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La Fundación Loewe premia la artesanía con ambición artística

El museo Noguchi de Nueva York muestra las 30 obras finalistas de la sexta edición del certamen, con destacada presencia de creadores orientales

Fundación Loewe Premio Artesanía
Exposición del Premio de Artesanía de la Fundación Loewe, en Nueva York.Loewe
María Antonia Sánchez-Vallejo

El taller del escultor Isamu Noguchi en Long Island, contiguo al museo que lleva su nombre —uno de los más exquisitos de Nueva York—, acoge hasta el próximo 18 de junio las 30 obras finalistas del Premio de Artesanía de la Fundación Loewe. La muestra no podía haber encontrado un lugar más adecuado: el ADN del Noguchi es la depuración y la esencia, los elementos que inspiran cualquier artesanía auténtica y también el aliento de las obras seleccionadas, de las casi 3.000 presentadas. Con preeminencia de artistas orientales —Japón y Corea del Sur a la cabeza—, las obras seleccionadas por un jurado de 13 miembros en el que figuran profesionales como Benedetta Tagliabue, Patricia Urquiola, la exdirectora del Museo Nacional de Corea del Sur o el premio Pritzker de Arquitectura Wang Shu, entre otros, abarcan todos los materiales y todas las técnicas de trabajo, imaginables e inéditas, en un arco infinito que va de la raigambre de la artesanía tradicional a la más pura vanguardia.

Formas y colores inesperados, pero también experiencias personales y culturales muy diversas, como las de Maina Devi, la artesana india de una pequeña cooperativa de mujeres, que no pudo viajar a Nueva York al serle denegado el visado. También destaca la de Dominique Zinpké, el artista de Benín que recreó motivos tradicionales en un precioso retablo de madera. Todas ellas componen un panorama en el que luz, material y superficie se ofrecen a los ojos del público, a veces de manera engañosa o incierta: abunda en las piezas el uso de las técnicas del trampantojo. Muchas de las obras seleccionadas experimentan tanto con la luz y la superficie que logran crear una sensación de fluidez, casi de arte cinético.

Al premio se presentaron artesanos-artistas —al observar las obras resulta difícil elegir la definición precisa— de 117 países. Los 30 finalistas, procedentes de 16, trabajan la cerámica, la madera, los textiles, los muebles, la cestería, el vidrio, el papel, el metal, la joyería, la laca y el esmalte, entre otros lenguajes. Como en ediciones anteriores, se trataba, como instituyó la fundación del premio en 2016, de reconocer la importancia de la artesanía en la cultura actual y de valorar la visión y la voluntad de innovación de aquellos que la practican. El premio, concebido por el director creativo de la firma Jonathan Anderson, es un homenaje a los inicios de Loewe como un taller de marroquinería en 1846. “La artesanía es la esencia de Loewe. Como casa, somos artesanos en el sentido más puro de la palabra. En ello radica nuestra modernidad, y siempre será relevante”, defendió en 2016 cuando se fundaron los premios.

Modernidad rabiosa, concentrada entre las paredes desnudas del estudio de Noguchi, es lo que los visitantes van a encontrarse en la exposición. Es la primera vez que se organiza una pública en este espacio de Queens, adquirido por Noguchi en 1961 y centro de su creación artística durante las últimas décadas de su vida. Al otro lado de la calle, en el edificio de una vieja fábrica de 1929, el escultor japonés-estadounidense estableció su museo y un sereno e íntimo jardín nipón en el que las especies juegan a ser esculturas y viceversa.

Las ediciones anteriores del premio se han expuesto en Madrid, la primera, en 2017; después en Londres y Tokio. En 2020 llegó la pandemia y no hubo convocatoria y, en 2021, una presentación digital junto al museo de Artes Decorativas de París, y después, en 2022, Seúl. En la presente edición, los ganadores fueron Moe Watanabe, con una vuelta de tuerca a la madera, el citado Zinpké con una personal interpretación de la barca que traslada las almas; y Eriko Inazaki con una delicada filigrana vegetal en blanco.

Resulta difícil mencionar una sola obra sin sentir la necesidad de nombrarlas todas. Pero el paisaje textil de la india Maina Devi, la madera trabajada del beninés Zinpké, la reivindicación natural de la argentina Mabel Pena, a modo de frondoso collar verde, o el evanescente baile de color de la española Luz Moreno Pinart, con una composición de aparentes pistilos que flotan en el ambiente, merecen un recuerdo. Como otras muchas de las obras finalistas, tampoco son lo que parecen: la buena artesanía, como el arte, es siempre, además de emoción, sorpresa.

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