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Feijóo enfila su campaña definitiva sin resolver el problema de Vox y con su grupo en el Congreso

El líder popular pretende ignorar los retos de Abascal y se refugia con su clan en el Senado ante la falta de equipo propio en la Camara baja

El presidente del PP, Alberto Nuñez Feijoó, la secretaria general del partido, Cuca Gamarra, y el coordinador del programa electoral, Íñigo de la Serna. Foto: SERGIO PÉREZ (EFE) | Vídeo: Europa Press
Javier Casqueiro

Alberto Núñez Feijóo no para de recibir encuestas de empresas demoscópicas amigas que le pronostican lo mejor, tiene la agenda llena de contactos con empresarios importantes y por el despacho, o en encuentros más discretos, no paran de pasar o pedir cita dirigentes del PP de otras etapas, próximos a Mariano Rajoy o a Soraya Sáenz de Santamaría, con perfiles moderados y de gestión, que le entusiasman. Ha transmitido a los suyos el karma de que pueden ganar en cualquier plaza. No es un deseo, es una instrucción. En ese plan solo le fallan, por ahora, los retos y advertencias ultras que le lanza Vox, que se cuelan sin cesar y periódicamente, y completar mejor su equipo, especialmente en el Congreso, donde ha constatado que tiene un agujero.

El sábado, en Zaragoza, desde el escenario en el que fue regalando cariños a sus candidatos autonómicos, Feijóo confesó que acababa de recibir una encuesta de un buen amigo que le pronosticaba grandes éxitos. Tampoco se detuvo mucho en ensalzar esa predicción porque señaló que esos augurios son el denominador común de casi todos los sondeos conocidos, menos los del CIS, en manos “de un militante socialista”, en alusión a Félix Tezanos. El PP estima así que está ahora entre cinco y siete puntos por encima del PSOE (26%) y en un porcentaje de voto que fluctuaría entre el 31% y el 32%, es decir 10 puntos más que en las elecciones de 2019 en las que Pablo Casado se quedó en el suelo de 89 escaños. La meta es ganar al PSOE, llegar a 140 diputados, exigir que se respete la lista más votada y poder gobernar en solitario, sin Vox dentro.

Vox, aunque no se reconoce nunca, sigue siendo un gran dolor de muelas permanente para el PP de Feijóo, como lo fue para el de Casado, con sus acercamientos y alejamientos, como lo es ahora para el PP de Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León, donde gobierna por primera vez y está ya dejando ver sus intenciones y proyectos, como en las medidas antiabortistas propiciadas por el vicepresidente, Juan García-Gallardo. En Castilla y León no habrá elecciones el 28-M, porque fueron adelantadas y se acaban de celebrar hace unos meses, pero sí en Castilla-La Mancha. Un reciente sondeo interno encargado para uno de los partidos en liza este enero en esa región, sin embargo, deja el escenario muy parecido a cómo está ahora, con el PSOE de Emiliano García-Page gobernando con claridad y 18 escaños (ahora tiene mayoría absoluta y 19), el PP subiría cuatro (14), Ciudadanos perdería otros tantos y Vox se quedaría con uno de esos solo en Toledo. El panorama no es muy diferente en Aragón, donde el PP ha subido la apuesta autonómica al nominar frente al presidente socialista, Javier Lamban, al alcalde hasta ahora de Zaragoza, la gran capital, Jorge Azcón.

Feijóo y su equipo sostienen, sin embargo, que el 28-M pueden ganar en cualquier territorio porque confían en recuperar todo el voto en desbandada de Cs, algo del voto útil que se pedirá a los cabreados de Vox para que castiguen realmente al Gobierno socialista de Pedro Sánchez y también pretenden generar dudas y disensiones entre el votante transversal más cercano en el PSOE al centro político y molesto con algunas de las medidas más polémicas puestas en marcha por este Ejecutivo, sobre todo las rebajas de condenas a los agresores sexuales y a los corruptos con la modificación del delito de malversación. Por eso Feijóo siempre menciona en sus discursos esos asuntos, además de acusar al presidente de mentir todo el tiempo y sobre cualquier tema para restarle crédito.

