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Sexo después de parir: el deseo y el cuerpo cambian, el cansancio y la preocupación ganan

Es necesario ampliar la comprensión de la vida erótica más allá del coito y la genitalidad así como tener en cuenta que el deseo sexual es como la memoria: si no se trabaja, se pierde

Feet of family in bed.
Feet of family in bed.© Bjorn van der Meijs (Getty Images)

Blanca Becerra se ríe mientras ordena la casa y el pollo con manzanas para cenar se hornea poco a poco. Tiene dos hijas y un trabajo. Dice que vive “mentalmente cansada” y hasta que su segunda hija no cumplió un año, hace unos meses, el sexo no le apetecía. Ahora parece que la rueda ha echado a rodar: “Pasamos de hacerlo a todas horas y en todas partes a dos o tres veces por semana”. Y prosigue: “Yo no quiero ni puedo tener el mismo ritmo que antes de tener a mis niñas, antes no teníamos tanto trabajo cuidando, que, por cierto, está poco o nada valorado”. Becerra reconoce que es su marido “quien tira” de ella, que “demanda roce porque necesita sentirse querido”. Y ella, pensativa, reconoce: “Y para mí el sexo es complicidad, un chute de autoestima y me da energía, pero es cierto que no lo necesito tanto como antes”.

El deseo sexual es algo cambiante y dinámico y “no hay mayor disruptor erótico que tener un hijo”. La sexóloga Lorena Álvarez Frasquier afirma que durante el puerperio disminuyen las hormonas sexuales, los estrógenos y la progesterona, y que esto permite que se segregue la prolactina para la lactancia. “El estado hormonal influye negativamente en el deseo sexual, además del estado emocional, unido a otros factores como la falta de sueño, las molestias, el dolor, la preocupación por el bebé o las dificultades con la lactancia”, enumera. Para la sexóloga Sonia Encinas la sexualidad nace de un excedente de energía, y si vivimos en déficit, tanto por el cansancio como por la falta de sueño, las ganas de practicar sexo se ven reducidas.

Victoria Tomás es psicóloga y sexóloga, socia de la cooperativa de salud sexual Desmontando a la Pili y habla sobre el cansancio de la crianza: “No es solo cansancio físico ni se parece al que produce la jornada laboral, ya que es un tipo de agotamiento que lo invade todo porque la tarea no da tregua y es de alta intensidad”. Además, entiende de géneros: una de las brechas entre hombres y mujeres es que el cuerpo de ellas ha pasado por un embarazo, parto, puerperio y lactancia. Su cuerpo ha hecho un gran sobreesfuerzo de trabajo, con lo que el cansancio, crianza aparte, está multiplicado. “Así que las ganas de practicar sexo en cada parte de la pareja cambia de un modo distinto, y eso requiere reajustes para encontrar un nuevo equilibrio que satisfaga a las partes”.

Los actos reproductivos como parir influyen en el deseo sexual y en el espacio para darle rienda suelta. El momento de dar a luz es una experiencia de una gran intensidad y, según las expertas, un buen parto facilita que todo fluya: el vínculo con la criatura, la relación con el propio cuerpo, así como la sexualidad. Tomás afirma que, por el contrario, los partos que se viven mal, ya sea porque hay violencia obstétrica o porque se han frustrado las propias expectativas (con una cesárea, por ejemplo), generan más dificultades posteriormente. Asegura que no solo es importante que los partos sean respetados y cuidados, sino también contar con un buen soporte emocional para que la mujer pueda procesar emocionalmente su experiencia y no se convierta en fuente de bloqueos.

Erotismo más allá del coito

Pero ¿por dónde reconectar? “Hay un consejo que siempre hacemos en sexología y funciona bien: es necesario ampliar la comprensión de nuestra vida erótica más allá del coito y la genitalidad”, explica Tomás. Se puede disfrutar de muchas maneras, el cuerpo entero es sensible y “globalizar la experiencia erótica sienta bien”. El hecho de que no haya coito no supone que no pueda haber actividad y disfrute sexual: “Los besos, abrazos y caricias sientan fenomenal y no tienen por qué ser simplemente un prolegómeno a la penetración, ya que tienen valor en sí mismos”, asegura.

Pasar por una gestación cambia también el cuerpo. Además de la cantidad de sexo, Blanca Becerra cuenta otro hecho significativo: prefiere hacerlo sin luz. Explica: “He dado el pecho a mis dos hijas mucho tiempo, y he pasado de tenerlo terso y firme a que esté como vacío, muy caído. Intento que esto no afecte a mi vida sexual, pero la luz mejor apagada y siempre batallando con la autoestima”. La psicóloga perinatal Ester López Turrillo afirma que es urgente cambiar el imaginario sobre el físico de las mujeres: lo de siempre bellas, jóvenes y sexis. “Hay todo un sistema encargado de hacernos sentir que el paso del tiempo o todo aquello que se sale de los cánones es susceptible de ser cambiado, mejorado, rejuvenecido o disimulado. Es decir, siempre, y más después de parir, nos hacen sentir inadecuadas”, reflexiona.

Para López Turrillo no es posible estar a gusto el 100% del tiempo con nuestro cuerpo, ya que es algo inalcanzable que además crea frustración y merma la autoestima. Hay que aprender a mirarlo y quererlo tal cual es. La autoestima no debe depender de los kilos que marque una báscula. Así que, ¿y si leemos la experiencia corporal maternal con otros ojos? Es el caso de María Puig, a quien ser madre ha llevado a empoderarse. Con su bebé de ocho meses en brazos explica: “Socialmente, mi cuerpo está peor: estrías, sobrepeso, pechos caídos de amamantar... Pero a nivel íntimo valoro muchísimo más mi cuerpo, lo trato con mucho más cariño, no me autoexijo tantísimo en la estética y la belleza estereotipada”. Y gratas noticias, su lectura positiva le ha llevado a buen puerto: “Me valoro más y sexualmente ha hecho que me deje ir. Ahora estoy explorando lo que antes no me permitía. Desde que soy mamá me siento poderosa con mi cuerpo y esto ha mejorado muchísimo mi autoplacer y la relación conmigo misma”.

López Turrillo dice que la aceptación de los cambios resulta más sencilla en colectividad: “Si pudiéramos ver las tetas, las barrigas y las estrías de otras, así como desahogarnos y hablar de la nueva sexualidad, lo normalizaríamos”. Para ella el primer paso es “poner palabras a lo que nos pasa y a cómo nos sentimos”. Muestra un ejemplo: a muchas mujeres les desagrada que les tocan el pecho porque sienten que pertenece a sus bebés o, sufren incomodidad si la leche chorrea. Puede incluso que se sientan un bicho raro por el sentir rechazo a algo que debería ser placentero, pero ¿qué pasa si alguna más está viviendo algo parecido?

Las sexólogas mantienen que el deseo sexual es como la memoria: si no la trabajamos se pierde. Pasar tiempo de calidad con nuestra pareja favorece que la intimidad fluya. Y cierto es que la maternidad pone la sexualidad patas arriba y hay trabajo propio y compartido en reconstruirla. Sonia Encinas añade: “Deberíamos revisar los espacios propios para poder autocuidarnos y nutrirlos, valorar cuánta energía nos queda para actividades que son placenteras, o si el placer lo estamos dejando siempre al final de la lista”. Y concluye María Puig: “Estamos extenuadas. Las madres y los padres nos pasamos el día y la noche pensando en otra personita, y cuesta acordarse de que existimos y que también precisamos espacios íntimos para estar cuidados”.

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