¡No nos politicéis las Fallas!
La sátira social y la crítica política están en la esencia misma de nuestra contradictoria y multitudinaria fiesta.

Hay un mural en un bajo del barrio del Carmen de València, en el Carrer del Museu, con la inscripción “no és fàcil ser valencià”, que se ha convertido en una pieza imprescindible del street art valenciano. Y cuánta razón y cuánta sabiduría popular se nos muestra condensada en apenas cinco palabras. En estos días de vino y pólvora que se viven en la València fallera, no son pocas las veces en las que hemos escuchado ese mantra que pide que “no politicemos las Fallas”. Pero...¿Qué son estas maravillosas y estresantes fiestas nuestras sino un gran acto político de expiación? Todo un acontecimiento en el que dedicamos enormes y carísimas esculturas a todo aquello que nos molesta y nos perturba con el gran objetivo final de quemarlo tras el estallido de una gran traca, que suscita las lágrimas de falleros y voyeurs.
Las Fallas son una fiesta que se celebra en nuestra tierra desde, al menos, el siglo XVIII, y con la que se da paso a la Primavera, un momento crucial para las cosechas. Y, claro, desde tiempos inmemoriales, estos monumentos han sido auténticos reductos de sátira social, crítica política y, sobre todo, de libertad de expresión, especialmente en tiempos en los que era difícil decir abiertamente algunas cosas. Tras haber vivido en diferentes lugares de España, me he dado cuenta de que lo que más nos hace grandes a los valencianos como sociedad, es nuestra mediterránea y socarrona capacidad para reírnos de absolutamente todo y seguir hacia adelante. De reinventarnos y renacer en nuestros momentos más difíciles. Somos valencianos, pasionales y romancers, y ojalá que siga siendo así por muchos años. Pese a que algunos intenten borrar nuestra historia, no nos olvidamos de la València de Blasco Ibáñez, popular, crítica y con una imaginación desbordante.
Por eso, quiero reivindicar las Fallas como aquello que creo que son: un gran acto político. Y lo quiero hacer, especialmente, en estos tiempos de Fallas light en los que el monumento del Ayuntamiento no posee ningún tipo de crítica; en los que hay menos música en valenciano que nunca en las mascletàs; y, también, en los que nuestras autoridades políticas consideran de mal gusto los cánticos contra el president que estaba en el Ventorro mientras miles de personas lo necesitaban más que nunca. Y es que, en una sociedad cada vez más individualista, y en estos tiempos de polarización, burbujas y algoritmos que corren, más de 100.000 personas militan en sus Fallas cada año. Personas de diferentes ideologías, con diferentes valores, aficiones e incluso con diferentes formas de entender la vida y la valencianidad se sientan alrededor de la misma mesa. Al menos a mí, esto me sirve para darme cuenta de que, en realidad, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Porque espacios como las Fallas son una gran oportunidad para dejar de ver al Otro como una fera ferotge y empezar a verlo como una persona.
Por eso, por cada vez que nos digan que “estamos politizando las Fallas”, recordémosles que la sátira social y la crítica política están en la esencia misma de nuestra contradictoria y multitudinaria fiesta. Por eso, cuando toque bailar el contracanto de ‘Pepe el Fester’ o ‘Arrimaeta’ de Tacho bailaremos, cuando toque tirar petardos los tiraremos, y cuando toque pedir la dimisión de Mazón lo haremos también. Recordémosles que, como dice el gran Manuel Vicent, “esto es el Mediterráneo: el placer y el dolor, el orden, la miseria, el caos y el desorden unidos físicamente”. Disfrutad mucho de estos días, y recordad que las Fallas serán siempre nuestras, “la voz de un Pueblo que se hace monumento y, después, ceniza” (Maximilià Thous dixit’).
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