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Vida de un coleccionista de zapatillas: “Hacía hasta 48 horas de cola y a la salida ya me ofrecían más dinero por ellas”

Aritz Larraz, un navarro de 30 años, ha creado en su canal de YouTube Sneakers Family una comunidad de 130.000 seguidores con una pasión compartida y generacional: las ‘sneakers’

Aritz Larraz, el navarro que ha creado una comunidad en YouTube de 130.000 apasionados de las zapatillas deportivas.
Aritz Larraz, el navarro que ha creado una comunidad en YouTube de 130.000 apasionados de las zapatillas deportivas.Cesión de Aritz Larraz

Aritz Larraz Rivera, un pamplonés de 30 años, se ha convertido en uno de los pioneros a nivel nacional en mostrar, celebrar y elevar los códigos de la cultura streetwear a través de YouTube. Influido por figuras del hip hop que se han convertido en iconos de moda A$AP Rocky, Kanye West o Travis Scott—, Larraz comenzó a generar contenido sobre tendencias de moda urbana hace una década con su canal Sneaker Family, así como a hacer reseñas sobre diferentes drops: colecciones cápsula que se lanzan cada tiempo y se agotan casi antes de salir. Entre sus últimos proyectos destacados, se encuentra una colaboración con JD Sports para el Air Max Day (él tiene, por cierto, 28 Air Max de Nike en su colección).

Larraz es uno de esos afortunados que ha conseguido convertir su afición en su estilo de vida y en un trabajo. Antes, trabajó como camarero a los 16 años, en talleres de motos o en diferentes fábricas en el barrio obrero que le vio nacer, Barañain, situado en la merindad de Pamplona. En 2012, cuando se mudó a Londres, empezó a ahorrar parte del dinero que ganaba trabajando en cocinas para permitirse buenas zapatillas o productos de firmas que adoraba y a las que antes no podía acceder.

Larraz cayó bajo el hechizo de Supreme, la firma de moda urbana de raíz skater que, durante la última década, ha tenido el poder de enloquecer a la generación milenial: el navarro experimentó en primera persona las acampadas infinitas, la violencia y las intervenciones policiales en las puertas de las tiendas donde llegaba uno u otro drop (un lanzamiento limitado y acotado en el tiempo de prendas de una marca). “Hacía acampada, muchas veces hasta 48 horas, para conseguir unas determinadas zapatillas, haciendo fila con unas sillas plegables y unos sacos de dormir en pleno invierno en Londres. Si había un drop potente de Supreme, iba y hacía fila, y luego lo revendía de inmediato. En la puerta solía haber asiáticos que te pagaban directamente por ello al salir de la tienda.”

Uno de sus grandes logros fue conseguir unas Yeezy v1 —el primer modelo lanzado por el rapero Kanye West— tras acampar con su novia durante dos días en la tienda Offspring. Una práctica que, según el entrevistado, “es más bien cosa del pasado. Ahora ese deseo desenfrenado por un producto se proyecta a través de sorteos por Instagram, webs o aplicaciones.”

Larraz explica cómo pasó de la reventa a fundar su propia cuenta: “Estaba suscrito a muchos canales americanos e ingleses que hacían unboxings [apertura de los paquetes que contienen las zapatillas] y me dije: ¿por qué no empezar a hacerlo en español? En ese momento no había contenido sobre ello. Empecé y poco a poco fue creciendo. No esperaba sacar nada de esto. Empecé como hobby y ahora se ha convertido en mi trabajo”.

Zapatilla y negocio

En los ochenta, cuando nació el hip hop, nació también una sensibilidad de moda, un importante capítulo en la historia de la indumentaria de las tribus urbanas. Bandas de raperos como Run-DMC y sastres como Dapper Dan —que se apropió de los logos de las grandes firmas de lujo— se apropiaron de los códigos del lujo y los tradujeron al lenguaje de la calle.

De aquel germen, y de una constelación de estéticas urbanas —relacionadas, por ejemplo, con el surf o el skate—, surgió la cultura streetwear. Figuras como Shawn Stussy (que fundó en 1984 su mítica firma de ropa) o James Jebbia (el creador de Supreme, que abrió su primera tienda en 1994 en Nueva York) protagonizaron una nueva era de la ropa urbana. Años más tarde, diseñadores como Kim Jones —diseñador de las colecciones de hombre de Dior— o el desaparecido Virgil Abloh —que llenó Louis Vuitton de inspiración urbana— acabarían de elevar esa cultura a la cima de la industria del lujo. En este ámbito explota el coleccionismo de zapatillas, un universo orbitado por figuras como los hypebeasts o sneakerheads, como se denomina a los aficionados, y negocios como el de la reventa: un mercado en plena expansión que pretende alcanzar los 6.000 millones de dólares (unos 5.590 millones de euros) para 2025, según Cowen & Co. Las zapatillas, o sneakers, son hoy objetos de deseo y pueden llegar a venderse en subasta por 1,5 millones de euros, como ocurrió con las Nike Air que Michael Jordan usó en su primera temporada en la NBA en 1984 (el año pasado, unas de Kanye West cosecharon la misma cifra). En febrero, 200 zapatillas diseñadas por Virgil Abloh fueron subastadas por 25 millones.

A día de hoy, Aritz Larraz cuenta con una colección de 160 pares de sneakers en su estudio, organizadas por marcas y colores. El fenómeno de las zapatillas, y de la moda urbana, está en su fase adulta: el debate sobre si las grandes firmas se están apropiando de la cultura streetwear para mercantilizarla probablemente esté ya superado, igual que el fenómeno de las colaboraciones. Esta manera de unir dos marcas, o dos talentos, en una edición limitada, ha sido el combustible con el que la moda urbana ha llegado hasta aquí, pero la fórmula se ha llegado a banalizar: en su versión más comercial, se les llama cash-grabs (atrapadinero) a aquellos productos a precios desorbitados diseñados exclusivamente para que se revaloricen de forma artificial. Son estrategias que, según Larraz, “utilizan las colaboraciones con las marcas como excusa para vender otros artículos similares al público de a pie. Si Jordan hace una colaboración con Travis Scott, va a tener una gran repercusión. Ya no solo para esa determinada colaboración exclusiva, perseguida por los sneakerheads o coleccionistas, sino para las Jordan 1 [que se venden al público general], que son con las que realmente van a ganar dinero”.

El criterio de Larraz, por el contrario, es emocional: llega a hacerse hasta con 15 pares del mismo modelo. Y puede que aquí esté el futuro. “Cuando llegó a España el movimiento streetwear, todo el mundo estaba enfocado en los lanzamientos más potentes, en lo más limitado, en lo que se revendía. Pero durante estos últimos años se le está dando más importancia a que guste realmente el producto”.

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