Rosa Regàs: “Ahora sé disfrutar de los gritos de los nietos y del cantar de los pájaros”
La intelectual, que apenas tiene vida pública, revela que está escribiendo otro libro “muy largo”
No se puede ser más cenizo, visitar a Rosa Regàs el día después de despedirse de Georgina, mucho más que su hermana. La temperatura en Llofriu se acerca a los 40 grados. En casa de esta escritora y muchas cosas más, cientos de cigarras estridulan como nunca se había oído debido a este infierno climático. Son las 10 de la mañana y nos sentamos en un hermoso porche que parece imaginado por Claude Monet. “Es el peor día de mi vida, para la fotografía me pondré un gorro y unas gafas oscuras”. Son sus primeras palabras. Intentaremos que se olvide del gorro para no ocultar su legendaria melena rojiza. Sus gafas ya son ligeramente oscuras, pero no lo suficiente como para tapar unos ojos que hablan.
No pasa ni un minuto y aparece Marie, la pareja de uno de sus nietos. Ha venido a acariciarla antes de bañarse en la piscina que tenemos delante, que recuerda una terma romana circular, de color arcilla, elevada, muy distinta a las azules y a la que durante la bochornosa mañana tengo tentaciones constantes de tirarme de cabeza. En casa de Rosa Regàs nada es convencional, como tampoco lo ha sido ni lo es la vida de esta editora, escritora, traductora, ex directora general de la Biblioteca Nacional, Legión de honor de la República Francesa, Creu de Sant Jordi, premios Planeta y Nadal y mujer de la gauche divine. Aunque su obra maestra sea su vida y la forma de vivirla. Básicamente como le ha dado la gana: “Siempre que he podido y cuando era joven a costa de mentir todo el día para poder hacer lo que quería”.
En el Mas Gavatx, mucho más que su casa, es la semana a la que llaman de cosinos porque cuando los nietos eran pequeños uno de ellos intentaba pronunciar primos, pero le salía cosinos (en catalán primos se dice cosins). A medida que avanza la conversación, me voy dando cuenta de que estoy metido dentro de su libro Diario de una abuela de verano (Planeta 2005). Año tras año, sus 17 nietos pasan estos días de verano juntos con la abuela y sin padres. “Divirtiéndose, siendo cómplices y amigos. Estos encuentros de cada año son mi mejor legado… se quieren mucho”. Ahora ya mayores, algunos han venido con sus parejas y duermen por todos los rincones. Hasta en la biblioteca. A medida que se despiertan, van apareciendo inesperadamente por todos lados: de la cocina, uno sale de la piscina desnudo, otro de detrás de los olivos o advierto otro tumbado en una hamaca colgada entre dos árboles. El día más triste de Rosa por la muerte de Georgina, esta casa es una hermosa erupción de vida. “Los nietos dan menos trabajo que los hijos, te enfrentas menos y son más cariñosos, te dan más besos, te acarician más… es una joya. No es que ellos no lo hagan, pero los hijos sufren por ti y te riñen: ¡Esto no lo hagas!”.
