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Exhumación en el infierno de Izium

El desenterramiento de decenas de cadáveres en la localidad ucrania liberada en el frente este pone al descubierto ejecuciones masivas, maltratos y torturas de los invasores rusos

Luis de Vega

Los muertos no dan miedo. Dan miedo los vivos, sin duda. Las autoridades calculan que en el pinar de Izium, en el este de Ucrania, hay enterradas más de 400 personas, muertas durante los seis meses de ocupación rusa en esta ciudad. Algunos, añaden, presentan disparos o fueron torturados. Otros, murieron en los bombardeos o por enfermedad en una localidad donde las condiciones de vida han sido extremas para la población. La humedad pierde la batalla frente al hedor en esta tierra, mojada por la lluvia de estos días. Los operarios de mono blanco empiezan a hundir sus palas junto a cada una de las cruces de madera. A unos 80 centímetros alcanzan su objetivo. En ese punto, la tarea se ralentiza hasta que logran extraer el cuerpo. Algunos no aguantan las náuseas. No se escucha una voz más alta que otra pese a que más de medio centenar de personas trabajan a la vez en varias tumbas. La parcela, taladrada con múltiples agujeros, está delimitada con cinta de plástico atada a los troncos. Son solo los primeros pasos que dan las autoridades de Kiev para tratar de averiguar hasta dónde ha llegado la presencia rusa.

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Natalya, cabello negro azabache, mono como la nieve, se acerca a los cadáveres según son sacados del agujero. Algunos llevan meses enterrados por el estado en el que se encuentran. La mujer, que no quiere hacer declaraciones ni dar su apellido, realiza su trabajo sin mascarilla. Parece inmune a la pestilencia y al horror que tiene ante sí. Sus guantes de goma azul quitan primero la tierra del rostro y del resto del cuerpo. Agachada, mueve a continuación las articulaciones, levanta la ropa, toca el vientre, examina la dentadura… Hunde a menudo sus ojos a pocos centímetros de los despojos para fijarse bien en los detalles. Algunas prendas, ya en mal estado, se rasgan con facilidad al abrirlas. Mientras, va haciendo comentarios sobre el cadáver de un hombre que miembros de la Fiscalía ucrania van anotando. “Calzoncillos de algodón de color azul; calcetines de algodón negro. El cuerpo está inmerso en un largo proceso de descomposición. Cabello gris de unos cinco centímetros de largo. Los ojos están podridos. Dentadura parcialmente extraída. El cuerpo está sin signos de torturas”.

Los investigadores también hurgan en los bolsillos por si llevaran algún documento u objeto personal que pudiera ayudar a saber quién es. En ese caso, lo introducen en una bolsa de plástico en la que anotan el mismo número que se da al fallecido. De la mayoría de los desenterrados este sábado hasta la una de la tarde, aproximadamente una decena, no se conoce el nombre. El sudario de plástico blanco en el que son introducidos tras examinarlos lleva casi siembre escrito en negro el número y si es mujer, como las 106, 107, 108 o 116, u hombre, como el 92. Todos lucen el “sin identificar”. Una excepción es la tumba 117. De ahí extraen a Alexei Zolotorov, con botas negras y pantalón del mismo color. Está identificado en una tablilla de madera en la que aparece que nació el 15 de marzo de 1990 y perdió la vida el 29 de marzo.

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Kiev ha abierto una investigación porque entiende que el Ejército invasor ha cometido crímenes de guerra durante los más de seis meses que ha mantenido Izium bajo su yugo. Miles de uniformados rusos escaparon tras la contraofensiva emprendida por las tropas ucranias el 6 de septiembre. Todavía en las últimas horas, al menos dos soldados rusos que se habían escondido sin poder emprender la huida han sido detenidos, según las imágenes grabadas por militares locales en un puente y a las que ha tenido acceso EL PAÍS. En los alrededores de Izium, los técnicos tratan de reparar el tendido eléctrico mientras los desminadores peinan cunetas y arcenes con detectores de metales. Al igual que ocurrió en abril en ciudades como Bucha, cerca de Kiev, la estampida rusa ha dejado detrás en Izium un reguero de muertes.

