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Cuatro horas de guerrilla ‘intelectual’ en el Ateneo: “¡Qué bien se vive en una dictadura!”

El giro emprendido por la nueva dirección de la institución cultural privada no es comprendido por algunos socios, que boicotean las iniciativas para renovarla y salvar las cuentas

Manuel Viejo
Nueva direccion Ateneo Madrid
La junta mensual del Ateneo, en el salón de plenos, este miércoles.

No hay tiempo que perder. La junta ordinaria del Ateneo comienza puntual. Son las 19.30 del miércoles. Más de un centenar de socios se sienta en las butacas rojas del majestuoso salón de actos del siglo XIX. En el pleno hay caras nuevas, viejas, largas, algunas miradas inquisitivas y cierto hastío. La tensión se palpa en esta prestigiosa institución bicentenaria. Lo que sigue a continuación es el relato de una grabación de casi cuatro horas a la que ha tenido acceso este diario. Comienza la sesión. De pronto, un señor de unos 80 años se levanta del asiento muy decidido. Algunos socios miran al vecino de asiento. El señor, de barba blanca perfilada y chinos beige, desfila por el pasillo de butacas directo a un atril negro ubicado a pocos metros del escenario. Conoce muy bien los entresijos de este templo privado de la cultura fundado allá por 1820:

―Solicito la palabra.

El nuevo presidente del Ateneo, el conocido experto en Ciencias Políticas y Sociología Luis Arroyo, suspira. Está sentado junto al resto de 11 miembros de la Junta de Gobierno. El señor comienza su discurso sin mucho revuelo. “Solicito la lectura de los documentos para modificar el acta”, comienza. “¡No se puede aprobar el acta así!”. El señor es un socio veterano. No está cómodo con la llegada de la nueva Junta de Gobierno, que preside esta institución madrileña desde hace seis meses, tras unas convulsas elecciones. Se siente ninguneado. Cree que la nuevos mandatarios no son integradores. Que no cumplen al dedillo con el reglamento histórico de la sala. Estalla:

―¡Aquí las cosas se hacen por orden! ¡Ya está bien!

―Alfonso, me corresponde a mí dirigir el orden de las reuniones― inquiere el presidente.

―No discuta con los socios. ¡Esa no es su obligación! Si quiere discutir con los socios, póngase ahí delante de todos.

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―Cuando termine le responderé.

Un grupo de personas aplaude. El Ateneo vive en una crisis permanente desde hace años, según confirman decenas de socios. La deuda asciende a 1,5 millones de euros por una subvención del Ministerio de Cultura que no se justificó lo suficiente hace más de una década. El caso, cuentan fuentes de la institución, aún está en litigios judiciales. El templo cultural que un día fue ilustre y por el que dieron cátedra reyes, presidentes de gobierno, artistas y pensadores como Einstein, Marie Curie, Ortega y Gasset o Teresa de Calcuta, ya no ocupa titulares en la prensa nacional, se ha ido apagando con el paso del tiempo.

La histórica biblioteca del Ateneo de Madrid.
La histórica biblioteca del Ateneo de Madrid.SAMUEL SÁNCHEZ

La nueva Junta quiere impulsarlo de nuevo. Sin embargo, ahora las reuniones mensuales se ralentizan durante horas por la actitud de un grupo de socios que no comprende el giro emprendido por estos miembros, conocidos como Grupo 1820 y en el que están presentes: el prestigioso matemático de la Universidad de Salamanca José Pablo de Pedro, la emprendedora y consejera de Prisa (editor de este diario), Pepita Marín, o la conocida bióloga Isabel Patricia Fuentes. Este periódico ha contactado con varios de los 16 empleados que trabajan en el Ateneo. La mayoría se sorprenden con las juntas de ahora: “Estos socios hacen la vida imposible. No aceptan el cambio de rumbo”.

La situación ha llegado a tal punto, que desde hace muy pocas semanas algunos martes de cada mes se realizan conciertos de jazz con velas. La empresa privada que gestiona estas sesiones musicales abona 30.000 euros al Ateneo por el alquiler de su gran sala. Un alivio económico para las maltrechas cuentas de la institución. El grupo de socios disconformes no tolera esta cesión, como tampoco que se permita la entrada de erasmus internacionales a la biblioteca. A su juicio, son intromisiones impropias de un templo de este calibre. En el primer concierto de jazz, recuerdan dos trabajadores, uno de los miembros díscolos se presentó en la puerta del Ateneo y llamó a la policía al ver cientos y cientos de velas como attrezzo sobre el salón de actos. Supuestamente temía por un incendio. Los agentes acudieron de inmediato ante semejante llamada de alerta. Al abrir la puerta vieron que los candelabros eran de LED. “¿Esto no es normal, no? Así no podemos seguir”, opina por teléfono uno de los socios nuevos.

Para ser miembro del Ateneo es necesario abonar 300 euros anuales y ser respaldado por la mayoría de miembros en las juntas. Hasta hace seis meses, según relatan varios socios, acudían a las sesiones mensuales alrededor de 30 o 40 de los 2.000 que albergan. Ahora, con la llegada de la nueva directiva, se alcanza el centenar y algunos días los 200 sobre un aforo de 233. “El Ateneo ha cobrado vida”, coinciden. “El Ateneo también tiene que hablar de los vivos”, dijo el presidente en su última entrevista con este diario.

