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Los asistentes relatan lo sucedido en el festival Medusa: “Vi el caos. Era como entrar en una película”

Varios jóvenes que acudieron al espectáculo cuentan las escenas de miedo que vivieron tras el desplome de varias estructuras por el viento

Vallas caídas y jóvenes marchándose del festival Medusa durante la mañana del sábado.Foto: DAVID EXPÓSITO (EL PAÍS) | Vídeo: TWITTER

Una hilera continua de jóvenes desanda en la mañana de este sábado el camino de la entrada del festival Medusa con los mismos bártulos que arrastraban un día antes para iniciar un fin de semana de fiesta. Nadie mira al horizonte. Con las cabezas gachas, caminan y comentan lo sucedido, la caída de varias estructuras que ha provocado la madrugada de este sábado la muerte de un chico de 22 años y heridas a otras 40 personas. Jordi Mora (22 años), entró al baño mientras todo era un éxtasis. “Al salir vi el caos. Era como entrar en una película”, afirma. “Durante cinco minutos, se produjo una especie de huracán de los cuatro elementos: viento, lluvia, arena y muchísimo calor”, relata el joven, que ya ha decidido poner fin a su estancia en el camping del evento.

A su lado, un miembro de seguridad acompaña a una joven despistada que trata de acceder al recinto sin identificación. “Soñarás con volver”, dice ella leyendo el letrero gigante de la puerta de salida principal. Precisamente esa entrada ha sido uno de los puntos afectados esta madrugada por el viento que se ha llevado varias estructuras, incluyendo parte del escenario principal.

Andrés Velasco y Raúl Jiménez, procedentes de Alcobendas (Madrid), se resisten a aceptar su destino y regresar a casa. ”No quiero tener un recuerdo de esto. Hemos estado 40 minutos dentro del festival. Estábamos en el escenario principal. Nada más llegar empezaron a moverse los altavoces y nos cagamos de miedo”, dice Andrés, de 22 años, mientras apura un botellín de cerveza en las inmediaciones del aparcamiento. “Beber para olvidar, no nos queda otra”, se despide.

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El movimiento durante la mañana del sábado se concentra en torno a las rotondas aledañas, donde los chavales se sientan en las sillas de la playa mientras esperan un taxi o a algún familiar que los recoja. Néstor García, Armand Martí y Salva Sanz, naturales de Xàtiva (Valencia), hablan con resignación de lo sucedido después de llevar desde 2019 esperando la celebración del festival, que se había cancelado en las dos últimas ediciones por la pandemia de covid. “En torno a las cuatro de la mañana empezó a notarse el viento que, de repente, se convirtió en tormenta. Corrimos a la zona de los baños para resguardarnos, pero precisamente allí se había desprendido algo también. Había vallas caídas y nadie sabía a dónde ir”, cuenta Néstor. “Nos sacaron por la entrada principal. Vimos a algunos heridos con brechas y bastante gente siendo atendida por ataques de ansiedad”, continúa. “Lo que tienen que hacer es devolvernos el dinero a todos”, reclaman.

Una mujer, ataviada con gafas de sol a pesar de que el cielo de Cullera está gris, sale con paso acelerado entre sollozos por la entrada trasera de las instalaciones, la que queda reservada a los trabajadores. “Me voy. No puedo más”, le dice a uno de los guardas de seguridad sin dirigirle la mirada. Unos minutos después, un grupo de operarios con las camisetas oficiales del Medusa 2019 se bajan de una furgoneta blanca para desarmar el vallado que rodea el recinto del festival. Empujan entre varios y dejan tumbadas en el suelo las cercas, que se han ido desestructurando durante la mañana por las rachas de viento que continúan en Cullera.