Algunos de los cuerpos exhumados ya en el bosque tenían las manos atadas, disparos, signos de tortura y hasta una soga al cuello, afirman fuentes de la Fiscalía para Crímenes de Guerra de Ucrania. En el camino que lleva al mar de cruces de madera, la mayoría sin identificar y algunas nada más que con un número pintado a rotulador encima, se halla horadado un hoyo más grande que los demás. Ahí yacían 17 soldados del Ejército local que fueron trasladados desde la morgue y enterrados todos juntos. Las mismas fuentes señalan que habían sido disparados y algunos, además, torturados, aunque se desconoce si perdieron la vida en el mismo día. “Tres de ellos han sido identificados por los documentos que llevaban”, confirma Roman Kasjanenko, uno de los responsables de la Fiscalía de la región. Entre los escasos enterramientos con nombre se encuentra el de la niña de cinco años Olesya Stolpakova, muerta el 9 de marzo junto a sus padres. Esa fecha coincide con el bombardeo por parte de la aviación rusa de un bloque de apartamentos del centro de Izium en el que murieron decenas de personas. El edificio aparece estos días roto en dos y rodeado de escombros en una ciudad casi desierta y que contaba con una población de unas 45.000 personas antes de la invasión. Hasta el pinar llega una pareja, Oxana y Volodímir, en busca de los cuerpos de dos familiares que perdieron también la vida en aquel ataque.

Un grupo de trabajadores se prepara antes de comenzar a desenterrar cuerpos el sábado en Izium.
Un grupo de trabajadores se prepara antes de comenzar a desenterrar cuerpos el sábado en Izium.Luis de Vega

El cuaderno con las anotaciones del responsable de controlar los entierros en Izium, que ya desempeñaba esa labor antes de la ocupación, ha sido clave para empezar a tirar del hilo, cuenta Yuri Kravchenko, médico forense jefe de la región de Járkov. “Hizo lo que tenía que hacer bajo la ocupación, enterrar a la gente”, justifica Kravchenko tras comentar, mientras observa de cerca las exhumaciones, que al empleado no le quedaba más remedio. El viernes, añade el forense, cuando empezaron a abrirse las tumbas, ya estuvo en este lugar y colaboró con la Policía.

El primero en llegar este sábado al bosque situado junto a un cementerio es Alexander. Lo hace en bicicleta poco antes de las diez de la mañana. Acude a ver la tumba de su madre cuando todavía no se habían acabado de subir la cremallera de sus monos blancos la treintena de desenterradores. Son miembros de los servicios de emergencias, que, armados de palas, excavan el terreno a las órdenes de los técnicos. Alina, de 69 años y madre de Alexander, murió el 18 de mayo, en plena ocupación rusa, debido a su deteriorada salud. La cruz de madera que marca su tumba es de las pocas que aparece identificada. Su hijo levanta la corona de flores de plástico para que se vea el nombre y las fechas de nacimiento y defunción. Pagó 2.200 grivnas (unos 55 euros) por un entierro, cuenta, supervisado por militares rusos al que él pudo asistir. “Tuve suerte porque conseguí que no me cobraran el féretro”, señala el hombre, de profesión gasolinero. Poco después, aparece por el lugar, también en bicicleta, Volodímir, que, sin querer dar más detalles, cuenta que trata de averiguar el paradero de los cuerpos de una tía y una prima.

“No creo que todos los rusos sean culpables de todo esto como Putin y su equipo”, dice Alexander refiriéndose al presidente ruso junto al túmulo de tierra donde reposa su madre. De hecho, la propia Alina nació en Bielorrusia, cuyo Gobierno es hoy fiel aliado del Kremlin. “Es normal que aquí casi todos tengamos familia y personas conocidas en Rusia y Bielorrusia”, añade. La región de Járkov, donde se halla Izium, linda con Rusia y muchos no han roto los lazos pese a que Ucrania se independizara en 1991 cuando la Unión Soviética se hizo añicos. Alexander vive carcomido por el dolor y sorprendido por la invasión de su país que ordenó Putin el 24 de febrero. Pese a que su madre no es una de las víctimas directas de la guerra, ha decidido no mover su cuerpo y dejarlo reposar para siempre en el pinar como recuerdo de los infaustos días que sus vecinos rusos les están haciendo pasar.

Varios trabajadores introducen uno de los cuerpos en una bolsa de plástico
Varios trabajadores introducen uno de los cuerpos en una bolsa de plásticoLuis de Vega

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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