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Crímenes (y faltas) de los artistas: ¿podemos aplaudir a Plácido Domingo?

No siempre se puede separar la obra del artista. Depende de la obra y del artista. Y depende de cada uno de nosotros

Plácido Domingo y Ana Maria Martínez en la Ópera de Dubai el 31 de agosto de 2016.Foto: CEDRIC RIBEIRO (GETTY IMAGES) (GETTY IMAGES)
Jaime Rubio Hancock

Muchos genios han tenido la manía de no estar a la altura de su obra, por decirlo suavemente. Hace años que nos preguntamos si podemos separar la obra del autor, con incorporaciones periódicas a una lista de artistas problemáticos que incluye nombres como el antisemita Louis-Ferdinand Céline y el violador confeso Pablo Neruda.

Hace dos semanas, el programa Salvados, de La Sexta, dio voz a dos de las mujeres que han denunciado el acoso sexual que sufrieron por parte de Plácido Domingo. ¿Podemos seguir disfrutando de cómo canta el tenor (y barítono) o eso supone ignorar las más de veinte acusaciones? Y en 2023 se celebra el 50º aniversario de la muerte de Pablo Picasso. ¿Debemos abordar su misoginia o es mejor no mencionarla para disfrutar de su pintura sin remordimientos?

Ante estos debates, hay dos grandes posiciones: o bien defender que la obra artística es autónoma y se puede disfrutar sin tener en cuenta la biografía de sus autores o, al revés, considerar que su trabajo queda manchado por los crímenes (o faltas) del artista. Como suele ocurrir en estos casos, se trata de un debate sin una respuesta absoluta y definitiva.

1. No siempre se puede separar la obra del artista. Como escribe Gisèle Sapiro en ¿Se puede separar la obra del autor?, ambos están vinculados de manera inextricable, aunque no en un sentido único: la obra forma parte de la vida, pero también es verdad que las ideas de los autores pueden aparecer distorsionadas, estetizadas, eufemizadas... Y, por supuesto, también hay que recordar la distinción entre autor, narrador y personajes (por poner un ejemplo clásico, Nabokov no es Humbert Humbert).

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Esta escisión es compleja y, a menudo, imposible. En su libro On Artists, el historiador Ashleigh Wilson cita a George Orwell: “Deberíamos ser capaces de tener presente a la vez el hecho de que Dalí es un buen dibujante y un ser humano repugnante. Una cosa no invalida o, en cierto modo, afecta a la otra”. Pero ¿cómo de bueno ha de ser un artista para que odiemos a la persona sin dejar de admirar su arte? Wilson se pregunta qué pasaría si Shakespeare volviera a la Tierra mañana y supiéramos que es un violador de niñas: “No le diríamos que siguiera adelante por la posibilidad de que escribiera otro Rey Lear”.

Uno tiene una comprensión más profunda de Gauguin cuando sabe que las mujeres de muchas de sus pinturas eran sus “novias” adolescentes”
Mary Beth Willard, filósofa

No solo influyen la calidad de la obra y la gravedad del delito: no es lo mismo un intérprete, como el caso de Plácido Domingo, que un novelista o un ensayista. También depende de nuestras experiencias personales: no nos parecería nada raro que a una víctima de violencia machista no le apeteciera leer a Norman Mailer, que casi mata a su mujer con un cortaplumas. Cuenta la distancia temporal: nos suele inspirar más rechazo que el motivo de la polémica esté en los periódicos y no en los libros de historia, por lo que el hecho de que Caravaggio matara a un hombre en una pelea no nos preocupa mucho. E incluso excusamos más fácilmente a los artistas cuya obra nos apasiona que a los que nos dejan indiferentes.

2. No siempre queremos separar la obra del autor. No tenemos ninguna obligación de leer ciertos libros o películas, y nuestros gustos al final dependen de cuestiones más arbitrarias de lo que parece. Nos puede dejar de gustar un escritor o un cantante porque es machista, o porque es muy pesado en Twitter, o simplemente porque no le vemos la gracia. De hecho, podríamos pensar que es mejor renunciar a un artista por motivos éticos que simplemente porque “nos cae mal”.

