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Trabajar cansa
Columna
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Teoría y práctica del harakiri: de Mishima a Tamames

Igual que mantener los principios, la elección de los finales tampoco es un asunto fácil, pero hay que respetar decisiones tan personales, sobre todo si son tan trágicas

El diputado del Partido Comunista de España (PCE) Ramón Tamames, interviene durante una sesión del Congreso en enero de 1978.
El diputado del Partido Comunista de España (PCE) Ramón Tamames, interviene durante una sesión del Congreso en enero de 1978.EFE (EFE)
Íñigo Domínguez

En una reunión del Partido Comunista de España (PCE) su dirigente Dolores Ibárruri, La Pasionaria, hizo su diagnóstico de la situación: “Celebramos esta conferencia plenaria en las postrimerías del régimen franquista (…). El franquismo, herido de muerte, se desmorona, y la España democrática se levanta de su postración”. Era 1947. No sé si la capacidad de análisis era lo más agudo de los viejos dirigentes del partido comunista. Y normal, porque de ejercitarla quizá habrían tenido que dejarlo. La coherencia no es a veces un asunto fácil.

En 1952, Jorge Semprún, miembro del PCE en el exilio, leía el periódico en París y se enteró de que algunos comunistas checoslovacos que habían sobrevivido a los campos de concentración nazis eran acusados por el partido de ser de la Gestapo. El haber sobrevivido los hacía sospechosos. Sintió un escalofrío al leer el nombre de uno de ellos, Josef Frank. Supo que todo era mentira y un montaje: había estado con él en el campo de Buchenwald, tras formar parte de la resistencia francesa, y sabía que eso era imposible. En sus memorias, muy descarnadas, Semprún admite: “No dijiste nada, sin embargo. De haber proclamado su inocencia habrías sido expulsado del partido”. Frank fue ahorcado. Semprún entró en la dirección del PCE a los pocos meses. Tardó doce años más en enfrentarse a él, en 1964, pero lo hizo, y fue expulsado.

En sus viajes clandestinos a España en los cincuenta, Semprún conoció compañeros locales, como Ramón Tamames y Fernando Sánchez Dragó, que pasaron varias veces por prisión. Este último ha relatado que Semprún lo sedujo porque era guapo, elegante y convincente, pero que él entró en el partido por ser antifranquista y correr aventuras. Semprún recuerda de Tamames que era un animal político, pero nada idealista, muy racional, posibilista, listo: “¿A dónde vas Ramón? Al poder”. Encarnaba, decía, “la tecnoburocracia sonriente pero autoritaria del nuevo Estado”. El PCE de la Transición, sin embargo, tampoco supo leer la realidad y en las urnas se quedó en partido menor. Eran años excitantes, todo cambiaba. Semprún sí era fiel a unas ideas, supongo que después de Buchenwald nada es un juego, pero pasó de la política y se hizo escritor. Las vueltas que da la vida, acabó de ministro de Cultura de Felipe González en 1988. Los demás hicieron otras cosas, y también vivieron bien, como todas las personas brillantes de la Transición, aunque no llegaron a ministros. Quizá nunca supieron leer la realidad, o preferían las aventuras. Luego pasó el tiempo, cosa también difícil de manejar.

El escritor japonés Yukio Mishima citaba una frase de Saint-Beuve, crítico francés del siglo XIX, que le impresionó: “Al ver a personas famosas que, entorpecidas por la edad, se equivocan, se pierden en digresiones y realizan acciones locas o viles, pienso que la juventud, aun en su imprudencia y en su impaciencia, es más honesta y sabia. Es sobre todo en la segunda parte de la vida cuando nos hacemos frívolos y perdemos la dirección correcta”. Mishima prefirió no llegar a viejo. En 1970, con 45 años, en un delirio ultranacionalista y samurái, fue a una academia militar a convencer a los soldados para hacerse con el poder y recuperar “el auténtico Japón”. Salió al balcón a leer un discurso, no muy largo, transmitido por televisión, pero chocó con su auditorio, que no comprendía el disparate. Entonces entró y se hizo el harakiri. Igual que mantener los principios, la elección de los finales tampoco es un asunto fácil, pero hay que respetar decisiones tan personales, sobre todo si son tan trágicas.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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