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Trabajar cansa
Columna
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Italia: probar algo nuevo

Meloni no crea expectativas, el votante tiene la convicción, tal vez la única certeza, de que es un país que no tiene arreglo. Para los que se horroricen, hay que confiar en el talento italiano de empantanar todo intento de gobierno, sea bueno o malo

Elecciones en Italia
Un bus con un anuncio de Giorgia Meloni, la líder del partido Hermanos de Italia, en Roma, el 2 de septiembre.Antonio Masiello (Getty Images)
Íñigo Domínguez

Durante unos años tuve el privilegio de ver a veces a Giovanni Sartori en el bar, esas cosas que pasan en Roma. Italia produce estos sabios ajenos a la solemnidad ―él, Montanelli, Eco―, que explican todo clarito y desdramatizan para esconder una preocupación insondable. Le preguntabas cómo veía la última diatriba política y siempre le quitaba importancia. Luego seguía con su café. Con todo, creo que este enorme politólogo fue al primero a quien oí decir que la democracia siempre está en peligro, porque es “una gran generosidad” que depende de unos ciudadanos a menudo desinteresados y mal informados. Y no cabe duda de que esto ha ido a más.

En su libro Homo videns, de 1997, hace 25 años, ya está todo, y ni podía imaginar lo que es Tik Tok. Lo que ha cambiado todo, decía, es “informarse viendo”. Sostenía que la hegemonía del lenguaje visual, la caída de la lectura, habían creado un nuevo tipo de ser humano. Eran los años de Berlusconi, pero fue solo el principio. Italia muestra a dónde lleva la desaparición de una derecha seria, que empieza a hacer el payaso o apuesta por líderes sin escrúpulos que van solo a lo suyo, mientras los demás esperan que a ellos les vaya bien también. Abre un camino por el que luego llegan los más graciosos de todos, y les bastan cuatro ideas retrógradas. Y ya operan en un medio extraordinariamente propicio. Cito a Sartori: “El homo sapiens debe todo su progreso a la capacidad de abstracción. A las palabras que representan conceptos invisibles: democracia, justicia, libertad… El homo videns suplanta el lenguaje abstracto por un lenguaje perceptivo infinitamente más pobre, en el número de palabras y en la riqueza de su significado”. Ahí tenemos a Giorgia Meloni gritando que se llama Giorgia, que es una mujer, es italiana, cristiana, y que no se lo van a quitar. Y ya.

Lo que hará la derecha italiana, si gana este domingo, se oculta en una vaga nube de conceptos, con la única brújula de una tradición. Italia, país bastante amoral, tiene su mayor ideología en la tradición, a derecha e izquierda. He visto a muchos italianos huir al extranjero de la falta de futuro y de esa tradición que puede ser asfixiante si, por ejemplo, eres homosexual y vives en provincias. Decía Sartori que la derecha, a diferencia de la izquierda, “como no apela a ninguna moralidad, no se expone al fracaso moral”. Da igual lo que haga mientras ponga orden, los negocios vayan bien y mantenga las formas (en ese caso interviene la Iglesia). Naturalmente, en estas décadas hay una responsabilidad de la izquierda, que ha ido perdiendo su identidad. Con la corrupción del partido socialista en los noventa, la crisis existencial del partido comunista tras la caída del Muro y líderes sosos: Prodi, Veltroni, Bersani, y ahora Letta. Se agarran a su seriedad, no a su capacidad de acción. Es el desinterés sobre el que alertaba Sartori, el italiano hace décadas que vota sin esperanza. Berlusconi fue el último en suscitar una ilusión de algo distinto, y generó en la izquierda la meta vital de echarle, dio sentido a sus vidas. Meloni no crea ninguna expectativa, es por probar algo nuevo. Para los que se horroricen, hay que confiar en el talento italiano de empantanar todo intento de gobierno, sea bueno o malo. Al votante le acompaña la convicción, tal vez la única certeza, de que es un país que no tiene arreglo. Aunque siempre aguarda un milagro, un hombre nuevo (título oficioso de Mussolini). De momento, puede haber una mujer nueva. Por primera vez una mujer, sí, pero de un sitio viejísimo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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