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El hombre que se comió 40 pollos asados en 40 días porque le pareció “lo correcto”

El desafío de Alexander Tominsky se diferencia de otros retos virales en que nació y terminó sin propósito alguno

Alexander Tominsky, en un selfi tomado en su casa de Philadelphia en octubre.
Alexander Tominsky, en un selfi tomado en su casa de Philadelphia en octubre.Alexander Tominsky

Dos de los momentos más importantes en la historia de Occidente son el suicidio de Sócrates y la crucifixión de Jesucristo. El primero murió por defender la verdad, y Jesús, según cuentan los evangelios, se sacrificó por expiar nuestros pecados. Alexander Tominsky (Rhode Island, 31 años) se comió un pollo asado al día durante 40 jornadas consecutivas sin ningún propósito concreto. Culminó la tarea el domingo, en un muelle abandonado en la bahía de Filadelfia, bajo la expectante supervisión de cientos de seguidores que se habían acercado para verlo en directo. Este extraño personaje, que en las últimas semanas se había hecho mundialmente viral en redes sociales, habló con los medios una vez terminada su particular odisea. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, solo supo responder: “Simplemente, me pareció lo correcto”.

“No estoy seguro de cómo empezó”, rememora Tominsky en un medio local de Filadelfia. “Es difícil entender cómo se manifiestan estas cosas”. Fue el 28 de septiembre. Sus planes, al principio, consistían en comer un pollo asado entero durante siete días seguidos. Lo hizo sin motivación aparente y sin hacerlo público o compartirlo en redes sociales. “Era un reto personal”, asegura. En el pollo undécimo (después de los siete primeros había decidido seguir adelante) publicó su primer post en su cuenta de Twitter llamada smooth recess: “Quiero invitaros a seguirme en el camino en el que me he embarcado. Voy a comerme un pollo cada día durante los próximos 30 días. Hoy es el día 11. Os mantendré informados a medida que vaya acercándome a mi objetivo. Gracias”. El mensaje circuló y generó curiosidad en las redes. Tominsky, todavía un personaje anónimo, no dudaba en contestar a cualquier duda que pudiese surgir entre los usuarios de la plataforma:

—¿También comes una zanahoria gigante cada día? —le preguntaban.

—Como una zanahoria gigante con bastante frecuencia. A veces como una cabeza de brócoli. Y, el otro día, unos pequeños caramelos duros de fresa.

En los días sucesivos no dejó de faltar a su cita con el pollo asado. Los escogía de tamaño medio. Excesivo para una sola persona, pero escaso para una familia entera. Tominsky es empleado en un popular asador de Filadelfia, ciudad en la que reside desde hace ocho años. Posteriormente, ha explicado que en este tiempo modificó su rutina para llegar media hora antes al trabajo y tener tiempo de engullir la ración estipulada. No comía nada más en todo el día. Estuvo probando varias pollerías hasta que finalmente se decantó por Rittenhouse Market, un negocio local en donde inevitablemente lo acabaron conociendo. “Creo que al principio muchos de ellos pensaban que simplemente era un tipo raro que compraba pollo”, contó en Philadelphia Magazine.

Un usuario de Twitter opinó que, en realidad, su hazaña “ni siquiera era tan impresionante”. “Comerse un pollo no es ninguna locura”, se quejaba. “¿El meme consiste en darle importancia a algo que en realidad no la tiene?”, se preguntaba. Algo de razón podía tener. Según Myfitnesspal.com, un pollo asado entero tiene 740 calorías. Michel Phelps, el atleta olímpico más laureado de todos los tiempos, se hizo famoso por seguir una dieta de 12.000 calorías diarias. De hecho, la Organización Mundial de la Salud establece un rango medio ideal de entre 1.600 a 2.000 calorías al día para un hombre adulto. No sorprende que Tominsky llegara a adelgazar hasta seis kilos durante el periodo que duró el desafío.

A medida que pasaban los días, las fotos que publicaba empezaban a mostrar los primeros síntomas de hastío y disgusto en su rostro. Se comía el pollo solo —sin guarnición ni salsa—, y la única bebida con la que se permitía deglutir su comida era una botella de litro y medio de agua mineral con sabor a limón. En posteriores entrevistas ha relatado cómo, pollo tras pollo, fue depurando la técnica para engullirlos. Primero se comía la pechuga, que es la parte más seca, y cuando se atascaba en la operación empezaba a mezclarlo con la grasa para hacer el bocado más jugoso. A partir del día 20, cuenta, el desafío se le empezó a hacer cuesta arriba. Cada vez tardaba más tiempo en acabarse la comida y necesitaba más agua para poder tragarla. “Básicamente, me bebía el pollo”, declaró. Un tuitero con quien no tenía ninguna relación advirtió la difícil situación a la que se enfrentaba The Chicken Man (así se lo empezó a conocer en las redes): “Este es el primer día del viaje en el que puedes ver la vida dejando sus ojos”.

