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La madre detenida en Madrid por dejar a su hija sola llegó a España huyendo del narco desde Colombia: “Si no trabajo, ¿cómo la mantengo?”

La niña, de cuatro años, se encuentra en un centro de acogida al percatarse la Policía de que no había nadie con ella mientras su madre estaba trabajando

La mujer a la que detuvo la Policía en Madrid por dejar sola en casa a su hija de cuatro años, el miércoles.Foto: SANTI BURGOS

Si Catalina Delgado (nombre ficticio), de 23 años, hubiera querido abandonar a su hija para irse a trabajar, cuenta que lo hubiera hecho cualquier día antes del 28 de noviembre de 2019. En Cali (Colombia), el narco había amenazado a dos de sus hermanos y todo en la casa familiar estaba en peligro. Ese día salieron los tres y la niña de un año y medio en un vuelo a Madrid sin retorno. Del otro lado del charco estaba la posibilidad de que la pequeña tuviera un futuro más provechoso que el suyo, que se había dejado buena parte de su juventud en una fábrica textil del Pacífico colombiano por un puñado de pesos. Si no le pesara separarse de su hija, la hubiera dejado allí, con su padre y el resto de su familia. Pero Catalina lleva en sus entrañas el recuerdo de un vacío, el de la ausencia de su madre, que abandonó a los cinco hermanos —ella, la única mujer, cuando tenía seis meses—, y no estaba dispuesta a repetirlo: “Cuando tuve a mi hija me prometí que yo nunca sería como mi madre, ni le haría sentir eso a mi niña”, contaba el miércoles en una plaza de Madrid.

El jueves 16 de febrero, el llanto desconsolado de su hija, casi de madrugada, llevó a una vecino a alertar a la policía. Horas más tarde era arrestada por abandono de menores y la pequeña, de cuatro años, ingresaba en un centro de acogida, donde hoy permanece hasta que un juez decida si debe o no volver con su madre.

Delgado, que prefiere que su verdadero nombre no aparezca mientras se resuelve el proceso, se lamenta y se avergüenza de lo que se vio “obligada” a hacer, pero se rebela contra la imagen de “mala madre” difundida por los medios de comunicación a raíz de una nota enviada por la Policía: “Yo siempre he trabajado de interna cuidando a personas mayores y, siempre que el trabajo me ha impedido cuidar de mi hija, he pagado para que alguien me la cuide”, cuenta. “Murió la mujer a la que yo cuidaba y me salió ese trabajo de noche. Aquel día, a última hora, me fallaron todas las personas a las que yo acudo habitualmente y que mi hija quiere y conoce, y tuve que irme a trabajar, porque si no trabajo, ¿cómo la mantengo? Yo la he sacado adelante sola, todo lo que he hecho en mi vida es por ella”, dice resignada.

La niña había estado enferma hacía días y Delgado había faltado más de lo previsto al trabajo para atenderla. Tenía que volver al bar. Los riesgos de perder un empleo como el que acababa de conseguir hacía un mes en un pub en Villaverde cobran una dimensión distinta para quienes tratan de sobrevivir en un país que no es el suyo y forman parte del círculo cruel de la miseria de miles en la capital: sin un permiso de trabajo, no hay contrato; sin contrato, no hay un piso a su nombre; sin un piso a su nombre, no hay empadronamiento; sin una forma de demostrar ingresos, no hay forma de conseguir una beca, por ejemplo, para el comedor escolar de su colegio público. En ese bucle estaba Delgado la noche en la que le pusieron los grilletes en la puerta del disco pub.

El jueves 16 de febrero, la amiga que siempre le ayudaba a cuidar de la niña le falló. Su novio, con el que se había ido a vivir desde finales del año pasado y con quien también contaba para quedarse con la pequeña por las noches, se había marchado hacía 10 días a trabajar a Londres. Desde que él se partiera la clavícula, se habían acabado también sus opciones de trabajar como albañil en Madrid. Delgado estaba sola con su hija y pensó que “solo sería un ratico mientras dormía”. Lo había tenido que hacer “solo una vez antes” y se confió en que, como pasó entonces, “volvería y la niña seguiría dormida”.

Dos agentes conducen a comisaría a la mujer de 23 años detenida por abandono de menores en Madrid.
Dos agentes conducen a comisaría a la mujer de 23 años detenida por abandono de menores en Madrid.POLICÍA NACIONAL
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Cuenta sentada en una cafetería de Madrid que esa noche le dio de cenar a su hija, le juntó sus juguetes alrededor de la cama y le dejó su móvil encendido al lado. Como si el aparato fuera una extensión suya, al que podría recurrir si quería saber algo de ella. Sabía cómo descolgarlo. La dejó dormida, se vistió y salió de casa alrededor de las 22.30 con la esperanza de volver a las cuatro de la madrugada y verla en la misma posición. Acostarse a su lado un par de horas. Levantarla, peinarla y llevarla al colegio. En la dirección del centro aseguran que no pueden proporcionar ningún detalle de la situación de la menor.

Aquel jueves, hacia la medianoche, el llanto de la niña molestó a un vecino. Descolgó el teléfono y marcó, como cuenta Delgado que solía hacer con cualquier ruido, a la policía. Los agentes se presentaron en la calle y nadie respondía al timbre. Según la información de las autoridades, fue la pequeña quien abrió la puerta después de que los agentes se comunicaran con ella a través de una habitación colindante con el piso del vecino. Pero Delgado explica que eso no es posible, que entre su cuarto y la otra casa hay un salón y que no fue la niña quien abrió, sino uno de sus compañeros de piso. Un chico procedente de Pakistán que volvía de trabajar en su kebab como cada noche y que apenas habla español. El otro compañero todavía no había llegado a la casa.

