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Mara Dierssen, neurocientífica: “Para tomar una decisión importante, lo mejor es dejarse llevar”

La investigadora española tiene una gran capacidad para divulgar los misterios del cerebro. Afirma que las personas que no tienen inteligencia emocional deciden peor

Ferran Bono
Mara Dierssen
Mara Dierssen, retratada en Dénia el pasado 30 de octubre.Mònica Torres

Mara Dierssen muestra una gran capacidad para divulgar los secretos de un órgano tan desconocido como el cerebro. Domina el escenario. Incluso cuando esta neurobióloga santanderina de 61 años canta con su grupo de pop-rock, From Lost To The River, cumple con la máxima clásica de enseñar deleitando. Supervisora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, Dierssen es una de las investigadoras más destacadas en el ámbito internacional del síndrome de Down y una defensora del contacto con el paciente, el objeto de estudio, como incide en esta entrevista que tuvo lugar frente al mar de Dénia (Alicante), tras su participación en el Festival de les Humanitats.

PREGUNTA. ¿Cómo llegó a estudiar el cerebro?

RESPUESTA. De pequeña conviví con el método científico de mi padre [el neurocirujano Guillermo Dierssen] y la sensibilidad artística de mi madre [la pintora Trinidad Sotos]. Yo también era bilingüe: estaba acostumbrada a la estructura del alemán —en el que esperas hasta el final de la frase para saber de qué va—, que combinaba con el español, que es más dinámico. Todo eso te da una gran flexibilidad mental. En casa, los domingos debatíamos y al final desarrollé pensamiento crítico. Ese fue el motor para dedicarme a la ciencia. Quería estudiar el cerebro, pero no ser neurocirujana. Soy empática y me ponía demasiado en la piel del paciente. Luego encontré la forma de estar en contacto con la gente con la neurociencia transaccional. Estudio el síndrome de Down y conozco a las familias y su realidad. No puedes entender un problema sin conocer a la gente que hay detrás.

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P. Incide en la importancia de la emoción, cuando tópicamente se contrapone a lo cerebral.

R. Nuestro sistema más antiguo en el cerebro es el sistema emocional: las emociones tienen un tremendo valor adaptativo. Sobrevivimos porque tenemos miedo y nos protegemos. Sentimos placer con las relaciones sociales y podemos mantener a la especie. Eso permea todos los sistemas. Las personas que no tienen capacidad emocional toman peores decisiones. Cuando tienes que tomar una decisión importante es mejor dejarse llevar, no pensárselo mucho, porque cuando hay sobreinformación nuestro cerebro tiende a aplicar sesgos cognitivos [una interpretación errónea de la información]. Si te vas a comprar una casa, cómprate esa con la que digas: “Oh, esta es la que quiero”.

P. El ser humano ha evolucionado gracias a la plasticidad del cerebro, pero al mismo tiempo puede ser su peor enemigo, ¿no?

R. Tampoco el peor, la plasticidad es muy positiva. Pero esa capacidad de cambiar del cerebro lo hace más vulnerable. Genes relacionados con la esquizofrenia tienen que ver con la plasticidad; genes de esa plasticidad son factores de riesgo del alzhéimer: las regiones que primero degeneran son las más plásticas. Hay cierta relación entre plasticidad y vulnerabilidad.

“Es muy duro tener un hijo y competir como científica. Los permisos paternos deben extenderse”

P. Hay cerebros extraordinarios entre las personas con trastornos

R. Se han visto diferencias en la conectividad, algunos rasgos sugieren que son cerebros hiperconectados. Hay personas mucho más inteligentes de lo habitual con el síndrome de Asperger. Hay una tendencia en la neurociencia que estudia estos cerebros extraordinarios.

P. Santiago Ramón y Cajal afirmó hace un siglo que hay infinidad de continentes por descubrir en el cerebro. ¿Hoy podemos decir lo mismo?

R. Sí, aunque sabemos mucho más. La pregunta fundamental sigue siendo: ¿cómo surge la actividad mental de esa amalgama química, electroquímica, celular, de sistemas, de todas esas escalas temporales, desde los nanosegundos hasta los años, desde lo atómico hasta lo macroscópico? ¿Cómo salen las ideas? ¿Y la creatividad?

P. ¿O la espiritualidad?

R. A pacientes con epilepsia se les ha podido extirpar la zona que produce las convulsiones. Para poder hacerlo, deben estar conscientes. Ahí se han hecho mapas de estimulación cerebral. Ha habido casos en los que tocando determinadas áreas se consiguen experiencias cercanas a la muerte, en las que uno se ve desde fuera. Se refieren también experiencias místicas. Es muy posible que haya un sustrato neural, pero es difícil determinar cuál.

P. ¿Puede sintetizar su estudio referencial sobre el té verde, que mejora al parecer el aprendizaje en las personas con síndrome de Down?

R. Cuando uno aprende se producen pequeños cambios bioquímicos en las células que se traducen en plasticidad a nivel estructural. Esto genera más conexiones físicas entre las neuronas. Comprobamos que los cerebros de los ratones trisómicos no eran capaces de generar esa plasticidad. Entonces estudiamos qué genes podían estar relacionados. Encontramos uno, el DYRK1A: al aumentar la dosis un 50% producía alteraciones de plasticidad muy parecidas a las de los ratones. Esto está muy bien, pero no puedes hacer terapia génica en personas. Así que pensamos: “Vamos a ver si hay algún compuesto que nos permita actuar sobre el DYIRK1A para inhibirlo”. Y, efectivamente, una molécula presente en el té verde revertía las alteraciones cognitivas en el ratón trisómico. Hicimos cuatro ensayos. Tiene efectos modestos, pero mejora determinadas funciones cognitivas, la capacidad adaptativa y parte de las funciones prefrontales relacionadas con el lenguaje. Acompañado siempre de esfuerzo, por supuesto.

La pregunta fundamental sigue siendo: ¿cómo surgen las ideas? ¿Y la creatividad?

P. ¿Cuándo se produce la estigmatización de la discapacidad intelectual?

R. La gente de forma innata tiende a rechazar lo diferente y se activa el reconocimiento del miedo. Pero es algo que culturalmente puedes soslayar. La exposición muchas veces reduce el estigma. Los estereotipos condicionan las oportunidades de las personas. Es preocupante. A las niñas se les dice que no valen para la ciencia cuando tienen seis años, según un estudio de Science, cuando en realidad sacan mejores notas en matemáticas, por ejemplo.

P. ¿Cómo ha sido su experiencia como mujer científica?

R. He sufrido injusticias. Es una lucha en la que tenemos que estar todos implicados. Ahora hay en la base mujeres científicas, pero se van perdiendo en el camino. Es muy difícil combinar maternidad y competitividad. Es posible, yo tengo cuatro hijos. Tuve suerte, tengo un marido inteligente, me apoyó en todo. Los permisos paternos deben extenderse. También hay sesgos en la evaluación. Sabemos, y hay datos, que a las mujeres se les pone más en duda. Hace poco hicimos un test: con el mismo currículo, salió el hombre casi dos veces por encima de la mujer. Y los evaluadores eran hombres y mujeres. Todos estamos sesgados. El problema es que la situación en 20 años casi no ha cambiado. Hay un 30% de investigadoras, pero en posiciones de liderazgo, menos del 3%. Las ganadoras del Premio Nobel apenas son un 4%.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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