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La semana de la moda de Milán homenajea a las mujeres revolucionarias

Las primeras jornadas de la pasarela italiana recurren a relatos y perfiles del pasado para vestir la moda del presente

Milan Fashion Week 2022
Varias modelos presentan las novedades de Prada en la semana de la moda de Milán, el 24 de febrero.DANIEL DAL ZENNARO (EFE)

De vestir a unos pocos a vestir a todo el mundo. Cuando Glenn Martens, el muy celebrado director creativo de Y/Proyecto, asumió la dirección creativa de Diesel, el pasado junio, asumió que se enfrentaba a uno de los grandes retos que plantea esta industria: convertir una enseña democrática en una firma de autor sin perder las cualidades de la primera: accesibilidad, tirón comercial, amplitud en la gama de productos... “La idea es no perder el espíritu de diversión, de sentirse bien con la ropa, hagas piezas complicadas o hagas camisetas”, cuenta el diseñador. Y lo logró. Anteayer, Martens salió airoso de esa encrucijada con su primer desfile físico para la marca italiana, que abrió la semana de la moda de Milán.

Su magnífica colección aunaba lo mejor de ambos mercados, el nicho y el mayoritario, haciendo lo que el creador belga mejor sabe hacer: tratar cada la construcción de cada prenda por separado, esculpiéndola con proporciones que rozan lo irónico (como los cinturones utilitarios convertidos en minifaldas o los vaqueros con bota incluida) y materiales que juegan al trampantojo en las texturas. En Diesel estaba muy presente la tendencia masiva del momento: la nostalgia por el estilo de los primeros años del 2000, sus faldas y tops mínimos, los brillos, los tejanos rotos... Una vuelta, en definitiva, al momento dorado del que gozaba la marca hace 20 años, pero con espacio para el propio imaginario de Martens, con sus texturas complejas y trabajadas o sus juegos con los patrones deconstruidos. “Esos fueron los años en los que estudiaba y empezaba a experimentar con la moda. Tengo la herencia de lo que aprendí en Amberes, pero a la vez he vivido aquella época”, comenta.

Una modelo en el desfile de Diesel en la semana de la moda de Milán.
Una modelo en el desfile de Diesel en la semana de la moda de Milán.

La vuelta a los primeros años del siglo XXI también sobrevolaba el desfile de Cavalli, esta vez por motivos mucho más obvios. Fausto Puglisi, director creativo de la casa desde hace poco más de un año, ha devuelto a la firma el maximalismo y la exuberancia que convirtieron a Roberto Cavalli, retirado desde 2015, en uno de los diseñadores de referencia en el armario de las celebridades hace dos décadas. La colección de Puglisi para el próximo otoño toma como punto de partida la biografía de María Sofía de Borbón, hermana de Sissi y reina de las dos Sicilias. Su carácter sexualmente osado y desprejuiciado sirve como argumento para esculpir sensuales vestidos de inspiración bondage y combinarlos con capas regias o complicados vestidos moldeados a base de flores en relieve. Una mezcla audaz sobre el papel que, sin embargo, funciona visualmente y cumple su propósito: devolver a Cavalli, la firma que dominó el nicho de la estética sensual y exuberante, al lugar que le pertenece.

Ian Griffiths, en Max Mara, se sitúa estéticamente en las antípodas, pero su punto de partida es similar: las historias de mujeres pioneras que tuvieron el valor de trascender convenciones sociales (y, por lo tanto, también estéticas). El despacho del creativo británico en la sede de la marca Italiana está adornado, de hecho, con un mosaico de retratos femeninos con figuras como Patti Smith, Siouxsie o Fran Leibowitz, entre muchas otras, que le ayudan a imaginar sus colecciones. En esta ocasión, su obsesión se llama Sophie Taeuber-Arp, la polifacética artista asidua del Cabaret Voltaire que fue precursora del dadaísmo. El trabajo de Griffiths consiste en traducir estos imaginarios rupturistas en prendas complejas en la ejecución, pero absolutamente funcionales, es decir, en continuar ese camino entre la sofisticación y el pragmatismo que inició Max Mara hace 70 años. Este otoño, los híbridos entre hombre y máquina, que imaginaba Taeuber Arp, se transforman en jerséis de punto con detalles de nylon que evocan muñecos articulados. Las esculturas de la artista, que superponen objetos diversos (antecedentes del ready made de Duchamp) son en esta colección sutiles juegos de volúmenes; pantalones de patrones anchísimos junto a tops ajustados, cierres metálicos y bolsillos en zonas inusuales; un ejercicio brillante que aúna poesía y pragmatismo.

Una de las propuestas de Max Mara.
Una de las propuestas de Max Mara. Cortesía de Max Mara

La de Prada no ha sido la reescritura de la vida de una sola mujer, sino de todas las mujeres. “No es una historia de la moda, sino de las personas. Nos interesa la tradición, el traspaso de conocimiento entre generaciones, pero no lo retro en sentido estricto”, remarca Miuccia Prada. Lo cierto, sin embargo, es que desde que Raf Simons entró como codirector artístico en la casa, hace ya casi dos años, Prada ha comenzado a intentar condensar su propia esencia, esa que durante más de tres décadas ha sido absolutamente reconocible, pero muy difícil de definir en pocas prendas. Con Simons, Prada se ha desembarazado de los juegos teóricos y las combinaciones eclécticas; en su lugar, ha creado un lenguaje visual concreto, casi cercano a un uniforme, que ha logrado que sus ventas suban nada menos que un 41% en 2021. No solo se ha recuperado de los estragos causados por la pandemia, también de un largo periodo de decrecimiento. Pero si en las anteriores tres colecciones la autoreferencia estaba clara, en esta directamente hay que hablar de auto homenaje: casi todas las modelos que han sido imagen de la casa en los últimos veinte años (Erin O’Connor, Arizona Muse, Marina Pérez, Liya Kebede, Kaia Gerber o la más reciente de todas, la actriz Hunter Schaefer) han desfilado con prendas que actualizan los grandes símbolos de la marca milanesa: el rigor de los abrigos y las chaquetas estructuradas, los jerséis amplios de punto combinados con faldas voluminosas, los brillos y transparencias que evocan a las flappers de los años veinte, los sobrios vestidos negros de los noventa o los estampados setenteros. Treinta años de Prada (o, más concretamente, de la singular aproximación de Prada a la indumentaria femenina) condensados en una colección que pretende seguir sintetizando el complejo imaginario de la firma.

Aunque de forma mucho más sutil, los contrastes también han definido la colección de Emporio Armani, con prendas que oscilaban entre la paleta de grises y los colores flúor, los vestidos mini y las chaquetas con hombreras acentuadas. La fórmula de Armani, siempre enfocada en la naturalidad y la sencillez, sigue aplicándose con las mismas prerrogativas de hace 40 años, cuando fundó Emporio. Si algo funciona, no hay por qué cambiarlo.



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