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Trabajar cansa
Columna
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El último concierto del jefe

El día del fin del mundo la crónica que buscaría sería la de Enric González, para que al menos me hiciera ver dónde está la gracia

Bruce Springsteen cantando en el Barclays Center (Nueva York), el pasado 3 de abril.
Bruce Springsteen cantando en el Barclays Center (Nueva York), el pasado 3 de abril.MIKE COPPOLA (AFP/Getty Images)
Íñigo Domínguez

Temo no ser hoy de gran compañía, estoy muy deprimido por la marcha de Enric González, mi compañero de columna, al que ya no leerán más en estas páginas. Para mí es un desastre, es una opinión personal, no sé a quién voy a tratar de copiar a partir de ahora. He tenido pocos privilegios en este oficio, gracias a este diario, como el de compartir con él un tiempo el mismo espacio. Se está yendo todo a la mierda, cada vez hay más cafre suelto, más articulitos vacuos de gente pontificando, y encima pierdes las referencias. El día del fin del mundo la crónica que buscaría sería la suya, aunque solo fuera para que me hiciera ver dónde está la gracia. Cuando le leemos nos hace sentirnos más inteligentes de lo que somos, marcaba el nivel. Hoy deberían dar con el periódico una pastilla de biodramina para las caídas bruscas de altitud, siento la desagradable sorpresa para el lector de encontrarme en su lugar (en la edición de papel). No diré mucho más de uno de los mejores columnistas y periodistas de España, si no el mejor, a él no le gustaría.

Lo malo es que lo pagué con otro. Sucedió en un bar, por un asunto marginal. Ya saben la polémica que hay con los conciertos de Bruce Springsteen, que si las entradas son demasiado caras, que si ya no merece la pena. Pues bien, yo voy a verle a Barcelona este fin de semana y, al contarlo allí, uno de los presentes empezó a hacer comentarios en esa línea, diciendo que el rock no es lo que era, que está en crisis, que estas viejas glorias no son para tanto. Empezamos a discutir y al final le dije que no tenía ni idea de nada, y lo que es peor, que tampoco tenía corazón, que este hombre es el jefe, un mito, un maestro, representa el espíritu del rock, y que ha mantenido viva esa llama durante décadas, buscando siempre su camino sin hacer concesiones, manteniéndose fiel a sus ideas y a la autenticidad de su vocación, y nos enseñó lo que es a millones de chavales, y ha hecho miles de kilómetros, ha actuado en todo el mundo, y siempre ha sido el mejor, toca todos los palos, y todo lo hace bien, y transmite profundidad y alma en cada tema, y encima sin creérselo ni yendo de divo, con una complicidad humana única, con simpatía por los perdedores, y que todo eso no tiene precio. Sí, de acuerdo, perdí los papeles. No debí decirle luego algunas barbaridades sobre su familia. Seguramente tampoco debí romperle una botella en la cabeza, ni lanzarle una silla, ni pisarle las costillas en el suelo y hacerle repetir diez veces “soy un mentecato”, y obligarle a cantar Born in the USA, aunque el hombre era de Guadalajara. Son reacciones absurdas, imperdonables, que no llevan a ninguna parte y pido disculpas por este desahogo tan fuera de lugar, pero creo que miles de fans me comprenderán.

Este fin de semana estaré en Barcelona en el concierto de Bruce Springsteen, quizá el último que hará en España. Me tomaré un martini a su salud en el bar donde mejor los hacen, que también es una rareza de otra época, aún resiste en medio del declive de la Rambla. Es un bar que me descubrió Enric, y donde me invitó a mi primer martini, y me explicó cómo hay que tomárselo, eso y todas las demás cosas. Con clase y con criterio, y un punto ácrata. Sí, desde luego, no sé qué vas a hacer hoy con un tipo así, en la era de la ginebra sin alcohol y del reguetón. Y que además es del Espanyol y del Inter, solo fiel a las causas perdidas. Ciao bello.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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