La Policía accedió a la vivienda y al ver a la niña sola se la llevaron. Desde el teléfono que la propia Delgado había dejado en la habitación localizaron a su pareja (en Londres) y este, a su jefe en el bar. Cuenta que le dijeron algo por teléfono sobre “portación de armas”. Se quedó en la puerta del local a esperar a los agentes. Ella jamás pensó que tuviera relación con su hija. “Creí que quizá tenía que ver con alguno de mis hermanos. Nadie me explicó lo que estaba pasando hasta que llegué a la comisaría”, relata.

Abandono de menores. Esas palabras le queman una semana después de que circularan por Facebook noticias con su silueta esposada. ”Me duele mucho que se diga eso de mí, no me conocen, no es cierto. También pusieron que mi hija no había comido desde hacía horas, solo un trozo de pan, ¿de dónde sacan eso?”, se pregunta indignada. Su cuñada, que la acompaña esta tarde, trata de calmarla diciendo que todo esto pasará, porque ella debe estar segura de quién es y hay gente que puede corroborarlo, como la trabajadora social de su colegio, como el pediatra, como la poca familia que tiene en España. “¿Qué se creen que hacemos las madres en esa situación? No es la única que tiene que hacer eso en algún momento de su vida, aquí nada es fácil, ¿sabe?”, señala la cuñada mientras su hermano, que también la acompaña, asiente serio.

Atrapada en Teruel

Desde que aterrizaron en Madrid, nada fue sencillo. Los tres hermanos solicitaron el asilo, aunque al tener a la niña la consideraron fuera del núcleo familiar y debió seguir el trámite por su cuenta. Ahora, solo mantiene relación con uno de los hermanos, que reside en Madrid. La fundación CEPAIM la asistió en el proceso que tuvo que continuar en Teruel. Desde la institución corroboran que entró en su programa por esas fechas. Hasta allá se fue sola Delgado con su hija, en vísperas del encierro mundial por la pandemia. Le proporcionaron un piso y un dinero para comprar comida y mantener a la niña el tiempo que duró el proceso. Dos meses después, recuerda ella, le anunciaron que se le había negado el asilo. Y todo se complicó. La pandemia arreciaba y se había quedado atrapada en Teruel sin casa ni ayuda posible. No podía ni regresar a Colombia, cerrada por el confinamiento. Ni con sus hermanos, cada uno en una parte de España con restricciones de viajes internos.

En Teruel consiguió trabajo en la casa de un hombre mayor. Lo limpiaba y cuidaba de él y les permitió a las dos instalarse en su piso. Estuvo un año, hasta que decidió regresar a Madrid con su familia. Vivió unos meses en su casa en Entrevías hasta que consiguió un empleo y una habitación alquilada en el piso de una amiga de la familia, por Alto del Arenal. Su nuevo trabajo estaba en Leganés, también como interna (sin papeles), cuidando a una señora mayor. Su hija se quedaba entre semana con su amiga y la madre de ella, que la llevaban al colegio y cuando no pudo pagar el comedor, ellas le daban de comer. Delgado volvía todos los fines de semana para verla. “Todavía las llama mami, se quieren mucho”, dice.

La anciana a la que cuidaba murió a finales de año y decidió mudarse al piso de su novio, con el que lleva dos años saliendo, que compartía con dos hombres de Pakistán. El casero les cobraba 400 euros por una habitación en la vivienda de tres dormitorios. Cuando se fue su pareja a Londres, se les quedó el precio en 350. Consiguió trabajo en el bar de Villaverde porque, aunque detestaba trabajar por la noche, “era lo que había”. Cuenta que se sacan alrededor de 900 euros al mes, según los días que pueda ir y de lo generosos que sean los clientes con las propinas. Cuatro días antes de que acabara en la comisaría, se había enterado de que estaba embarazada de casi cinco meses.

La primera vez que Delgado vio a su bebé en la ecografía fue en el reconocimiento médico que le hizo la Policía. Le dijeron que era una niña y, aunque no puede contener su emoción, asegura que no estaba en sus planes. Tomaba anticonceptivos por unos quistes en los ovarios hasta que su médico de cabecera le recetó una inyección de hormonas y cree que eso pudo trastocarlo todo. Se quedó embarazada enseguida. Y se dio cuenta cuando su pareja estaba ya a casi 2.000 kilómetros de distancia.

El lunes se celebrará el juicio en el que se decidirá su futuro inmediato y el de su hija, a la que pudo ver el miércoles en el centro de acogida por primera vez. Mientras siga el proceso, Delgado solo tiene permitido verla una vez a la semana, aunque pueden hablar por teléfono a diario. Le consuela saber que está entretenida jugando con otros niños y que le han pintado las uñas, como tanto le gusta. Llora cuando su hija le dice que la extraña, que cuándo va a ir con ella. “¿Por qué me dejaste sola esa noche, mamá?”, cuenta que le dijo la primera vez que hablaron. No sabe qué responder. Cómo le explica a su hija que ella no es como su madre. “Todo, todo, es por ella. Si me vine aquí fue para darle un futuro mejor al mío”.

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