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Ensayos de persuasión
Columna
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Plato único

52 de cada 100 menús se componen de un solo plato. La austeridad llega a los hogares

Un reparto de alimentos en Aluche, por la asociación Red de Apoyo Mutuo Aluche, el pasado 17 de septiembre.
Un reparto de alimentos en Aluche, por la asociación Red de Apoyo Mutuo Aluche, el pasado 17 de septiembre.Santi Burgos
Joaquín Estefanía

España es el país que pierde más poder de compra (solo detrás de Grecia) de la treintena larga de naciones que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Si no se introduce alguna variable (por ejemplo, un inmediato pacto de rentas para el último trimestre), los salarios reales, descontando la inflación, se reducirán un 4,4%, continuando la inclinación de 2021. Paralelamente, el sueldo de los consejeros de las compañías cotizadas en Bolsa creció más de un 5% en ese último año, y la diferencia entre las retribuciones de los consejeros ejecutivos y sus empleados asciende a 17 veces (60 veces en el caso del Ibex). No son cantidades homogéneas y provienen de distintas fuentes, pero sirven para extraer tendencias y para encontrar explicaciones de por qué unos consideran el pacto de rentas como imprescindible y otros no tienen prisa en que se firme.

Cuanto más abajo se está en la escala social, más se sufre con la inflación (10,5% en el mes de agosto). Por ello cobra tanto valor la subida del salario mínimo. Abundan los ejemplos de trabajadores con empleo que frecuentan los comedores sociales porque el salario no les dura para llegar a final de mes. Tampoco el ingreso mínimo vital. Recuérdense los últimos datos oficiales: la población en riesgo de pobreza o exclusión social era del 27,8% en 2021, antes de la oleada inflacionaria. De ellos, el 8,3% estaba en situación de carencia material y social severa, que incluía que no podían permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días, que no podían mantener la vivienda a una temperatura adecuada o que no tenían capacidad para afrontar gastos imprevistos (de 700 euros).

A pesar del abarrotamiento de playas y hoteles, no todos han tenido vacaciones el pasado agosto. No sólo subían inclementemente los precios de las gasolinas, el gas y la electricidad, sino el de los alimentos. Si el índice de precios al consumo general se incrementó un 10,5%, el de los alimentos lo hizo casi un 14%, porcentaje que no se recordaba desde hace casi tres décadas. 43 de los 55 alimentos que contempla el grupo de alimentos y bebidas alcohólicas se encarecieron más que el índice general. Los ejemplos de las dificultades para llenar el carro de la compra son suficientemente conocidos: harina, 40% más cara que un año antes; mantequilla o pasta, un 30%; leche o pan, un 25%, etcétera. No es de extrañar que —más allá de los detalles y de la necesidad de concreción— de aquí surgiera también la idea de otro pacto: “Quiero un acuerdo con las distribuidoras para topar [poner topes] los precios de los alimentos básicos, como el pan, la leche o los huevos. Los oligopolios de nuestro país no sólo están en el sector banquero o energético; tenemos cinco grandes distribuidoras de alimentación que concentran el 50%” (Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno, en eldiario.es). O que el Ministerio de Consumo enviase a las patronales una guía con recomendaciones “saludables” para que entre los productos rebajados se ofreciesen huevos, fruta, leche, hortalizas, carne o pescado.

Veremos cómo acaba esta idea a la luz de las dificultades crecientes ante una inflación que se gestó antes de la guerra de Ucrania. No es casualidad que uno de los iconos de esta situación sea la multiplicación del plato único en las comidas de los hogares, con la dignificación, un poco más, de las antaño humildes legumbres. Según datos de la consultora Kantar, las comidas de tres platos (primero, segundo y postre) van a la baja y 52 de cada 100 menús se componen de un solo plato. Ello no es nuevo, pero se ha acentuado en los comportamientos cuando la inflación ha adquirido los dos dígitos.

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El Gobierno allana estos días el camino para sus terceros Presupuestos Generales del Estado. Previsiblemente habrán de contener un despliegue de gasto público (atemperadas sus consecuencias por el buen comportamiento de la recaudación fiscal), dado que en ellos deberán incorporarse las consecuencias del “general invierno” en las vidas cotidianas.

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