en una entrevista con El PAÍS: “Francia también actuó para ayudar a los hogares y las empresas. Durante la crisis de la covid, logramos ponernos de acuerdo entre europeos y coordinar eficazmente nuestras acciones. Es exactamente lo que está ocurriendo”.

El segundo desacuerdo afecta a la política de defensa. Francia está apegada a la tradición del general Charles de Gaulle: Francia, o ahora la UE, como potencia autónoma y “de equilibrio” entre las superpotencias. Alemania, que resucitó tras el nazismo y se reunificó 40 años después bajo el paraguas estadounidense, no está dispuesta a renunciar al vínculo transatlántico. En París causa irritación que Alemania compre F-35 estadounidenses en vez de franceses; en Berlín suscita recelos el peso del fabricante privado francés Dassault en el proyecto de avión de combate europeo FCAS. La gota que, para Francia, ha colmado el vaso: el escudo antimisiles europeo que Scholz propuso en su discurso de Praga a finales de agosto sobre Europa, y al que 14 países de la OTAN se han adherido. Entre ellos no están ni Francia ni España. “Amenaza con relanzar la carrera armamentística”, dice un colaborador de Macron citado por medios franceses.

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Tercer desacuerdo franco-alemán: la política energética. Por los límites al precio del gas, que Francia defendía y Alemania frenaba, aunque el Consejo Europeo de la semana pasada allana el camino para una solución. Y también por el MidCat, el gasoducto que debía llevar gas desde la península Ibérica hasta Alemania y que Macron logró enterrar la semana pasada a cambio de un proyecto futuro para construir el llamado BarMar, un tubo de hidrógeno bajo el Mediterráneo. Molestó en París que Scholz buscase una alianza energética con Madrid y Lisboa a favor del MidCat. Cuando el jueves pasado el presidente español, Pedro Sánchez, el primer ministro portugués, António Costa, y Macron anunciaron en Bruselas el acuerdo, el canciller alemán no estaba ahí. Lo había anticipado con un énfasis particular una fuente del Elíseo en vísperas de la reunión: “Será una conversación de tres, no con los alemanes”.

“Pienso que no es bueno ni para Alemania ni para Europa que [Berlín] se aísle”, dijo Macron en Bruselas. Aludía a las negociaciones sobre el precio del gas, pero el aviso podía servir para el resto de divergencias. A las que se añade la escasa química personal. Macron se escribía o hablaba casi cada día con la canciller Angela Merkel; la relación con Scholz, en el poder desde diciembre de 2021, es más distante, profesional. Los equipos del Elíseo y la Cancillería no están rodados. Lo ha reconocido al afirmar que necesitaban más tiempo para preparar la reunión de ambos gobiernos en Fontainebleau. Probablemente, se celebre en enero de 2023, cuando se conmemoren los 60 años de la firma del Tratado del Elíseo por el presidente De Gaulle y el canciller Konrad Adenauer. Terapia matrimonial o reparación del motor en el taller: este miércoles, en París, los sucesores de De Gaulle y Adenauer intentarán relanzar la alianza fundamental en la construcción de Europa.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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