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Andrew Sean Greer, un ‘pulitzer’ gay en busca de los valores tradicionales: “Hoy te miran mal si no ves ‘Drag Race”

El autor de la exitosa novela ‘Less’ propone, en una inesperada segunda entrega, reenamorarse de Estados Unidos, superar la ciudad y replantearse el valor del matrimonio

Andrew Sean Greer posa en exclusiva para ICON desde su casa en San Francisco.
Andrew Sean Greer posa en exclusiva para ICON desde su casa en San Francisco.ERIC RUBY
Tom C. Avendaño

“Al ganar el Pulitzer, mi agente me dijo: ‘Ahora ni se te ocurra hacer una segunda parte”, rememora Andrew Sean Greer, ganador del Pulitzer por Less (2017) y, ahora, de la segunda parte Less está perdido. El agente niega haberse opuesto a continuar aquella novela superventas (“¡pero lo dijo!”, insiste Greer), aunque la pregunta más bien es si tuvo elección en algún momento. Una tarde de 2019, Sean Greer escritor (Washington DC, 52 años) se sentó con el manuscrito, de unas 150 páginas, de lo que iba a ser su nueva obra tras el premio, sobre un viaje en coche por Estados Unidos. Tras leerlo, emitió un juicio por otro lado muy de laureado literario: “Esto es malísimo”. Lo que quería, se admitió finalmente, era volver a Less, su anterior novela, la quinta, un trabajo lírico, pesimista y pletórico, sobre escribir y envejecer y ser un hombre gay como él lo es. “Estuve escribiendo cositas que sabía que no iban a ninguna parte... Y pensé que, bueno, ganar el Pulitzer, ¿no significa que puedes escribir lo que quieras? Me dije: ‘Pues a la porra. Hago lo que quiero y que se enfade mi agente”.

Less está perdido (editada en España por ADN), continúa las aventuras de Arthur Less, un novelista gay de unos 50 años que transita la fina línea entre sentirse reconocido y completamente olvidado. Despistado y victimista (“el primer homosexual de la historia en llegar a viejo, o al menos así se siente él”, nos lo presenta el misterioso narrador), Less es un poco Buster Keaton en tanto que nunca es consciente del peligro que le rodea hasta que es demasiado tarde. A la vez, tampoco parece tener clara la suerte que tiene.

Esta contradicción permitió a Greer enmarcar, en la primera entrega, la figura del hombre gay blanco de forma innovadora; como el más privilegiado de la bandera del arcoíris y el menos formado históricamente para asumir ese privilegio. Al principio del libro, Less está ultimando una triste novela sobre la tragedia de ser un hombre gay que se hace mayor sin referentes para ello, pues sus mayores han muerto en la epidemia del sida; al final, tras viajar por varios países y abrirse un poco de miras, Less decide convertir esa misma tragedia en una farsa. Greer, como dijo The New Yorker, usaba un truco parecido (otra frase del libro: “Pero esa gente, ¿cómo sabe que yo soy gay?’, se preguntó Less, desde su porche y vestido con su kimono”) y, con él, obtuvo un resultado arrollador. La ternura con la que criticaba y ensalzaba a su personaje resultaron contagiosas. Less fue el éxito que hoy conocemos. Público, crítica y el resto de la comunidad literaria coincidieron –cosa rara– en llamarla “perfecta”. Era un libro bonito pero, sobre todo, era un libro importante. Uno que introducía por primera vez en el léxico anglosajón la figura del bad gay, el gay malo, que vive anclado en su propia discriminación y olvida la del resto.

Gay y neutro

Ese concepto aburre hoy a Greer. “Políticamente, ser hoy un gay malo es no mostrarte totalmente alineado con cualquier noción que en apariencia nos pueda llevar a avanzar colectivamente. Yo soy muy progresista y de izquierdas, pero soy artista y a la vez me planteo que las cosas pueden ser más ambiguas que útiles políticamente”, explica con gesto mohíno. “A la vez, se ha empezado a llamar bad gay a la gente que, yo qué sé, no ha visto el último capítulo de Drag Race, que no participa en la cultura gay masculina de ciudad, como si eso fuera decepcionar a los tuyos”.

