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MUSEOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

La fascinación por el juguete

Joan Rosa y su esposa, Pilar Casademont, han hecho crecer el museo, tiene 25.000 piezas; “Intentamos dar nueva vida a los juguetes”

Museo del juguete Cataluña
J.M. Juan Rosa, creador del Museo del Juguete de Cataluña, en Figueres, Girona. Crónica Tomas Delclos
Tomàs Delclós

Aube, la hija de André Breton, visitó en 2019 el Museu del Joguet de Catalunya (Figueres). Y cuando Josep Maria Joan Rosa (82 años), su fundador y alma, la estaba despidiendo, Aube le prometió que le enviaría “des poupées”. Joan Rosa esperaba un par de muñecas y llegaron... 36 títeres comprados por su padre en México en compañía de Frida Kahlo. Este es un caso de los cientos de donaciones que recibe el museo, que cumple 40 años. Muchas son de personas anónimas. Otras tienen apellidos muy conocidos. Está el Osito Marquina que la hermana de Dalí, Anna Maria, cedió con dos cartas de Federico García Lorca hablando del osito, el juguete más querido de los dos hermanos. Josep Palau i Fabre regaló Ciril·lo, creado por su polifacético padre, fabricante de juguetes, como también lo fue Joaquín Torres-García. Pere Casaldàliga (asiento de juguete), las hermanas de Salvador Puig Antich (un tren eléctrico), Pilar Juncosa, la viuda de Joan Miró (un siurell), son otros nombres. Como el de Ernest Lluch, que llevó en el año 85 un caballo de cartón. En el primer aniversario de su asesinato se celebró un homenaje en el museo. Allí estaba el caballo, un entrañable memorial que aún visitan los amigos de Lluch.

La familia de Joan Rosa tenía una tintorería en Figueres y estaba escrito que iba a seguir el negocio. “Pero no me interesaba y se lo dije”. En el 59 se instaló en Barcelona, donde estudió para aparejador y trabajó en despachos de arquitectos. Uno de los motivos para empezar la colección fue cuando los fabricantes abandonaron la lata litografiada. Usaban nuevos materiales y aquellos juguetes parecían condenados. “Apareció el plexiglás, un plástico blando. Muchos juguetes los encontraba abandonados en la calle y los recogía cuando volvía a casa andando. Otros los conseguía en diferentes comercios, como en una ferretería de Gràcia, que tenía puestos los precios en reales, o en Can Llaunetes, de Figueres...”, comercio que frecuentó cuando descubrió que en su casa habían tirado los juguetes. Pero Joan Rosa en esa época y hasta el 77 era, también, un artista plástico. Cuando le preguntas, no le da importancia y te dice que debía elegir entre dedicarse al arte o a la colección y que por eso lo dejó. Pintó, por ejemplo, un cuadro de homenaje a Puig Antich. Confit Miró está en el MACBA porque forma parte de la colección de arte conceptual que Rafael Tous dio al museo. Y también decoró una tapa de inodoro con un cuchillo, un tenedor y el salero (buen provecho). Seguro que la mirada de artista influyó en su manera de entender el juego y el juguete. Joan Rosa cierra el tema diciendo que “a todos los artistas les fascina el juguete, por el movimiento, por las litografías, las cajas...”.

Tanto en el piso de Barcelona como en Figueres recibía visitas para conocer su incipiente colección. Allí estuvieron Opisso, Foix... Pero la figura imprescindible en esta historia es Joan Brossa. “Lo conocí muy pronto en Barcelona y cada miércoles iba a su estudio a enseñarle las novedades que tenía. Mostraba una enorme admiración y siempre veía más que un simple juguete”. El poeta fue uno de los que estuvieron detrás de la primera exposición que se hizo, en 1972, en el Palau Güell de Barcelona. El título no admite dudas sobre la autoría: Juguetes recogidos por Josep Maria Joan Rosa de Figueres. Brossa lo celebró con un soneto. Después de 10 años organizando exposiciones temporales, finalmente en 1982 se abrió el museo en Figueres. En 1984, Brossa escribió la Sextina en el Museu del Joguet que termina: “Omplen les sales el record dels dies;/ salten les coses; toca el sol a l’herba/ i ens sabem bitlles d’un matí de fira” (Llenan las salas el recuerdo de los días;/ saltan las cosas; toca el sol a la hierba/ y nos sabemos bolos de una mañana de feria).

El museo tiene un libro para recoger la opinión de sus visitantes. “¡Uno escribió que era mucho mejor este que el de Dalí!!! Y otro, en los años 70 u 80, nos preguntaba dónde estaban los madelman. Hicimos una vitrina. Y es que el museo debe mirar hacia adelante, pensar qué querrán encontrar los visitantes del año 2050 que ahora juegan con los móviles y las consolas”. Ya hay una incipiente vitrina con PlayStation o Mario. El museo tiene prestigio internacional. Ha realizado préstamos o intercambios con museos hermanos de Taiwán, Suecia, París, etc. Y un aspecto central de su trabajo es documentar cada pieza con el máximo de datos. “Nos ayuda disponer de más de 700 catálogos de fabricantes. Hay que tener en cuenta que no somos un museo que tenga principalmente piezas únicas. Somos un museo industrial y la documentación es un patrimonio tan o más valioso que el juguete”.

Joan Rosa tuvo una incipiente educación musical y siempre ha habido música en el museo. La hubo en el filme que se hizo para aquella primera exposición en Barcelona. Se llamaba Parafràstic 1 y la banda sonora era de Carles Santos. Eric Satie se escucha en la primera sala y en las demás, lógicamente, te acompaña Pascal Comelade. “Jaume Sisa defiende que el himno oficial del museo debe ser Qualsevol nit pot sortir el sol. Hicimos una exposición temporal con todos los personajes que la canción convoca”. Joan Rosa y su esposa, Pilar Casademont, han hecho crecer el museo. Tiene 25.000 piezas de las que expone unas 8.000. No es un cementerio. “Intentamos dar nueva vida a los juguetes”. Y lo hacen, por ejemplo, llevando muñecas a una residencia con enfermos de alzhéimer. “He visto cómo personas que llevaban tres meses sin hablar te contaban que habían jugado con muñecas parecidas”.

Con motivo de los 40 años, el museo ha publicado un libro sobre juguetes y escritores, editado por Julià Guillamon, donde se recogen textos de autores catalanes que hablan de jugar y de los juguetes. Como Víctor Català y Mercè Rodoreda que, en dos narraciones, coinciden en describir unas muñecas desgraciadamente muy perjudicadas. Pasear por el museo es revivir emociones y recuerdos, la exploración que hacías con el juguete, esa singular combinación de libertad y reglas. Joan Rosa habla con fuerza y convicción, merecidamente orgulloso. Ver su empuje hace recordar una frase de Bernard Shaw: se es viejo cuando se deja de jugar. Joan Rosa todavía lo hace.

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