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Los beneficios de los huertos vecinales urbanos: la semilla que reverdece las ciudades

Espacios verdes autogestionados florecen y respiran en distintos municipios españoles gracias a la labor de implicados vecinos. Más allá de cubrir un pequeño paso hacia la soberanía alimentaria, sus frutos se orientan hacia la integración social y la transición ecológica

Esta Es una Plaza, situada en el madrileño barrio de Lavapiés, iniciativa vecinal de huerto urbano más orientada a la pedagogía que al autoconsumo.
Esta Es una Plaza, situada en el madrileño barrio de Lavapiés, iniciativa vecinal de huerto urbano más orientada a la pedagogía que al autoconsumo.Marie Obelleiro

Pocos en la ciudad lo saben, pero a la entrada de Cádiz, a corta distancia de la playa de Cortadura, brotan del suelo tomateras, puerros, acelgas, habas, sandías y todo tipo de plantas aromáticas. Se trata de La Parcela, el inesperado vergel de 2.000 metros cuadrados levantado por la asociación La Mar de Verde, que trata de tejer una red de huertos urbanos autogestionados en la ciudad andaluza. En los bancales, los socios acuden a velar por sus cultivos, a cosechar lo que esté listo o, tras varios días de intensas lluvias, a retirar caracoles, más rápidos en comerse la cosecha de lo que se puede sospechar. No hay tendido eléctrico, la caída de la tarde marca el final del trabajo en el huerto. El proyecto de la asociación convive en el tiempo con un resurgido interés por las posibilidades de la horticultura, que no se achanta ante los espacios pequeños ni en los entornos urbanos.

María José Mariscal es una de las encargadas del mantenimiento del huerto. Con cuidado, trasplanta al sustrato nuevos cepellones. “Nuestro planeta es nuestra casa, es importante para nosotros contribuir a su cuidado. Al reverdecer la ciudad conseguimos reducir el dióxido de carbono y bajar las temperaturas en verano”, explica, al tiempo que enumera los beneficios de un espacio como La Parcela, que van desde favorecer una alimentación más saludable de base vegetal hasta trabajar sobre el estrés y los ritmos de vida que marcan nuestro tiempo. “Queremos que los ciudadanos aprendan que no hay que tener un terreno o un jardín para poder cultivar, que podemos hacerlo en la ciudad utilizando los maceteros de los balcones, terrazas y azoteas, jardineras, mesas de cultivo o huertos verticales”.

La Mar de Verde nació como una posibilidad de reconversión laboral y se constituyó como asociación sin ánimo de lucro en 2017. Ramón García Almozara, socio fundador, relata sus inicios y raíces para EL PAÍS en el invernadero de la asociación, que hace las veces de escuela y de lugar de reuniones, y que está situado en Segunda Aguada, uno de los barrios más poblados de la ciudad. “La mayoría de los gaditanos cree que no tenemos cultura agraria. Cádiz no conoce su historia”, reflexiona García Almozara. “Sí que hubo esa resiliencia, esa convivencia y esa autosuficiencia en Cádiz. Entonces se llamaba a los lugares y personas por el nombre de la huerta. Una tradición que ahora tenemos que recuperar y que descansa en la sabiduría popular.” Explica que los huertos que la asociación mantiene vivos se etiquetan bajo la categoría de demostrativos, es decir, “lo que se obtiene como resultado se utiliza como herramienta para el tejido social”. Huertos que prueban a sus vecinos que esas prácticas hortícolas son posibles en el contexto de la ciudad, y que traen consigo una perseguida transformación en su comunidad.

La parcela de La Mar de Verde, en Cádiz.
La parcela de La Mar de Verde, en Cádiz.La Mar de Verde

Como La Parcela, otros espacios verdes afloran en la orografía de las ciudades impulsados por vecinos, que se constituyen en asociación para impulsarlos. En el caso de Esta Es una Plaza, situada en el barrio de Lavapiés (Madrid), se repite la fórmula de La Mar de Verde: el convenio mediante el cual el Ayuntamiento realiza una cesión del terreno acotada en el tiempo. Esta iniciativa vecinal madrileña es ya veterana, suma 14 años de historia y estrena ahora una nueva cesión de cuatro años prorrogable a otros cuatro, conseguida mediante concurso público.

