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Cautivos de la artesanía de la madera

Dos artesanos granadinos enseñan sus saberes a través de redes sociales y ofrecen cursos en residencia en sus talleres con un resultado: quien prueba queda atrapado

Joaquín Escobar, alumno del guitarrero Sergio Valverde de Mecina Bombarón, en Granada. J. E.
Joaquín Escobar, alumno del guitarrero Sergio Valverde de Mecina Bombarón, en Granada. J. E.
Javier Arroyo

El abuelo del tatarabuelo de Esteban Jiménez ya era tallista y ebanista. Hace de eso siete generaciones. Puede trazar a familiares en el oficio de esculpir madera hasta allá por el 1798. Siempre en Baza (Granada). A 120 kilómetros de allí, en el pueblo de Mecina Bombarón, en la Alpujarra granadina, Sergio Valverde Castillo construye guitarras desde hace menos de una década. Hasta entonces se había dedicado a la ebanistería, pero un día dejó los muebles para hacer guitarras y laudes. Para convertirse en luthier, en definitiva. Dos maestros artesanos con muchas cosas en común. La primera, el trabajo manual de ambos con las mejores maderas. La segunda, que los dos son poseedores de saberes y habilidades únicas, casi perdidas. Y la tercera, por finalizar un listado que podría continuar, que ambos han decidido enseñar esos saberes a quien quiera aprenderlos. Para ello han tomado dos decisiones: mostrar su trabajo y sus conocimientos a través de las redes sociales y abrir sus talleres a todo aquel que desee pasar un tiempo con ellos para aprender el oficio. Son estancias en residencia que, en el caso de Jiménez ocupan una semana o lo que pueda el visitante, y en el Valverde, un mes. Y a juzgar por lo que cuentan los que han participado en ellas, son convivencias que cambian la vida porque, dicen, el trabajo con la madera te atrapa para siempre.

Carlos Casellas de Castro nació en Palma de Mallorca, donde vive, hace 48 años. Electrónico de formación, toda su vida ha trabajado como técnico de instalaciones y mantenimiento de ascensores. Amante de la guitarra y el flamenco desde pequeño, cuenta que hace ya 20 años que intentó aprender a construir guitarras. El único guitarrero de Palma le dijo entonces, “muy amablemente” apostilla, que él no podía enseñarle. Nunca dejó de darle vueltas a la idea y en 2022 volvió a buscar un taller para que le enseñaran. Preguntó en varios. “Todos me echaron a los brazos de Sergio Valverde”, señala. Allá, en Mecina Bombarón, el pueblo en plena sierra alpujarreña desde el que en los días claros se puede ver el Mediterráneo, Valverde acoge a aprendices de su oficio en abril y octubre. Dos en cada tanda. Su primer alumno llegó en 2018, recuerda. “Vino de Sevilla y a él le han seguido, exceptuando el tiempo de la pandemia, media docena más. No solo españoles, sino gente de Chile o Países Bajos por ejemplo. El próximo llegará dentro de un mes desde Corea”, explica Valverde. El resultado de los cursos, el de guitarra o el de talla artística, no es solo lo aprendido. Cada alumno se vuelve a casa con la obra producida. Escudos, grecas o lazos en el caso de los aprendices de Jiménez, una guitarra en el de los de Valverde. Ninguno de los dos ofrece alojamiento, pero, comentan, en las dos localidades hay lugares de sobra y a buen precio para residir.

La manera de llegar a cualquier esquina del planeta no es otra que las redes sociales. Youtube, Facebook o Instagram son plataformas de difusión perfectas. Tanto Valverde como Jiménez se han dado a conocer por esos canales. Ambos muestran ahí porciones de su trabajo en el taller que fascinan a sus seguidores. Se ve el mimo con el que Valverde construye sus instrumentos a ritmo pausado y cómo evolucionan sus aprendices. Y también cómo Jiménez talla con parsimonia y conocimiento sus maderas allá en Baza. Su éxito es casi mágico: su canal de Youtube tiene ya más de 15 millones de visualizaciones y 100.000 seguidores. Jiménez está creando en su canal una enciclopedia visual del tallado artístico con más de 70 lecciones, muchas de ellas de más de una hora de duración. Que sus videos gustan y que la audiencia le quiere se puede ejemplificar en un comentario que Héctor Manuel Ponce ha dejado en su Facebook desde Moreno (Argentina): “Estoy mirando tu trabajo en la lección 67 y no puedo más que decirte: sos el Messi del tallado”.

Desde Chile, Colombia, México o Países Bajos

Esteban Jiménez, artesano de Baza (Granada), con varios alumnos en su taller. FOTO: D. R. C.
Esteban Jiménez, artesano de Baza (Granada), con varios alumnos en su taller. FOTO: D. R. C.

