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Una doctora agredida por un paciente: “Voté a Ayuso, pero esto que hacen en Madrid es de incompetentes”

Guadalupe Pajares, médica del Centro Sanitario 24 horas de Guadarrama, recibió el domingo puñetazos y patadas por no poder imprimir una receta, pese a que había avisado 48 horas antes del problema: “Se están cargando la Sanidad pública”

Berta Ferrero
Guadalupe Pajares, de espaldas porque prefiere no mostrar su cara con hematomas, en una imagen cedida por ella.
Guadalupe Pajares, de espaldas porque prefiere no mostrar su cara con hematomas, en una imagen cedida por ella.

La guardia de la noche del domingo al lunes de la doctora del Centro de salud 24 horas de Guadarrama, Guadalupe Pajares, de 49 años, fue un auténtico infierno. Lo de menos fue que tuviera que atender a 70 enfermos sin casi comer porque no había más médicos. O que se le acumulara la gente en la sala de espera, cada vez más desesperada. Lo de más fue que alrededor de las siete y media de la tarde recibió una paliza de un paciente porque no quería esperar y ella, para remate, no le podía imprimir una receta de un anticoagulante. El sistema informático llevaba desde el viernes sin funcionar, pese a que la doctora había avisado de ese problema sin que le dieran respuesta.

―Si es que os lo tenéis merecido―, le gritaba el agresor mientras le daba patadas, con ella en el suelo.

―Os tenemos que dar de hostias por vagos. ¡Te voy a matar!―, insistía a gritos el hombre, “de unos 40 y tantos y 1,95 metros de alto”, dos cabezas por encima de ella, que mide 1,65 y pesa 50 kilos.

El enfermero salió en su defensa y también recibió golpes e insultos. Ella consiguió defenderse, le tiró al agresor todo el material médico que tenía a su alcance, gritó más, sacó “un instinto animal de supervivencia” y consiguió zafarse de un “hombre violento, un auténtico agresor”. Según reprocha ella, este es el tipo de enfurecidos a quienes el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, ha dado rienda suelta con sus acusaciones sin pruebas de boicot por parte de los médicos ante la nueva reordenación de las urgencias extrahospitalarias. Pajares se recompuso como pudo, atendió a varias señoras que lo vieron todo y acabaron con una crisis de ansiedad y se fue al hospital de Villalba para que le hicieran un parte de lesiones. Tras ello, se dirigió al puesto de la Guardia Civil para poner una denuncia, a la que ha tenido acceso EL PAÍS, y regresó a su puesto de trabajo para continuar su jornada laboral por la noche.

“Gracias a sus palabritas sobre nosotros y a que nos llamen vagos y desleales, tenemos que soportar esto. Los que gestionan son unos mamarrachos y a los sanitarios no nos llegan ni a la suela de los zapatos”, lamentaba todavía nerviosa, pocas horas después de salir de la guardia a las ocho de la mañana. Aunque sobre todo estaba enfadada. Mucho. Con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a quien reconoce haber votado, y con todos sus políticos. “Ayuso vive como una princesa en su palacio de cristal con todo su séquito y su escolta. Y, mientras, a nosotros nos deja desprotegidos ante una población a la que ellos mismos encienden”, se quejaba ya desde su casa. Además, estaba hastiada porque, nada más llegar, había encendido la televisión y había sintonizado Telemadrid. “He tenido que soportar cómo dos pseudoperiodistas o tertulianos nos llaman desleales a nosotros y a los que se han dado de baja de manera legítima porque esto es una vergüenza que no hay quien la soporte”, contaba. E insistía: “Que me llamen de la tele, que me llamen. Y que den opción a la réplica y a explicarles cuatro cositas”.

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La situación no puede ser más lamentable para los sanitarios de las urgencias extrahospitalarias. La polarización política la sufren en sus carnes, conscientes de que la Comunidad de Madrid no solo ha puesto en marcha un plan que comenzó el jueves con los mismos centros que había antes de la pandemia (78), pero con la mitad de los sanitarios, sino que ahora los ha dejado “expuestos”. Primero a los que han renunciado por incompatibilidad con sus situaciones personales, después a los que están de baja con una crisis nerviosa por lo que el cambio significa y, por último, a los que han decidido seguir yendo, a pesar de que creen que “el plan es suicida”.

“Nos han convertido en un saco de boxeo”, se quejaba Pajares. “Porque muchos se creen las palabras despreciables de quienes gobiernan”. Una afirmación que matizaba con otra: “No he votado nunca a la izquierda. Nunca. Y esto que están haciendo en Madrid es de ser unos auténticos incompetentes”, explicaba todavía nerviosa. “Apunta bien todo. No quiero que te dejes nada. Y luego que se atrevan a venir a amenazarme, a intentar manipular mis palabras. Que me cesen. Que hagan lo que quieran conmigo”, lanzaba, consciente de que su interinidad la sitúa en una posición vulnerable. “Llevo 20 años trabajando y se están cargando la sanidad pública. Y yo soy de las que defiendo la pública y la privada porque he estado en las dos. Pero si me quieren cesar, que vengan y me lo digan. Y que se atrevan a decirme a la cara que soy una desleal”.