En el nuevo libro, la mirada de Greer se ha ido a otro sitio. “Soy parte del mundo LGTBIQ+ pero me interesan otras experiencias. Por ejemplo el mundo rural. Me sorprendió la cantidad de gente LGTBIQ+ que ahí hay fuera. Pensaba que estábamos todos en ciudades, porque todos habíamos huído de nuestros orígenes para estar a salvo, pero eso ya no es cierto. La gente sale de armario y se queda donde está. Fue toda una revelación. Estaba muy equivocado al respecto de la experiencia queer americana”.

Ahí es donde Less está perdido cobra todo su sentido. Esta vez Less se embarca –se ve embarcado– en un viaje por carretera de costa a costa a lo ancho de Estados Unidos; una odisea para salvar la casa en la que vive y por la que no sabía que debía pagar el alquiler desde hace diez años. El corazón del nuevo relato está no en la sexualidad del personaje, ni siquiera en su profesión, sino en el leve conservadurismo del autor, que encuentra en los valores tradicionales americanos una nueva razón de ser para el hombre gay . Less está perdido pero al menos lo está en una tierra que recompensa la ingenuidad y el optimismo, sus dos mejores rasgos. Less está en EE UU.

Su propia personalidad se revela, de hecho, como una metáfora del mismísimo proyecto americano. “Una de las cosas que me gustan de escribir sobre Arthur es que, cuando todo le sale terriblemente mal, siempre piensa: ‘Seguro que mañana vamos a mejor’. Al final de Less, creo, se reafirma en esa inocencia. No dice: ‘Voy a hacer esto’, sino: ‘No puedo seguir. Voy a seguir’. Que es un gesto sabio y, a la vez, increíblemente insensato, pero del tipo de insensatez que me apetecía premiar. Por eso, en este siguiente libro quería verlo en suelo americano”.

El escritor Andrew Sean Greer posa en exclusiva para ICON desde su casa en San Francisco.
El escritor Andrew Sean Greer posa en exclusiva para ICON desde su casa en San Francisco.

Hay que tener muchas ganas para escribir una oda a la pureza americana tal y como está la primera potencia mundial. Greer las ha encontrado, asegura, distanciándose del terrible presente. “No soy buen escritor para el ahora, soy buen escritor para el dentro de unos años”, explica. En esta versión de EE UU no existe Trump, no hay polarización política y que las vidas negras importan se entiende cuando a Less se le habla del privilegio blanco del que disfruta. De la covid ni hablamos. “La situé en 2019 porque la pandemia era como una diana en movimiento, era difícil acertar. Y porque la política, bueno, si la metía en el libro se convertiría en una reliquia de un momento muy particular y no en algo que la gente pueda leer en 20 años”, explica. Su inspiración, de hecho, fue un viaje en furgoneta que había hecho por el país en 2016, justo antes de la victoria de Trump.

Un dato importante para contextualizar este segundo Less: Greer ha estado viviendo en Milán con su novio y observando EE UU desde fuera. “Mi país había cambiado tanto que me descubrí con sensación de extranjero en mi propia casa. Y pensé: ‘Bueno, pues que el viaje en esta segunda parte sea ahí en vez de otros países”. En 2020, cuando empezó a escribir la novela, se planteó regresar, cosa que por fin está cumpliendo ahora.

“Not a joiner”

Un dato importante para contextualizar aquel primer Less: Greer ya ha sido un escritor de moda antes. Su segunda novela, Las confesiones de Max Tivoli (Destino, 2004), recibió en su día una reseña tan entusiasta por parte de John Updike en The New Yorker que el entonces joven autor se convirtió en el favorito de la industria literaria americana. Otra cosa ya era qué lugar ocupara la industria entre las prioridades de este hombre, reservado patológico, dromómano irredento y, como él mismo admite, “not a joiner”, o sea, no muy propenso a sumarse a un grupo.