Ayudas públicas

La institución solo recibe dos subvenciones públicas. Una del Ayuntamiento, que ronda los 200.000 euros, y otra de la Comunidad, de 150.000. La nueva junta ha logrado mantener esta ayuda regional para 2021, eliminada a principios de año. El nuevo presidente quiere impregnar un nuevo barniz más propio de los nuevos tiempos. Un baño de imagen que los más veteranos consideran intolerable. Uno de ellos afirma por teléfono que, más allá de eso, la cuestión es que no se respetan las normas. “Nos dicen que somos mayores. El Ateneo estuvo dirigido por gente joven, como Manuel Azaña, pero esto, no. Hay cosas que se traen sabidas de casa. Quieren desplazarnos a los viejos para que nos muramos de una puñetera vez. ¡Esto no eses serio!”.

Afirma que la actual junta desprecia su trabajo. Que falsean y no publican las actas para los socios. Un miembro veterano, a través de un correo electrónico, ha enviado a este diario 15 puntos que la junta supuestamente incumple. “No conceden la palabra a los socios críticos”. “No han inaugurado el curso con una ponencia sobre temas científicos, literarios o artísticos”. “Las preguntas no se contestan en el acto”. “Imponen la votación como les da la gana”. En el vídeo del miércoles hablan los socios críticos, las preguntas no se contestaron en el acto porque no eran del orden día, según el presidente, y las votaciones se produjeron a mano alzada con cuatro observadores, incluidos dos de los socios críticos.

Las juntas, eso sí, son un auténtico espectáculo, mas propias de una comedia teatral que de una institución por la que pasaron todos los premios Nobel españoles, políticos de la Segunda República y diversos integrantes de la generación del 98, del 14 y del 27. Eran las 20.00 y la sesión plenaria del miércoles todavía no había comenzado. Un señor vocifera:

―¡Esto no es una junta de accionistas!

Tras la intervención del socio veterano, sube otro, de nombre Gaspar, con un par de folios y un chaleco marrón. “¿A qué está guapo el Ateneo?, ¿eh?”, ríe. “Es la primera vez en casi 100 años que no teníamos un presidente y una vicepresidenta jóvenes y guapos. ¡Estaba yo harto!”. Gaspar va con todo. Apunta con el dedo al presidente: “¡No eres un ateneísta! ¡No puedes abusar del nombre!” Los socios de ambos bandos se hartan y comienzan a discrepar a viva voz. Una señora interrumpe continuamente cualquier avance: “¡Qué bien se vive en una dictadura!”. Gaspar, mientras tanto, continúa: “He trabajado en muchos bancos y sé cómo se comportan. Esto es una junta de accionistas”. De pronto, coge un folio de la mano, supuestamente de la actual junta y dice: “Aquí pone domicilio social, ¡pero qué coño domicilio social en el Ateneo! ¡Me estoy cabreando!”. El presidente activa el micrófono:

―Vaya terminando…

La junta todavía no había empezado. Estos son, simplemente, los preliminares habituales. Gaspar también se queja de que los folios del orden del día no se imprimen. Están en la nube de la web. “A la nube va ir su padre”. Un grupo aplaude fuerte. El presidente se harta. No puede más. Toma la palabra: “Lo de Alfonso y Gaspar no sería preocupante, pero esto es un mal que la institución aqueja desde hace años. Se ha tomado la bronca. Esto es un mal para esta casa”. La bancada izquierda rompe en aplausos. “Solo pido que respetéis, como los demás respetamos el uso de la palabra. Gaspar comienza a hacer aspavientos desde la butaca. “La música vuelve a sonar para públicos grandes”, continúa el presidente. “Estamos trayendo talleres. Tenemos un gerente nuevo”, insiste. Los díscolos, alrededor de 20 personas, dicen: “¿Dónde está ese gerente?” “Que venga”. “Basta ya”. Un hombre grita a viva voz:

―¡Échalos ya!

“Termino”, dice el presidente. Pide un voto de concordia a los veteranos y a los nuevos. “No permitamos que el egoísmo y la estupidez reinen en esta casa. Basta ya de obstrucciones y filibusterismos. Quienes destruyeron el prestigito del Ateneo no pueden ganar. No nos cansemos. Es insufrible aguantar la estupidez. Esta casa merece el esfuerzo. Vengamos a votar, como estamos haciendo. Participemos. No nos cansemos y ganará la bondad y la inteligencia”. La junta comienza.

El orden del día tiene nueve asuntos. Se logran aprobar las sesiones anteriores y la entrada de nuevos socios con momentos delirantes, como la visión de miembros díscolos caminando por los pasillos y grabando con el móvil todo lo que sucede alrededor. Una señora, incluso, se sube al escenario y arranca de cuajo el micrófono al presidente. “¡No se puede!, ¡No nos dejan hablar!”, vocifera. La paciencia de la nueva junta se hace infinita. Los socios nuevos se marchan conforme pasan las horas. No están acostumbrados a semejante espectáculo. Los miembros molestos piden la palabra continuamente. Interrumpen cualquier avance. La junta del miércoles se alarga durante horas.

A las 23.00 suena un timbre de alarma en el edificio. Es la señal de que los trabajadores del Ateneo han terminado su jornada. La sesión concluye diez minutos después. “Eso hoy, pero hay días que han salido de madrugada”, cuenta una socia veterana. A esa hora, un miembro de la nueva junta directiva responde por WhatsApp sobre cómo ha ido la sesión: “El Ateneo merece la pena…. a pesar de las penurias. Es un símbolo y un motor de principios maravillosos. Y persistiremos”.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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