No es fácil dejar la rutina y abandonarlo todo para irse una semana a Baza o un mes a Mecina Bombarón para aprender a trabajar la madera. Pero algo tiene que tener el asunto cuando la gente hace esfuerzos extraordinarios. A Carlos Casellas le quedaban solo 15 días de vacaciones disponibles el año pasado, cuando dio con la opción de aprender a construir guitarras en la Alpujarra. “Llevaba 20 años esperando. No podía aguantar más, así que pedí 15 días más a cuenta de este 2023 y lo organicé todo para irme. Tenía que hacerlo ya”. Días después, se montó en su moto “como si fuera a cruzar África entera”, dice, y se plantó en Granada. “Sergio me atendió. Bueno, en realidad me acogió”, recuerda, y añade. “La estancia, allí, por otro lado, no es un recreo”. “Son ocho horas de trabajo al día y, si vamos un poco retrasados, recuperamos los sábados por la mañana”, explica su maestro. Para Carlos, que coincidió con un neerlandés en el curso —Valverde admite dos aprendices a la vez— la experiencia fue “intensa, porque son jornadas de sol a sol”, comenta mientras insiste en enviar una foto de su magnífica guitarra ya terminada. El mallorquín es ahora un prisionero de la madera: ha dedicado una de las habitaciones de la casa a un taller que está organizando poco a poco.

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Otro cautivo de la madera es Joaquín Escobar Roldán, aquel sevillano que Valverde mencionaba como el primer alumno. De 44 años y funcionario de profesión, hace ya cinco que pasó por Mecina Bombarón. Le gustaba la artesanía, la pintura y los trabajos artesanos, pero “nunca había cogido un formón en mi vida”, admite. El entusiasmo de Escobar recordando aquel periodo es evidente. “Uno de los capítulos más bonitos del libro de mi vida”, narra emocionado. Y sigue: “Nada más ver a Sergio en la puerta, sabía que aquello iba a salir bien. Luego, en el taller, te quedas embriagado por los olores del cedro, del palosanto o ese aroma mentolado del ciprés”, concluye. Y atrapado por esta artesanía desde entonces, Joaquín hizo obras en su patio para montar un taller de cuatro metros cuadrados. “Ahora estoy detrás de encontrar un sitio más grande”, indica. En ese pequeño reducto, quien jamás había cogido un formón en su vida, ha fabricado ya 10 guitarras, que todavía no vede. “Porque aún no dan el sonido que busco”, argumenta. Y todo, gracias a Valverde, a quien describe como “un cirujano de la madera, un hombre que desafía las décimas del milímetro mientras trabaja”.

Algo tiene el trabajo artesano sobre la madera que engancha. Allá en Baza, Jiménez también ha tenido aprendices de todo origen. Un monje de Israel, el componente de una filarmónica, un juez del Tribunal Supremo, un dentista de Colombia o un oftalmólogo de 63 años como Alfonso Parra. El caso de Parra es especial porque no acude desde lejos. Vive en Baza y se acerca por el taller de Jiménez. “Por las mañanas si no tengo urgencias o cuando puedo. Allí siempre tengo un banco de trabajo disponible”, comenta. “Y allí hablamos y tallamos”. Parra no cesa en las alabanzas a Jiménez. “Es cariñoso y muy buen dibujante. Ves cómo se desenvuelve y lo que hace y es una maravilla”.

Desde Cantabria, David Rebollo Catalán atiende a este diario saliendo unos minutos del taller de madera donde recibe clases. Pero en el origen está el taller de Jiménez en Baza. Sevillano de nacimiento, ha vivido 20 años en México, donde era profesional del ámbito financiero. Rebollo dice que seguía los cursos online de Jiménez desde hacía años. “Cuando me enteré de que iba a dar clases, no dudé en apuntarme”. Pasó una semana y si por él hubiera sido, se hubiera quedado de aprendiz con él. “Sin duda, aprendí mucho porque aunque antes había tallado algo a lo bruto, Esteban me enseñó mucha técnica”, dice. La experiencia, que compartió con otro alumno gallego, fue “magnífica”. De entonces recuerda también “la hospitalidad de la gente y, por supuesto, la cerveza en el bar de abajo”, concluye. También Rebollo, emocionado con su nueva vertiente como tallista y ebanista, envía foto de un magnífico arcón tallado por él. En una época supertecnologizada, el deseo de fabricar con las manos y de producir desde la nada vuelve a tener sentido después de años de olvido de los saberes artesanos y manuales. Por eso, Jiménez ya tiene las obras comenzadas para crear su Escuela de Talla. La artesanía gana y Baza gana porque quien lo prueba, dicen, se queda para siempre ahí.

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