Al igual que el protagonista al que no puede soltar, Greer suele rodearse de desconocidos y verse en situaciones llamativas. Vivió en el Nueva York de los noventa, donde las pasó canutas y trabajó como chófer para los guionistas de Saturday Night Live y testó videojuegos para Nintendo; se mudó a Montana, donde jura que se lo pasó “genial” y de ahí a San Francisco, donde se hizo amigo de Dave Eggers, Amy Tan, Daniel Handler, Khaled Hosseini y todo autor con prestigio suficiente para ser reconocido e ingresos insuficientes para encajar en la escena literaria de Manhattan. Un grupo de renegados: perfecto para él. “No creo que ningún escritor sienta que encaja en ninguna escena literaria y Dios asista al que lo haga. Sé que no pego en Nueva York. Dios, Nueva York, para nada. ¿Quizá San Francisco?”, divaga. “He pasado aquí mucho tiempo. La literatura es como el rap: están los de la costa este y los de la costa oeste y somos muy diferentes. Quizá me siento más parte de la industria internacional”.

Lo dice porque sus viajes acabaron llevándole a Milán, donde se instaló, enamorado (¿hay otro motivo para mudarse?) de un hombre de allí (cuya identidad, en un gesto muy suyo, no revela más allá de decir que trabaja en la industria literaria italiana). Acabó entrando en el círculo de la baronesa Beatrice Monti della Corte von Rezzori, viuda del escritor Gregor von Rezzori y directora de Santa Maddalena, la residencia de escritores y foco de pulitzers, bookers, goncourts y anagramas. Es más, la noticia de que él había ganado el Pulitzer le alcanzó, el 17 de abril de 2018, en un momento típicamente lessiano de triunfo y humillación: tras dedicar un día entero a entrenar a un perrito carlino de la baronesa, de edad y decrepitud considerables, a andar con pañales. La residencia esperaba la visita de Margaret Atwood y la baronesa no quería que el mayor de sus muchos perros les diera un disgusto con su sistema digestivo. “Conseguí que los usara por primera y lo acosté con la baronesa”, recuerda hoy Greer. “Al bajar, mi novio me enseñó un mensaje con la noticia del premio”. Eran las diez de la noche en Europa. Todo el mundo conocía su victoria menos él. “No fue mi momento más lustroso, ni una sensación especialmente grandiosa. Pero al menos fue algo cómico”.

La trama nupcial

Sean Greer es un hombre divorciado. Es mejor no preguntarle su opinión al respecto de la institución: “Es complicado. Debería ser un derecho, pero no un objetivo. El objetivo es ser feliz y el matrimonio solo es un truco para hacerte pensar que lo eres”. Y refrenda: “Pero fue una sensación muy bonita la de participar en algo tan antiguo de nuestra sociedad, la de que todo el mundo entendiese lo que querías decir al decir ‘marido’, que no era un novio, o un amante o lo que sea. Pero ojalá no hubiera que hacerlo”. Las uniones matrimoniales aparecen con frecuencia en su obra: a Las confesiones de Max Tivoli, por ejemplo, siguió Historia de un matrimonio (Salamandra, 2009); ahora, Less también se participa en esa fijación.

Atrapado en esa tensión entre el ahora y el para siempre; lo pasajero y lo irreparable, a Less le queda solo lo que cualquier hombre desesperado: la fe. En el amor, en su país, en las pequeñas cosas. Y ahí es donde Greer despliega su tradicionalismo y demuestra por qué le inspira tanto la fantasía americana; en un pasaje en que el narrador (que por cierto resulta ser el novio de Less) explica: “Estados Unidos, ¿cómo va vuestro matrimonio? ¿Cómo va la promesa, sellada hace dos siglos y medio, de ser fieles en la salud y en la enfermedad? Primero 13 y luego más y más, hasta los 50 que han tomado ya los votos. Como tantos matrimonios, lo sé, este no fue por amor; fue por razones fiscales, pero muy pronto los vínculos económicos se estrecharon y se compartieron deudas y se compraron tierras a medias y se dibujaron horizontes de grandeza y, aun así, hubo enfrentamientos desde el inicio. Viejas rencillas. Esa separación que atravesasteis aún escuece, ¿a que sí? ¿Quién traicionó a quien, al final? He oído que habéis intentado dejar de beber, sentar la cabeza. No duró, ¿verdad que no? ¿Quién traicionó a quién, al final?”.

Less tuvo la osadía de decir que un hombre gay podía ser una mala influencia para sí mismo y para su colectivo. Less está perdido, la obra que el dromómano retraído ha hecho tras mandar al mundo a la porra, asegura que la frontera final de nuestros tiempos de identidad, colectivos y desacuerdos no es la victoria personal. Es la convivencia.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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