En el artículo que le dedicó The New York Times se citaban “otros desafíos excéntricos” que habían involucrado grandes cantidades de comida. El año pasado Lee Sanderlin, un joven de Florida, quedó último en un campeonato de la Fantasy Football League que jugaba con sus amigos y, como castigo, se lo condenó a permanecer 24 horas encerrado dentro de un restaurante de gofres. Por cada uno que se comiera, podía restar una hora a su penitencia. 15 horas y nueve gofres después, Sanderlin pudo al fin abandonar el local y retomar sus hábitos cotidianos. En 2004, el cineasta norteamericano Morgan Spurlock documentó en Super Size Me los efectos derivados de alimentarse exclusivamente con comida del McDonald´s durante un mes entero. Ambos desafíos tenían un propósito, ya fuese pagar el precio de una apuesta perdida o denunciar los peligros de la comida rápida. Tominsky, en cambio, ni siquiera se propuso hacerse viral o ganar dinero. Empezó el reto en privado, y solo más tarde se animó a compartirlo con la gente. “Después de hacer una foto de los 10 primeros días, sentí que había algo poderoso y eléctrico y decidí compartirlo”, contó a la revista VICE. En la entrevista de The New York Times afirma que, “aunque suene raro, sentía que estaba haciendo todo esto por una razón muy importante”. No dijo cuál.

The Chicken Man celebró su pollo número 30 con dos velas de cumpleaños. Para entonces, el reto ya acumulaba miles de seguidores en Twitter, y él se había convertido, sin hacer nada por lograrlo, en una especie de sex symbol. Pero el momento de dejar de comer pollo todavía no había llegado. Tominsky decidió que “su viaje” terminaría definitivamente con el ave número 40. Para promocionar el final de su prueba colgó alrededor de 60 panfletos por toda la ciudad en los que decía: “Ven a verme comer un pollo asado entero. El 6 de noviembre será el 40 día consecutivo en el que me como uno. A las 12, el pollo será consumido en el muelle abandonado cerca de Walmart”, y añadía: “Esto no es una fiesta”.

La casualidad quiso que el día anterior los Houston Astros hubieran derrotado a los Philadelphia Phillies en el sexto juego de la Serie Mundial de Beisbol para coronarse campeones. Ese mismo día, el equipo de fútbol de la ciudad había perdido la final de la Major League Soccer (la liga de fútbol estadounidense) contra Los Ángeles F.C. con un gol in extremis del exmadridista Gareth Bale. Puede que fueran estas dos decepciones y las ganas frustradas de celebrar un título lo que arrastró a unas 500 personas a acudir al muelle abandonado para comprobar en directo si The Chicken Man lograba comerse su último pollo.

Tominsky dispuso una mesa abrigada con un mantel blanco, sobre el que dejó preparada su ración de pollo asado— ya separado en trozos—, y su botella de agua con sabor a limón. Una alfombra roja sujeta con trozos de ladrillo conducía hasta a él. Toda la instalación recordaba a una versión cutre de una perfomance de la artista Marina Abramović. El día estaba nublado. Al otro lado, cientos de personas con carteles y teléfonos móviles esperaban expectantes su llegada. “Cómete esa ave”, le cantaban. Y The Chicken Man, vestido con una camiseta blanca sin mangas y unos vaqueros tejanos, se la comió. No dejó nada en el plato. Después de acabar con el último bocado, se levantó de la mesa, miró a la multitud y en un pequeño altavoz reprodujo la canción Streets of Philadelphia de Bruce Springsteen. Con restos blancos de pollo colgando en su barba, y el plato donde antes reposaba su comida agitándose en el aire, Tominsky desató la locura entre los asistentes. The Chicken Man voló para reencarnarse en el legendario Bruce Bogtrotter, el personaje que en la película Matilda se consigue terminar una tarta de chocolate que duplicaba en tamaño a su cabeza, para disgusto de la malvada directora de su colegio y la alegría de todos sus compañeros.

VICE señala que en solo un mes y medio pasó de 400 a más de 40.000 seguidores en Twitter. El día después de terminar la prueba, medios de todo el mundo recogieron su historia. En las entrevistas que concedió reconoció seguir sufriendo los achaques esperables de haber comido pollo asado durante tantos días seguidos: “Todavía me duele el estómago. Mi cuerpo está en proceso de reparación y no creo que vuelva a la normalidad en bastante tiempo. Es horrible, me dan unos calambres terribles. Mi estómago está hinchado y palpita”. Aseguró que planeaba acudir al médico para someterse a un análisis de sangre, y esperaba que su primera comida fuese sushi (aunque parece que finalmente se comió una hamburguesa).

Algunos lo han comparado con Forest Gump. “Ese día sin una razón en particular, eché a correr”, decía el personaje en la película dirigida por Robert Zemeckis. Una residente de Filadelfia llamada Sarah Skochko que asistió al evento del domingo, le dijo al periódico Billy Penn: “Debido al estado actual del mundo, todos nos hemos vuelto nihilistas. Y algo como esto: que se hace sin fines de lucro y sin tener ningún significado en absoluto, es refrescante”. Dada la vuelta, la psicología de Tominsky recuerda a la del Bartleby de Herman Melville, el personaje de figura “pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria”, que nunca salía de la oficina, pero que, sin embargo, se negaba a participar en cualquier tarea de trabajo. “Preferiría no hacerlo”, le respondía a su jefe cada vez que este intentaba ponerlo en funcionamiento. Tominsky sí prefirió hacerlo. Su acción sin propósito se contrapone a esa “maravillosa mansedumbre” del personaje de Melville. Alejado de implicaciones metafísicas, The Chicken Man se ha descrito a sí mismo mejor que nadie: “Soy solo un hombre que come pollo”.

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