Se incorpora al porche un nieto que se pasa toda la charla acariciándola. Sigue con nosotros hasta el momento en que Toni Ferragut organiza la sesión de fotos bajo el sauce llorón que le regaló Jaime Salinas. Hace años, cuando sus amigos venían de visita, Rosa les pedía que le trajeran una bolsa con un árbol. En los setenta del siglo pasado, cuando compró la casa, el terreno era un secarral, como lo definía el vecino del manso de al lado, Josep Pla, con quien tuvo una relación especial: “Siempre tomándome el pelo como hacía a todas las mujeres”. Ahora es un bosque. Rosa empieza a señalar árboles: “Este nogal me lo trajo mi amigo Joaquín del Molinos. Esa palmera me la regaló Juan Benet. Aquel árbol de allá se lo regaló mi madre a mi hermano Oriol cuando se casó por última vez. Salinas dijo que el diminuto sauce llorón moriría rápido y mi reacción fue: ¡Juro que vivirá!”. Ni los árboles se atreven a llevarle la contraria porque ahora es gigante. Cada árbol es emoción: “Ver una foto de un amigo muerto es un simple recuerdo, en cambio estar al lado de su árbol es algo más. Mira, mira… ese era de Ricardo Berla [histórico director de Olivetti y mecenas cultural]”. No alcanzo a distinguir si es un lilo. Se está muriendo, pero ella está convencida de que lo salvará. El árbol delicado suscita una pregunta: ¿Tienes sensación de final? La respuesta es “no” pero procura “pensar y hablar de ello porque son tantos los amigos que ya no están, que a veces creo que soy yo la muerta porque soy yo la que está sola, mientras ellos viven todos juntos. La soledad es una de las grandes lacras de la vejez”.
Parece absurdo hablar de la muerte rodeado de tanta vida y con alguien con proyectos y que siempre suelta opiniones necesarias. Como cuando la pregunta es cómo ve el país: “¿Tengo que contestar? Lo veo mal. La conciencia política no se ha propagado. Que sea la gente de las ONG quien ayuda a los que viven en malas condiciones, y que no sea lo público, es absolutamente distorsionante. Este país está lleno de millonarios que se pasan el día quejándose. Solo cuenta lo individual”.
Rosa revela que está escribiendo otro libro “muy largo” y cuenta que actualmente apenas tiene vida pública: “Aquí en Cataluña es muy difícil tenerla porque supongo que no les gusto”. La riño y reacciona: “Nooo, ya sé que no todos, pero el caso es que sigo dando conferencias por España, pero aquí ninguna”. No es un secreto que Rosa Regàs está muy disgustada con el proceso independentista. “Este país [se refiere a Cataluña] no tiene solución. Lo tiene muy difícil y no veo a nadie capaz de…”. Pero no dar charlas no le quita el sueño: “Cada vez tengo menos ganas y estoy muy bien aquí en mi república, la que he ideado a mi manera y que me gusta como es. Estoy rodeada de una familia inmensa que es casi un clan. Un clan que inventamos mis hermanos y yo cuando éramos jóvenes (Georgina, Oriol y Xavier ya no están) y que después hemos pasado a los nietos y biznietos. ¡Ah! y también me relaciono con gente de la comarca como la Dra. [Montserrat] Verdaguer, persona de gran moralidad, trabajadora e inteligente. O Miquel Martín, que es uno de los mejores novelistas en catalán”.
Dejamos el porche y avanzamos lentamente (Rosa anda con la ayuda de un bastón) hacia el imponente sauce llorón, mientras explica que a medida que se ha hecho mayor ha aprendido a dominar el tiempo: “La ducha, por ejemplo. Toda mi vida me había duchado deprisa. ¡Venga niños al colegio! ¡Va, a aprovechar el día! ¡Rápido, rápido! Ahora lo hago muy lentamente. He descubierto este placer. Ahora el agua más caliente… ahora más fría”. La ducha como metáfora de todo: “Lo aplico a la lectura, a la música y a la pintura. Me entretengo mucho en todo lo que hago y lo disfruto infinitamente más. Cuando te haces mayor se desvanece el remordimiento de perder el tiempo que nos inculcaron principalmente a las mujeres. Pues sí, puedo perderlo y además lo perderé mirando durante una hora este árbol o leyendo dos veces el mismo libro. Nos hemos pasado la vida jugando con la frase dolce far niente sin saber demasiado qué quiere decir. Supongo que esta sabiduría aparece para compensar la achacosa vejez”. Se sienta lentamente en el banco bajo el sauce de Salinas y sin gorro. Sonríe tristemente, se activan los ojos habladores y como quien tiene superpoderes proclama: “Yo ahora sé disfrutar de los gritos de los nietos y del cantar de los pájaros”.
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