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La Paradoja y el Estilo
Columna
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Momento Feria del Libro

Siempre que firmo, en la feria o cuando me piden una dedicatoria, lo hago siguiendo las indicaciones de Antonio Gala: el nombre del lector en lo alto, centrado y nítidamente escrito. La dedicatoria, precisa y emotiva

Antonio Gala
El escritor Antonio Gala, retratado en mayo de 2007.Quim Llenas (Cover/Getty Images)
Boris Izaguirre

Iba de camino a firmar en la Feria del Libro cuando supe de la muerte de Antonio Gala. Lo primero que recordé fue a él mismo llegando a una firma suya en el año 1998, cuando yo me estrenaba como autor en la feria con mi novela Azul petróleo. Gala, famosísimo, había construido toda una liturgia para esa ocasión. Se hacía traer una butaca de su casa, disponía de un editor que le abría cada ejemplar en la página donde estamparía su firma y la misma obedecía a un protocolo maravilloso: el nombre del lector en lo alto, centrado y nítidamente escrito. La dedicatoria, precisa y emotiva. Breve si la fila de espera era larga, un poco más profusa si no era tan nutrida. Y luego, según me explicó, lo más importante: la fecha y nombre de la ciudad. Gala tenía intuición periodística y de marketing. En su época, la buena documentación era un valor importante.

Siempre que firmo, en la feria o cuando me piden una dedicatoria, lo hago siguiendo esas indicaciones. También recuerdo la primera vez que hablamos, durante la feria del 98 en la fiesta que el diario El Mundo ofrecía como pistoletazo de salida. Planeta cerraba la feria con otra y Gala convocaba una en el jardín de su casa madrileña, a la que acudí con Terenci Moix, Eduardo Mendicutti (de quien, según me informaron en la librería Berkana, se prepara un libro homenaje) y Luis Antonio de Villena. Esa primera vez que hablamos, Gala me advirtió que él no era “como Terenci”. “No me vas a seducir con caídas de ojos y mezclando en una conversación traviesa a Teresa Campos con Elizabeth Taylor. Conmigo tienes que escoger. O eres un intelectual o uno más de los que devora la televisión. Porque la televisión no enseña, no quiere, solo mastica”. Y estiraba todas las vocales en una forma que no podía dejar de considerar supertelevisiva. “Si pudiera hacerte cambiar, te diría: ‘Toma mi bastón y avanza con él’. Pero tú no quieres eso. Tú quieres que te devoooren”.

La verdad, nunca tuve el arrojo para discutírselo. Pero no me privé de frecuentarle y fui parte de un encuentro memorable en el programa de radio La Ventana, con Gemma Nierga, donde los dos se reían del otro y evocaron unos viajes a Grecia y a China tan delirantes que muchos taxistas me recuerdan esa transmisión como uno de los momentos más felices de sus vidas laborales. Ahora, con ambos en otra dimensión, sé que fue un privilegio disfrutarles, observar desde muy cerca esa manera de mezclar obra con personaje. Y de convertir esa mezcla en un mensaje que, me atrevo a pensar, les sirvió a ambos para transformar su diversidad en una expresión de libertad que conectó con un país anhelante de ella, después de años de dictadura y represión. Además, acompañaban ese discurso con otra mezcla, irresistible y única: buen humor con cultura y modales.

Gala tenía una planta estupenda, que supo acompañar con señas de dandi como sus jerséis, pañuelos y bastones. Y esa voz tan seductora como castigadora. Terenci era más próximo, más terrenal, el perfecto disfrutón inteligente. Así como a Gala siempre lo recordaré dirigiendo al milímetro su puesta en escena a la hora de firmar en la feria, veo a Terenci sentado delante de su jardín en su casa del Ampurdán, encendiendo una hilera de luces en torno a enredaderas, macetas, enanitos de Blancanieves y diciendo en un susurro: “Qué bien sienta el Technicolor”. ¡Qué bien nos han sentado, a España y a Latinoamérica, Antonio Gala y Terenci Moix!

Volví a la feria para firmar con Manuela Carmena, hemos escrito biografías para público infantil. Ella, sobre Clara Campoamor y yo, sobre Oscar Wilde. Allí a Carmena le gritaron: “Haz como Biden!”. Fue un momento descarado, madrileño, de feria.

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