Pero tampoco hacemos nada malo si seguimos disfrutando de su trabajo. Las consideraciones morales no tienen por qué estar siempre y automáticamente por encima de las consideraciones estéticas, como nos explica por correo electrónico la filósofa Mary Beth Willard, autora del libro Why It’s OK to Enjoy the Work of Immoral Artists (Por qué está bien disfrutar de la obra de artistas inmorales).

Eso sí, disfrutar de su obra no debería suponer olvidar, perdonar o defender todo lo que estos artistas han hecho. Al contrario, Willard sostiene que no se pueden obviar los errores de los artistas ni seguir silenciando a sus víctimas. Además, “volver a la obra de un artista teniendo en cuenta lo que hizo mal puede ser valioso. Uno tiene una comprensión más profunda de Gauguin, por ejemplo, cuando sabe que las mujeres de muchas de sus pinturas eran sus “novias” adolescentes”.

Coincide María Castejón Leorza, autora del libro Rebeldes y peligrosas de cine. Esta profesora y crítica recuerda que “una lectura crítica no es una cancelación”. Hemos de contar con herramientas para analizar, por ejemplo, cómo se blanquea la esclavitud en Lo que el viento se llevó, pero también para recordar lo que supuso que Hattie McDaniel fuera la primera actriz negra en ganar el Oscar gracias a su trabajo en esta película.

3. Tenemos derecho a boicotear y protestar. Criticar las acciones de Plácido Domingo o las declaraciones sobre las personas trans de J. K. Rowling no supone censurar su trabajo. Como escribe Sapiro, “es habitual que quienes confunden la censura con la crítica acaben haciendo exactamente aquello que denuncian, ya que —al querer silenciar a sus adversarios— desprecian el principio mismo de la libertad de expresión, que apuesta siempre por el debate racional para esclarecer las opiniones”.

Aunque el debate es positivo, Willard es escéptica con las posibilidades de éxito de los boicoteos y de las campañas en redes, y además considera que no son la herramienta adecuada: “En muchos casos, como en el de Harvey Weinstein, lo que queremos es que el sistema judicial funcione correctamente y castigue a estas personas de manera adecuada”. El boicoteo acaba desempeñando un papel simbólico, sobre todo cuando no se ha hecho justicia.

4. “El derecho a la reinserción no es el derecho a ser aplaudido”, como recuerda Sapiro en su libro. Tanto Willard como Castejón apuntan que uno de los peligros de las cancelaciones es que, suponiendo que funcionen, son indefinidas y no prevén un modo de reparar el daño y volver a escena. Pero, por otro lado, tampoco tenemos la obligación de disfrutar de nuevo con la obra de estos artistas.

Pongamos el ejemplo del cómico Louis C. K., que se masturbó en presencia de compañeras (sin permiso). Pasó de ser uno de los humoristas más respetados y admirados a perder su serie en HBO y a que se suspendiera la distribución de su película. Por supuesto, tiene derecho a volver a actuar. Pero nadie está obligado a ir a verle en directo y ninguna plataforma tiene por qué comprar sus monólogos, si no lo considera adecuado.

Es decir, la pregunta de si se puede separar la obra del artista se responde con muchos dependes: depende de la obra, depende del artista y depende de cada uno de nosotros. Es normal que nos cueste renunciar al arte precisamente por el valor que tiene. Como explica Willard, el arte nos ayuda a definirnos a nosotros, a nuestras amistades y a nuestras comunidades: “Es importante que nos enfrentemos a las ofensas y crímenes de los artistas, pero también es importante que podamos continuar apreciando lo que encontramos valioso en su trabajo”.

Este artículo es una versión ampliada de un texto de la newsletter semanal ‘Filosofía inútil’.

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Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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