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La desaparición de la pasta de estrellitas para la sopa, la vuelta de la Pantera Rosa y la ciencia de la ‘comfort food’

El anuncio de que una marca dejará de fabricar pasta de estrellas ha desatado una ola de quejas en Estados Unidos. La anécdota sirve para ejemplificar cómo lo que comemos de niños adquiere un valor sentimental que trasciende al nutricional

Comida típica
Un bol de sopa con pasta de estrellas.Daniel J. Marino (Getty Images/iStockphoto)
Enrique Alpañés

La marca estadounidense Ronzoni anunció la semana pasada que va a dejar de fabricar estrellitas. No se refería a cuerpos celestes gigantes, sino a un tipo de pasta muy popular entre la población italoamericana. La noticia generó un torrente de quejas en forma de tuits y peticiones en la plataforma de activismo online Change.org. Hasta seis se registraron en apenas unos días pidiendo a la marca que reconsidere su decisión. “Este tipo de pasta es famosa internacionalmente como una comfort food versátil y deliciosa”, rezaba una de las peticiones. “Es un alimento básico en la infancia de muchas personas. Es el remedio italiano para los resfriados y el dolor de tripa”, aseguraba otra. La mayoría de quejas provenía de estadounidenses de ascendencia italiana. Es un sentimiento que muchos compatriotas no entendieron, pero con el que los españoles pueden empatizar fácilmente: la pasta de estrellitas es muy popular en España, donde se usa principalmente en la sopa. De hecho, el grupo Ronzoli era propiedad de la española Ebro Foods hasta el año pasado.

La anécdota sirve para ilustrar la importancia de la llamada comfort food (comida reconfortante en su traducción del inglés) y la importancia del sesgo cultural en lo que entendemos como tal. El término lo acuñó en los años setenta la actriz Liza Minnelli, cuando dijo en una entrevista que la hamburguesa era su comfort food. Pero no fue hasta mediados de los 2000 cuando el concepto empezó a ganar popularidad en todo el mundo. “Se utiliza para referirse a la comida que tiene un componente emocional y es capaz de hacernos sentir bien, como en casa”, explica por email Laura Pérez, psicóloga experta en alimentación del Centro de Nutrición Júlia Farré. “Yo lo relacionaría con el concepto de condicionamiento, es decir, algo que hemos aprendido por asociación. Por ejemplo, las patatas fritas de mi abuela, para mí, son mucho más que unas simples patatas: me trasladan a las comidas de verano, cuando nos juntábamos toda la familia, y me evocan un recuerdo feliz”.

El cerebro recompensa al ingerir cualquier tipo de alimento, liberando sustancias químicas que nos hacen sentir bien. Pero, como sabe cualquiera que haya comido una tarta de queso, los dulces pueden hacernos sentir especialmente bien. La ingesta de hidratos de carbono genera dopamina, pero el concepto de comfort food no solo está relacionado con la alimentación y los nutrientes, tiene un componente emocional. “Si hiciéramos una encuesta, la mayoría de alimentación considerada comfort food serían caldos, tartas, sopas… comida tradicional”, abunda Pérez. “Por eso yo lo consideraría algo cultural que no tiene relación directa con las calorías”.

Puede que la cultura popular tardara en abrazar el concepto de comfort food, pero en el mundo académico lleva siendo tema de debate desde hace décadas. En un famoso experimento de 1980 se llegó a la conclusión de que, cuando un plato se presenta como un premio, el 87% de los niños incrementa su preferencia por el mismo, algo que también sucede cuando se ofrece junto a una interacción positiva con un adulto. Los intentos de clasificar este tipo de comida en crujiente o blanda, sólida o líquida, fácil de comer o difícil, han fracasado a la hora de encontrar un patrón. No se sabe cómo es, pero sí cuándo nos apetece. Distintos estudios han confirmado que la soledad dispara el consumo de comfort food. Eso explicaría el extraño comportamiento de los consumidores españoles durante el confinamiento. Según un estudio de la empresa Gelt se incrementó la compra de patatas fritas (+87,13%), chocolate (+79,04%) y helado (+76,19%). El gobierno cifró en un 196% el incremento en el consumo de harina, que en muchos casos se usó para hacer repostería o atreverse incluso a experimentar con el pan casero, que podría considerarse algo así como el comfort food primigenio.

Aunque este tipo de alimentos suelen tener un componente familiar y casero, el marketing ha conseguido hackearlo, tocando las teclas correctas para que fomente el consumo. “Las marcas son muy conscientes del efecto que tiene la nostalgia en nosotros, especialmente en temas de alimentación”, explica por teléfono Ana Isabel Jiménez Zarco, profesora de Estudios de Economía y Empresa de la UOC. “En este caso, siempre pongo el ejemplo de lo que hizo Bimbo con los snacks de La Pantera Rosa y Tigretón”. Estos bollos fueron muy populares entre los niños de los noventa, pero los cambios en los hábitos de consumo los retiraron de muchos estantes de supermercados. No dejaron de fabricarse, pero perdieron popularidad. En 2016 la marca lanzó una campaña dirigida no a los niños de ahora, sino a quienes lo fueron entonces. Bajo el término inventado sistalgia hacía referencia a la nostalgia por productos que sí existen. “Estaban evocando a las generaciones antiguas esos momentos positivos”, señala Jiménez Zarco. “Para el consumidor es importante el sabor del alimento, pero también los recuerdos ligados al mismo. Normalmente, los consumíamos en el recreo, en el cumpleaños de un amigo, en momentos felices”. La fabada de bote que en los anuncios cocina una abuela o los productos que se catalogan como caseros o tradicionales tiran de la misma palanca nostálgica aplicada a la alimentación.

Tanto la sopa de estrellas como la bollería industrial pueden considerarse comfort food, pero ambos alimentos no pueden ser más diferentes a nivel nutricional. La buena noticia es que, tomados con moderación, ambos pueden tener efectos positivos, si no en nuestra salud física, al menos en la emocional. Un estudio sobre la tercera edad en EE UU reveló que engordar un poco comiendo cosas que nos hagan sentir bien era más sano que estar demasiado delgado, sobre todo entre los mayores de 65 años. Eso no quiere decir que debamos hincharnos a Panteras Rosas. Pero tampoco la magdalena de Proust era la opción nutricional más saludable.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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