Pajares tiene el orgullo de sanitaria herido. Se siente maltratada y expuesta. Y le duele más todo eso que las magulladuras que tiene en la cara, en las piernas y los brazos, después de soportar cómo un paciente la amenazaba de muerte y le lanzaba delante de otros vecinos un puñetazo directo al pómulo izquierdo, donde ahora mismo muestra sin pretenderlo un feo hematoma. Cuando habían pasado pocas horas del incidente, al salir del trabajo, el enfado la empujaba a enfrentarse a cualquiera, aunque admitía: “En tres días, cuando se me pase, probablemente estaré llorando”. En ese momento aceptó hacerse unas fotos para EL PAÍS. En ellas miraba a cámara seria, enfadada y mostraba las señales de una noche que debió pasar curando y no recibiendo cuidados. Pocas horas después, pidió que no se publicaran. “Por favor, tengo dos hijos pequeños y no quiero perjudicarlos”, suplicó. “Que no se vea mi cara. Es lo único que pido. Pero cuenta todo lo demás”.

El miedo a lo que pueda pasarle, después de todo, ya empieza a pasarle factura.

Lo demás consiste en lo que ocurrió el domingo y por qué ella cree que se ha llegado a esta situación. Eran las 19.30 de la tarde cuando el agresor entró en el centro de salud de Guadarrama exigiendo una receta que la doctora no podía imprimir. Ella misma había escrito el viernes pasado a la dirección asistencial noroeste, a la que pertenece su municipio, avisando de que los sistemas informáticos que utilizan los médicos para comprobar el historial de los pacientes y para administrar recetas no funcionaban. “Creo que se han empeñado con gran insistencia en conocer si iba a ocupar mi puesto de trabajo hoy. Además de ser ofensivo hacia mi persona, les rogaría que en lo sucesivo emplearan la misma insistencia en comprobar varias cuestiones, que desde las 17.00 horas de hoy [por el viernes] aún están por resolverse en el PAC de Guadarrama”, escribía en un correo que ha podido ver este periódico. “Mi próxima guardia será el domingo y probablemente va a volver a suceder lo mismo o peor”, vaticinó.

“Si llega a tener una navaja me mata”

Llegó el domingo y, efectivamente, pasó algo peor. “Creo que si llega a tener una navaja o algo me mata”, reflexiona ahora. El paciente se envalentonó, le pegó y comenzó a insultar a los médicos con el argumento de que no hacían correctamente su trabajo. Y Pajares culpa de ese comportamiento a aquellos a los que votó y nunca más tendrán su confianza.

“Han puesto en marcha un plan en 24 horas, mandando correos de madrugada a personas que tenían su vida organizada y a quienes las hacían cambiar de municipio, de hora y de todo. Algunos compañeros llamaban llorando por la situación, completamente desesperados. Si se han puesto de baja es completamente legítimo porque estamos hasta arriba y porque la ley permite cogerse una baja cuando una persona muestra una incapacidad para realizar su trabajo, que es el caso de todos los compañeros que no han podido ir a trabajar con todo el dolor del mundo porque sabían lo que había”, insiste la doctora. “Se han cargado algo que funcionaba perfectamente, los SAR (Servicios de Atención Rurales) funcionábamos como una mente colmena, ¿sabes lo que es eso? Que tres personas trabajen completamente acompasados ante la gravedad de un paciente, sabiendo los espacios que hay, los teléfonos de la policía a los que hay que llamar, qué hacer en cada momento y cómo dividirse”, describía. Sin embargo, el nuevo plan de Ayuso ha dejado las plantillas tiritando y cada servicio de urgencia contará a partir de ahora solo con un médico, un enfermero y un celador. Justo la mitad de lo que había antes.

Este domingo, en 51 de los 78 centros sanitarios 24 horas no hubo médico, según datos recabados por la Plataforma SAR. En Guadarrama estaba Pajares junto a un enfermero y un celador, los dos nuevos. “Se han cargado la mente colmena”, insistía, tras la guardia. “Los pobres no sabían ni cómo se abrían las puertas”. “Y encima”, insistía otra vez, “tenemos que aguantar que nos llamen desleales”.

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Sobre la firma

Berta Ferrero
Especializada en temas sociales en la sección de Madrid, hace especial hincapié en Educación o Medio Ambiente. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Cardenal Herrera CEU (Valencia) y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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