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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ‘Operación Cataluña’ no existe

La tolerancia periodística también formó parte de esa estrategia para obtener pruebas en ocasiones falsas para empapelar a buena parte de la clase dirigente independentista

Jordi Amat
Jorge Fernandez Diaz
El entonces ministro del interior, Jorge Fernández Díaz, en El Escorial (Madrid), en 2016.Marta Jara

El 20 de septiembre de 2016, a las diez y ocho minutos de la mañana, recibí un correo de la Oficina de Comunicación y Relaciones Institucionales del Ministerio del Interior adornado con su señor membrete. Me informaban que Lola Martínez —consejera de prensa del Ministerio— deseaba hablar conmigo y si podía llamarla. Como un ciudadano que defiende los valores de los libres e iguales, atendí a la llamada de las instituciones, y, aunque no soy el comisario Villarejo y por tanto no grabé la conversación, recuerdo que, con buen tono, la consejera me dijo que mal, muy mal, muy mal. Todo es mentira.

Era la primera vez que mantenía una conversación como aquella y estaba motivada por la columna que publiqué ese día titulada “Operación Cataluña”. ¿Podía escribirse ya que existía una presunta operación ilegal orquestada desde la cúpula del Ministerio del Interior para decapitar los líderes políticos del movimiento independentista? ¿Podía darse crédito a ese millón y medio de euros de los fondos reservados que se dedicaron a comprar información sobre las hipotéticas cuentas bancarias en Suiza del alcalde Xavier Trias? No fue una mala inversión. Antes de las elecciones esa información basura se publicó para ensuciar las posibilidades de repetir de Trias. Perdió.

Durante muchos años se repitió que uno de los principales errores del gobierno Rajoy fue no hacer nada ante la aceleración del desafío independentista. Ni dialogar con la Generalitat ni contrarrestar la propaganda exterior, por ejemplo. Pero cada vez está más claro que sí hizo. Y, joder, si hizo. Se montó una estructura parapolicial desde dentro del Ministerio para obtener, por lo civil o por lo criminal, pruebas en ocasiones falsas para empapelar a buena parte de la clase dirigente independentista.

Tenemos más información para conocer las entrañas de la operación. Gracias al periodista Quico Sallés sabemos la lista de personas a espiar que la senadora popular Alicia Sánchez Camacho dio al comisario Villarejo, que le pidió un informe sobre esos independentistas para entregar a la secretaria general del PP María Dolores de Cospedal. Gracias al periodista Oriol Solé hemos leído que un inspector de policía chantajeó al consejero delegado de un banco andorrano para obtener información sobre las cuentas de los Pujol. “El Banco de España se va a cargar el banco, y todo se puede paralizar, está en su mano pararlo. Desde mi punto de vista, hablar no cuesta nada”. ¿Qué no? Puede costar la estabilidad de una entidad financiera, las relaciones diplomáticas entre dos estados o la imputación del expresidente Mariano Rajoy. Tal vez mejor no saber, como le dijo Fernández Díaz a Villarejo y hemos escuchado aquí. “El ministro no sabe nada, ¿eh? Esta claro, ¿verdad? Y digo esto porque sé que estoy hablando con servidores del Estado. Está claro, ¿verdad? Por tanto, yo negaré incluso bajo tortura que esta reunión ha existido”. No consta que Fernández Díaz haya sido torturado, gracias a Dios, pero lo indiscutible es que, antes de que cantase el gallo, negó tres veces conocer al comisario en una comisión de investigación.

La tolerancia periodística con esa deriva que pudre al Estado de Derecho también formó parte de una estrategia, en este caso soft e informal, que se puso en marcha en el momento álgido del procés. La cara era describir España como una democracia perfecta. La cruz fue el ocultamiento consciente de la acción de la cloaca. En esa operación colaboraron publicistas que sacrificaron su independencia de criterio y toda equidistancia a la hora de analizar los hechos. Fue una respuesta ideológica que, en nombre de la defensa de la democracia liberal, no cuestionó a los propios. Dicho con otras palabas, ante una presunta amenaza nacional, actuaron como intelectuales orgánicos. ¿Puede analizarse ya ese corpus de libros y artículos que, al silenciarla, tapó la corrupción del Estado? Mejor hacerlo porque, entre otros daños colaterales, decantaron la interpretación del conflicto hacia una dinámica de combate nacionalista a través de la cual quedó normalizada la brutalidad de Vox.

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Pero niégalo aunque te torturen. Repite, como se decía desde el Ministerio del Interior, que la Operación Cataluña no existe. No nos creyeron. Era malo para el país.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.

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