Javier Machicado (23 años), fue testigo del “desconcierto generalizado” que reinó entre los asistentes desde que comenzara el reventón cálido. “La música se cortó de repente mientras estábamos en el concierto del Dj Álex Martini. No nos parecía suficiente el viento que había. En 2019 también nos pilló una gran tormenta que encharcó la superficie y durante unas horas se detuvo. Después lo entendimos todo”, explica el joven. “El problema es que nadie sabía nada. Por Instagram nos llegó un audio de un amigo diciendo que fuéramos al camping que estaba todo volando. Ha sido todo por el boca a boca. No hubo aviso ninguno por megafonía”, añade.

Junto con varios amigos de Alcalá de Henares y de su pueblo, Torres de la Alameda, Javier había alquilado un apartamento cerca del festival. Reconoce que existe un gran descontento entre la gente que estaba dentro en el momento del desastre. “Todo el mundo se preguntaba cómo podían reclamar, que les devolvieran el dinero. Para mí el error es que no se produjo ningún aviso de desalojo. La salida fue rápida y efectiva, pero nadie dio la orden de evacuar. Íbamos siguiendo a la masa sin saber a dónde ni por qué. Hasta las seis de la mañana no nos hemos enterado exactamente de lo ocurrido”, explica. “Nos marcharemos hoy o mañana. Ya no merece la pena estar aquí”, sentencia.

La organización ha decidido trasladar a los asistentes que quedaban al pabellón municipal. Un cartel gigante les recuerda: Medusa 2023, Soñarás con volver. “Pesadillas es lo que voy a tener”, le dice Alejandro de las Heras a sus amigos cordobeses al tiempo que hace percusión golpeándose la barriga.

Todo caos necesita un gestor. Los GRS (Grupo de Reserva y Seguridad) de la Guardia Civil son en este caso el cuerpo encargado de imponer el orden. El capitán junto a su segundo se separan de la marabunta para trazar la estrategia. Con tono firme y decidido, el primero indica:

—La guagua para allí al fondo. Hacemos un pasillo y que tenga hueco para pasar.

El compañero asiente, pero un chaval descamisado y con el vaso del festival aún colgando del cuello les interrumpe. “Perdone, ¿sin mascarilla se puede subir?”, pregunta. Los agentes se miran el uno al otro desconcertados. “Creo que sí”, responde el capitán.

El autobús aparece al fondo del camino, intentando no atropellar a los que arrastran neveras y sombrillas que acuden al punto de recogida como quien persigue un oasis en medio del desierto. Allí se encuentran ya Nerea Carvajal y Noelia Fuentes, de 20 años, dos extremeñas de Zafra (Badajoz) que llegaron al Medusa la tarde del martes. “Hemos hecho una odisea. Primero un autobús hasta Sevilla, allí hicimos noche y luego en tren hasta Valencia. Parecía el tren de baja velocidad de Extremadura, se paraba cada dos por tres”, relata Nerea. “Aquí la primera noche hicimos cola al raso para coger sitio en el camping. Y desde entonces llevamos de empalmada”, añade su amiga. Ambas no podrán iniciar el camino de vuelta hasta el lunes, cuando de nuevo emprenderán el regreso en un viaje de dos días. “Estamos muertas”, afirma Nerea.

“¡Perdone, perdone! Se está liando allí al fondo”, le dice de las autobuseras al capitán después de llegar corriendo hasta el puesto de mando. “Yo casi me engancho con uno. Nos están cortando el paso los chavales, que nos piden que les montemos en la entrada”, añade otro. El agente no se inmuta. “¡Calma! La cola es aquí. Yo soy el filtro, si hay algún problema mandaré gente para allá”, les promete.

De uno en uno van subiendo a los autobuses los más de 200 realojados. Un conductor se agobia ante tanto equipaje y pide que se suba solamente lo imprescindible. Bebidas y botellas se quedarán en tierra.

El autobús parece al completo. El capitán, dubitativo, pregunta a su compañero de enfrente: “¿Está lleno?”. “Así es”, le responde. “¡Pues este se pira de aquí!”, exclama el jefe del operativo. El conductor arranca, y cuando apenas ha recorrido dos metros se detiene. A través de la ventanilla, el capitán da su última orden: “Usted despacio, ¿vale?”.

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