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Maneras de vivir
Columna
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Otra vez hablando de bondad

Tenemos que seguir luchando en las trincheras de la esperanza, aunque es posible que yo me esté pasando de rosca

Promo EPS Rosa Montero
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Rosa Montero

Hace muchos años, un amable y lúcido lector me mandó una carta en la que decía que me llevaba leyendo desde siempre y que le gustaban mis artículos, pero que había observado que, en los últimos meses, prácticamente todos mis textos eran un comentario en torno a un libro; y que, vale, podían ser amenos y eso, pero que si no me parecía que ya estaba bien y que tenía que cambiar el enfoque. Se lo agradecí muchísimo. Tenía toda la razón y yo no lo había advertido. Alguna que otra vez he observado que la escritura de los artículos, en su conjunto, prefigura de manera inconsciente necesidades, situaciones psíquicas o intereses profundos que una tiene. Por ejemplo, en ocasiones he caído en la cuenta, meses después, de que mis textos periodísticos me anunciaron, sin saberlo, el tema de mi próxima novela. Cuando aquel sabio lector me reprendió, yo estaba pasando un mal momento y me había refugiado en los libros, que siempre han sido un poderoso consuelo.

Digo todo esto porque no quisiera que otro lector afectuoso y ojo avizor tuviera que avisarme de nuevas repeticiones. Y es que me da la sensación de que en las columnas de los últimos meses estoy insistiendo una y otra vez, quizá en demasía, en la bondad de la gente. O, mejor dicho, en la necesidad de potenciar la bondad. Pensándolo un poco, me parece que es una respuesta defensiva frente a la negrura creciente, al aumento de agresividad que la pandemia ha reforzado, a la radicalización de la sociedad. Prosperan por doquier partidos extremistas de derechas y de izquierdas, grupos dogmáticos que no se basan en ideas, sino en emociones. Como los fanáticos no pueden convencer con la razón, inventan enemigos y utilizan el odio como principio identitario. Es su gasolina para seguir creciendo, y ese es el incendio de intolerancia y furor que arrasa el mundo.

Así que sí, creo que necesitamos reivindicar la bondad, que tenemos que seguir luchando en las trincheras de la esperanza, aunque es posible que yo me esté pasando de rosca. Pero no soy la única que siente esa urgencia por hacer algo, ese desconsuelo. Por ejemplo, en 2019 se inauguró el primer instituto mundial para estudiar la bondad, el Bedari Kindness, en la Universidad de California. Allí, antropólogos, sociólogos y psicólogos, preocupados ante el “conflicto creciente entre las personas”, investigan si es posible cambiar comportamientos crueles, qué se define como bondad o qué efectos tiene la amabilidad en las personas. Y al parecer trae muchos beneficios: baja la tensión arterial, fortalece el sistema inmune, favorece la longevidad. De la misma manera que el odio te puede enfermar y hasta matar. Por ejemplo, el rechazo social es el factor más importante para desencadenar una esquizofrenia, según el neurocientífico David Eagleman. Y enciende en el cerebro la misma zona de dolor que el dolor físico.

En el reportaje de la BBC en donde leí lo del Instituto Bedari hablaban también de un libro sobre la bondad, The Rabbit Effect (El efecto conejo), escrito por ­Kelli ­Harding, de la Universidad de Columbia (EE UU). El título se le ocurrió cuando revisó unos experimentos hechos con conejos en los años setenta. Uno de los grupos de conejos tenía unos resultados mucho mejores, y ­Harding descubrió que el investigador de ese grupo había sido especialmente cariñoso con los animales. Pobres conejitos enjaulados respondiendo al afecto. Y pobres de nosotros, que sin duda tenemos al menos la misma necesidad de amor que esos roedores. De hecho, diversos estudios médicos muestran que tomar placebos, aun sabiendo que son placebos y no medicinas, mejora la salud de los pacientes en enfermedades como dolores crónicos o problemas digestivos y autoinmunes, es decir, en aquellas dolencias en donde el estrés interviene. Y yo creo que es porque hay médicos mirándolos, cuidándolos, midiendo sus resultados, interesándose de verdad por ellos. El amor cura, incluso el pequeño amor del doctor que te investiga. O hasta la sonrisa fugaz intercambiada con un extraño en el metro. Vale, quizá me estoy poniendo algo pesada con el tema e intentaré enmendarme, pero, por otra parte, ¿qué hay más ridícu­lo que creer que la bondad es ridícula y que hacerse el malote es más inteligente y más molón? La bondad literalmente nos salva. A las trincheras.

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