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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Consecuencias económicas de una guerra

El conflicto añadirá más inflación a la inflación y producirá una disrupción en el transporte

Joaquín Estefanía
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, durante la Conferencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) celebrada en Marrakech (Marruecos) el 11 de octubre.Mohamed Siali (EFE)
Joaquín Estefanía

El mundo sigue creciendo económicamente, pero está “cojeando”. La definición corresponde al economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Pierre-Olivier Gourinchas. En este entorno mediocre, de repente, sin alarmas previas distintas de las de siempre, y con toda la virulencia, ha estallado lo de Gaza: se inicia otra guerra. Dos lugares del mundo tan diferentes como Rusia-Ucrania y Oriente Próximo, estratégicos en lo que se refiere a algunas materias primas sistémicas (por ejemplo, el petróleo), se añaden a la tensión geopolítica y cambian el mapa del futuro inmediato.

De la primera ya se ha dicho casi todo en los últimos 600 días; de Gaza, es muy difícil encapsular el conflicto, como algunos pretenderían una vez más. Hay que empezar a extraer las primeras consecuencias económicas de la guerra, por lo que se pueda venir encima al resto. Al tiempo que Hamás atacaba criminalmente a Israel y éste iniciaba una respuesta una vez más desproporcionada, en Marruecos se celebraba la asamblea del FMI.

Año 1985: en una pared de Montevideo se lee la siguiente pintada: “Muera el señor FMI”. En aquel tiempo era canciller uruguayo Enrique Iglesias, ex secretario general de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y futuro secretario general iberoamericano. El odio que anidó en la ciudadanía de muchos países en desarrollo contra la organización multilateral nacida en la posguerra por sus continuos programas de recortes era difícilmente extendible al primer mundo. El FMI se ocupa de la estabilidad financiera de las naciones y de las cuestiones macroeconómicas, mientras que el Banco Mundial se concentra en el desarrollo a largo plazo y en la reducción de la pobreza, tal como se estableció en Bretton Woods en el año 1944. Todo cambió con la Gran Recesión que comenzó en el año 2008, sobre todo en Europa. Las recetas austericidas que afectaron tanto a algunos países pusieron también al FMI en el punto de mira de su ciudadanía (véase por ejemplo la entrevista a Yanis Varoufakis publicada el pasado domingo en este periódico). Con ese motivo se volvió a comentar un documento elaborado en el interior de la organización, titulado Actuación del FMI en la fase previa de la crisis económica: la supervisión del FMI en 2004-2007. Los funcionarios que lo elaboraron escribieron que no se habían enterado de la que se venía encima por la unión de cuatro razones: deficiencias analíticas, obstáculos organizativos, problemas de gobierno interno y limitaciones políticas. La descripción correspondía al periodo en que era director gerente del Fondo el español Rodrigo Rato.

Se había extendido la opinión de que había una captura intelectual del FMI y, como consecuencia, el pensamiento generalizado de que una gran crisis financiera en las economías avanzadas era imposible. Se equivocaron de cabo a rabo. Quizá por ello, los pronósticos del FMI se ponen tantas veces en cuestión y brilla la falta de credibilidad. Y, sin embargo, ello no siempre es justo. Los documentos presentados en la asamblea de Marraquech, elaborados mucho antes de lo de Gaza, revelan que amplias partes del planeta están viviendo una estanflación (bajo crecimiento acompañado de inflación alta), que es un escenario parecido al que había ahora hace 50 años cuando se desarrolló la anterior guerra entre árabes e israelíes, la del Yom Kipur, y los primeros establecieron un bloqueo de su petróleo a Occidente. Puede haber similitudes entre aquella situación —que incluso transformó el modelo de política económica— y ésta: el conflicto bélico añade inflación a la inflación y se produce una disrupción en el transporte o la producción de petróleo primero en la región y después en el resto del mundo.

Pese a la resistencia de la economía mundial a los numerosos shocks desde el año 2020 —pandemia, confinamiento, dificultades en las cadenas de suministro, invasión de Ucrania, etcétera—, aquella ya se estaba debilitando y había consenso respecto a su aterrizaje suave. Los acontecimientos de Oriente Próximo —un verdadero proceso “descivilizatorio”, en concepto de Emmanuel Macron— pueden transformar el aterrizaje suave en aterrizaje brusco para el planeta.

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