Un modesto huerto convive aquí con merenderos, murales, un pequeño parque infantil e incluso un anfiteatro. Su historia la narra Xosé Ramil, secretario de la asociación homónima, quien estuvo allí desde su primera andadura en 2008. Todo comenzó con un taller sobre gestión de espacios urbanos, celebrado en La Casa Encendida, en el que participaron arquitectos y expertos del ámbito medioambiental. “Finalizado el taller, se pidió al Ayuntamiento que se cediese el espacio del número 24 de la calle Doctor Fourquet, que llevaba 40 años abandonado, para poner en prácticas los resultados en una intervención de unos 15 días”, explica. “Muchos vecinos se sumaron para hacer más agradable el espacio al ver que se empezaba a limpiar y a organizar.” Al término del plazo que debía durar la intervención, los vecinos no querían desprenderse de lo que habían creado. Se habían instalado los bancales del huerto y habilitado espacios para distintas actividades. Ramil recuerda el sentimiento de desolación el día que el Ayuntamiento mandó una excavadora para deshacerlo todo, considerando la iniciativa de los vecinos como una ocupación. “Los vecinos empezaron a organizar unas manifestaciones en forma de desayunos frente a la puerta de la plaza para reivindicar el espacio. Y, finalmente, el Ayuntamiento aceptó su cesión. Pero se necesitaba una figura legal, y así fue cómo se creó la asociación”. Aunque nació con fines instrumentales, la asociación de Esta Es Una Plaza decidió trabajar sus estatutos para convertirse en una con fines de custodia, “recuperando esa figura del ámbito rural que es la custodia del territorio y trasladándola al urbano”.

El huerto de Esta Es Una Plaza está más orientado a la pedagogía que al autoconsumo. “Tiene una labor de aprendizaje”, expone Ramil. “Para enseñar a cultivar y hacer que los vecinos se vinculen con la tierra”. Un bancal se destina para que los niños realicen talleres y aprendan sobre semillas, cultivos, cosechas y temporadas de siembra.

Una herramienta útil en el contexto de la emergencia climática

La botánica y activista climática Robin Wall Kimmerer defiende en su ensayo Una trenza de hierba sagrada (Capitán Swing, 2021) que el despertar de la conciencia ecológica necesita de la capacidad de reconocer y celebrar el entorno vivo tanto como de la restauración de la relación con él. Los huertos urbanos de gestión colectiva brindan esa oportunidad de enraizamiento.

Vecinos cuidando del huerto Esta Es Una Plaza en el madrileño barrio de Lavapiés.
Vecinos cuidando del huerto Esta Es Una Plaza en el madrileño barrio de Lavapiés.Marie Obelleiro

En la ciudad de Nueva York, los vecinos del jardín comunitario de Coney Island lo aprendieron en su lucha por salvar el espacio del desarrollo inmobiliario. Raymond Figueroa, presidente de la New York City Community Garden Coalition, descubrió en el proceso que conseguir la denominación de área medioambiental clave (Critical Environmental Area) podía convertirse en la herramienta legal oportuna para proteger estos espacios desde un punto de vista jurídico. Más allá de las posibilidades de soberanía alimentaria y de desarrollo social que estos ofrecen, Figueroa contaba a Civil Eats que los jardines comunitarios “son más que lugares de ocio urbano, son importantes vehículos para el desarrollo comunitario, la sostenibilidad y los recursos de soberanía alimentaria.”

La existencia de espacios verdes accesibles para los vecinos de los entornos urbanos es también fundamental para consolidar su relación con el ecosistema que habitan. En Perdiendo el Edén (Gatopardo Ediciones, 2021), la escritora y periodista Lucy Jones recuerda que “las poblaciones vulnerables pasan menos tiempo en áreas naturales, en pueblos y ciudades hay menos parques en las zonas desfavorecidas que en las prósperas. Los niños que habitan zonas desfavorecidas tienen nueve veces menos posibilidades de tener acceso a la naturaleza a través de áreas verdes y espacios de juego que los niños de las zonas ricas”. El silvicultor urbano Cecil Konijnendijk lanzaba como propuesta la regla 3/30/300 como un modelo posible en el camino de reverdecer los núcleos urbanos: ser capaz de ver tres árboles desde la ventana, habitar un distrito con un 30% de cobertura vegetal y a un máximo de 300 metros del área verde más cercana tendría efectos positivos en la salud mental, según un estudio del Instituto de Salud Global (ISGlobal) realizado en Barcelona.

En Esta Es Una Plaza han comprobado que el huerto es también una herramienta excelente para crear barrio, para generar y fortalecer lazos entre vecinos. “El huerto es una actividad que une mucho a la gente, que desencadena muchas conversaciones. Es de las actividades que más sirven para crear vínculos”, explica Xosé Ramil. “Estos espacios demuestran que las ciudades no están diseñadas para las personas. Hay determinados barrios en los que se nota muchísimo, en el barrio de Lavapiés hay esta falta de espacios verdes, espacios donde poder estar.” Dice notar la importancia del espacio para los vecinos cada vez que toca renovar la cesión: “Los vecinos se vuelcan. Los ayuntamientos, las instituciones, tienen mucho que aprender de estos espacios para crear otro tipo de ciudades mucho más habitables.”

Al preguntar a Ramón García Almozara por el impacto de los huertos de La Mar de Verde entre los vecinos de Cádiz, este matiza que depende de cómo despierte su interés, su capacidad de sorpresa, ante algo “que siempre ha estado ahí, aunque lo vayamos olvidando”. “Se trata de llevar dentro la semilla y saber plantarla, es decir; de transformar nuestras capacidades en recursos”.

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