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Cómo sobrevivir al ‘burnout’ o agotamiento navideño

El imperativo de que en Navidad debemos estar alegres, felices y cumplir con infinidad de compromisos sociales y de consumo puede generar una sensación de hastío que no comulga con el espíritu de tan señaladas fechas. Pero hay soluciones para que las fiestas no nos pasen factura

Un hastiado Papa Noel, en el centro comercial Harrods, Londres, en la Navidad de 1953.
Un hastiado Papa Noel, en el centro comercial Harrods, Londres, en la Navidad de 1953.John Chillingworth (Getty Images)

Sabemos con certeza qué día terminan las Navidades. Algunos dirán que cuando sus majestades, los Reyes Magos de Oriente, dejan los regalos bajo el árbol. Otros, cuando empiezan las rebajas. Pero, ¿sabríamos determinar exactamente cuándo dan comienzo? Hace unos años, la fecha socialmente aceptada era el 6 de diciembre cuando, aprovechando el festivo, las familias sacaban del trastero el viejo árbol, los adornos, el espumillón y el Belén y comenzaban a decorar la casa en los tradicionales colores rojo y verde, aunque el verdadero espíritu navideño nos poseyese la mañana del sorteo. Ahora, sería difícil dar con la fecha exacta: en Madrid, Cortylandia, el show de escaparate cantarín con simpáticos monigotes que se instala en la fachada de los grandes almacenes, se puso en marcha a finales de noviembre, al tiempo que las colas del establecimiento de lotería más famoso de España, Doña Manolita, ya daban la vuelta a la esquina. En Vigo, la ciudad que ha convertido el encendido de luces en patrimonio, el arranque de la Navidad tuvo lugar el 19 de noviembre, cuando iluminaron el árbol en la Puerta del Sol. En Madrid fue la noche del 24. En Málaga, la calle Larios se iluminó el día 26 de noviembre.

No son solo las luces y los adornos. En los últimos años, la vorágine consumista inunda el calendario prenavideño invitando a comprar con anticipación los regalos que se pondrán bajo el árbol: desde el Día del Soltero, el 11 de noviembre, o el Black Friday, que a pesar de establecerse el 25 de noviembre ya dura toda la semana, hasta el Cyber Monday, el lunes siguiente. Los supermercados ya exhiben en sus estantes destacados los turrones y los dulces navideños inmediatamente después del Día de Todos los Santos. Añadimos a esto los brindis con amigos, el amigo invisible, las cenas y comidas de empresa que dan comienzo a mediados de diciembre y la Navidad parece durar una eternidad.

“Se me atragantan las luces de Navidad y los arbolitos. Cada vez que escucho el concepto amigo invisible, me sale un sarpullido. Y creo que alguien debería dejar claro que el 31 de diciembre no se acaba el mundo, para la tranquilidad de todos aquellos que necesitan organizar una comilona o cena insultantemente cara durante el mes de diciembre, para celebrar una amistad que ya solo se reúne ese mes”, explica a EL PAÍS Elena, de 31 años. Sus palabras son comunes entre una larga lista de personas interrogadas sobre sus sentimientos en estas fechas. La queja principal es el tiempo: la Navidad cada vez empieza antes. La segunda, el hastío generalizado provocado por diversos factores: bares y restaurantes abarrotados, centros de ciudades intransitables durante más de un mes, villancicos, compromisos obligatorios a los que hay que llevar la máscara social, demasiado tiempo en familia, un consumo compulsivo y la sensación de hacer muchas cosas sin llegar a disfrutar plenamente de ninguna de ellas.

“Las festividades se han convertido en mini maratones, repartidos en varios días, incluso semanas”, escribía en el boletín Culture Studies la periodista y ensayista Anne Helen Peterson, autora de No puedo más: cómo los millennials se convirtieron en la generación quemada (Capitán Swing, 2021). “Se han convertido en temporadas en sí mismas, con sus actuaciones sociales y hábitos de consumo, que oscilan entre la alegría y la obligación”. Esa obligación, oculta tras el imperativo de que en Navidad debemos tener un espíritu alegre y mostrarnos felices, genera en ocasiones una sensación de estar fuera de lugar cuando el espíritu navideño no acompaña. La Asociación Americana de Psicología utiliza las palabras estrés y ansiedad para hablar de cómo este periodo añade una presión adicional por intentar alcanzar todas las expectativas.

En familia, hay que repartir tareas e intentar no saturarse, tener una cierta previsión para disfrutar de un tiempo de calidad e incluso reservarse un tiempo para estar a solas
Joaquim T. Limonero, catedrático de psicología y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS)

“La Navidad es una época intensa para las emociones, donde se agudizan tanto las positivas como las negativas”, explica a EL PAÍS Joaquim T. Limonero, catedrático de psicología y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS). “Uno de los factores que influyen en el hartazgo navideño es que se produce una ruptura de nuestras rutinas: los seres humanos solemos hacer todos los días lo mismo, así que cuando se rompen nuestras rutinas durante un periodo de tiempo que cada año abarca más días y no se gestiona bien, producirá ansiedad y estrés”. El psicólogo incide en que, durante las Navidades, como en cualquier otra época del año, “todo va a depender de las expectativas que tengamos” así como de si somos o no capaces de “recuperar nuestra sensación de control sobre la situación”.

Sobre las expectativas, se podría culpar a ¡Qué bello es vivir! o a cualquier película navideña, que suelen mostrar a familias adorables y felices con conflictos suaves que en nada se parecen a las familias normales y corrientes; y terminemos culpando al sadvertising, esa corriente publicitaria cuyo propósito, además de hacer que las personas se inclinen positivamente hacia una marca y así vender productos, es además hacer llorar tocando todas las teclas emocionales: “Tenemos que recordar que todo eso son ficciones”, explica Joaquim T. Limonero, “y que las familias, además de ser maravillosas, son también maravillosamente imperfectas”. El problema aquí, según explica el psicólogo, es caer en comparaciones. Nuestras casas no van a estar decoradas como en una película estadounidense y, por muchas buenas intenciones que tengamos, las cenas no van a salir perfectas, como tampoco lo van a ser las conversaciones que tengamos sin un bonito guion delante. Y no pasa nada.

“Para evitarnos la mayor cantidad de estrés y ansiedad que generan estas fechas, debemos tener una percepción de control”, añade el psicólogo. Para ello, lo mejor que se puede hacer es organizar con antelación y tomar decisiones. “Decidir qué vas a hacer y cómo lo vas a hacer. Y consensuar, sin imponerse”. No es necesario ir a las cuatro cenas que tienes programadas y, como aconseja el psicólogo: “En familia, hay que repartir tareas e intentar no saturarse, tener una cierta previsión para disfrutar de un tiempo de calidad e incluso reservarse un tiempo para estar a solas”. Para respetar la convivencia, Limonero recomienda no entrar en discusiones. “Si sabes que un familiar se va a enfadar con un tema de conversación, evita tocarlo. Y si lo toca él, no entres al trapo. No es necesario ganar todas las batallas”. El psicólogo también recomienda ser sincero en cuanto a las finanzas de cada uno, para que las cenas no se nos atraganten. Las personas solas o quienes más que familia tienen familias escogidas, también deberán preparar con antelación sus planes para no entristecerse en esas fechas.

“Las Navidades está por todas partes”, como ya advertía el viejo rockero de la comedia romántica navideña Love Actually. Y cada vez durante más tiempo. “Cambiar el chip”, como dice el psicólogo, durante estas fechas permitirá que no lleguemos exhaustos al 6 de enero.

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