La estratagema del PP de Feijóo frente a los órdagos presentes y futuros de Vox es ignorarles como si fueran partidos muy diferentes. Feijóo y Santiago Abascal se encontraron, como perseguía el líder ultra, pero esa conexión no se va a profundizar. El nuevo portavoz de campaña del PP, el vasco Borja Sémper, amigo desde la adolescencia de Abascal, ya le aclaró la pasada semana a su excompañero de partido en Euskadi que su relación está “a prueba de bombas”, pero cada uno por su lado. Tiene la intención, incluso, de expresar de manera más nítida que hasta ahora sus diferencias. Vox se ha adherido a e impulsado una manifestación contra Sánchez el día 21 convocada por la asociación Foro España Cívica y la Fundación Foro Libertad y Alternativa en la plaza de Colón de Madrid y el PP aún está perfilando si acudir, cómo y con quién. Feijóo ha reiterado varias veces que tampoco suscribirá la nueva moción de censura que patrocina Abascal contra Sánchez en el Congreso. Es decir, coincidencias con Vox, las menos posibles, y en todo caso cuando se justifiquen en los territorios donde son imprescindibles.

El sentido de los recientes fichajes de dirigentes del PP procedentes de quienes apoyaron en las primarias de 2018 a la candidata Soraya Sáenz de Santamaría, también iban en esa misma dirección: profundizar el perfil centrista, moderado y transversal que pudiera atraer a votantes socialistas desengañados. Es algo que ya hizo en Andalucía el actual presidente, Juan Manuel Moreno, que fue sorayista, como su antigua mano derecha, Elías Bendodo, ahora con Feijóo, y otros de sus colaboradores, como Tomás Burgos o Antonio Sanz. Los ataques del PSOE a Moreno para azuzar el miedo de que pudiera gobernar con Vox acabaron por propiciar su gobierno en solitario con mayoría absoluta. Ese es el modelo que querría copiar.

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En esa estructura, el PP de Feijóo se ha tropezado con una falla en su grupo en el Congreso, confeccionado al gusto en su día de Casado y su alter ego, Teodoro García Egea, y que tiene difícil arreglo hasta la elaboración de las nuevas listas para las próximas elecciones, en las que sí habrá una buena limpia. Cuando llegó, en abril de 2022, Feijóo estudió todas las opciones y no solo se quedó con la portavoz en el grupo, Cuca Gamarra, que había sido en su día sorayista (para romper el techo de cristal de las mujeres) y luego casadista hasta que le traicionó entre lágrimas cuando todo el partido le abandonó, sino que la elevó como número dos y secretaria general. No encontró mejor alternativa. Luego intentó inmiscuirse algo más en la dirección de ese grupo un tanto descontrolado nominando como secretario general a otro sorayista, Carlos Rojas, del entorno andaluz de Moreno, pero sigue sin confiar en ese equipo. Su clan está en el Senado, donde es parlamentario por designación autonómica, como la mayoría de su comité de dirección: Bendodo, Miguel Tellado, Juan Bravo, Pedro Rollán, José Antonio Monago, y otros cargos de menor calado.

Feijóo tiene despacho institucional en el Senado, trabaja allí muchas horas, se ha reencontrado con muchos veteranos con experiencia y colmillos afilados de su cuerda y sus colaboradores también se han asentado cómodos en los pasillos y despachos de la Cámara alta. Al Congreso ni acude ni ve posibilidades de intromisión para el tiempo que queda de legislatura, en un grupo ahora muy heterógeneo, dividido, sin dirección clara y con intereses tan contrapuestos que llevan casi dos meses para relevar en la Mesa de la Cámara a uno de sus dos cargos en ese órgano, el que debe sustituir a Adolfo Suárez Illana, que dejó esa función el 29 de noviembre. Hay varios ejemplos de esa falta de confianza.

En el Congreso funcionan hasta tres portavoces del área económica, cada uno con sus cuentas pendientes, Elvira Rodríguez, Jaime de Olano y Mario Garcés, y ninguno con ascendencia real sobre el verdadero vicesecretario económico de Feijóo, Juan Bravo, senador. Otro caso aún más extraño: pese a las apariencias y la procedencia gallega, ni Feijóo, ni sobre todo su entorno, tienen una buena relación con la vicepresidenta del Congreso, la veterana Ana Pastor, y por eso querrían proponer para el puesto vacante que dejó Suárez a alguien de su entorno: otro gallego, Celso Delgado. Distintas fuentes del PP y del Congreso aseguran que esa es la razón por la que no se resuelve esa incógnita, aunque esta semana Gamarra señaló que era porque no había aún un acuerdo ni plenos convocados. Gamarra querría para esa función tan institucional a José Antonio Bermúdez de Castro, con enorme experiencia y bien visto por todo el grupo. Desde Andalucía, y con buena sintonía con Moreno, podría prosperar una tercera vía, la del sevillano Ricardo Tarno. En el trasfondo de esa disputa interna se ha colado el temor al resultado de esa votación, individual y secreta. El PP insinuó que quería solventar esa vacante en el último pleno del pasado periodo de sesiones, a finales de diciembre, y el PSOE les hizo llegar que podría fracasar por no tener todos los votos bien atados.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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