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Diez años de Tinder: mil formas de rechazar y ser rechazado en un bucle infinito

Cinco cosas que han cambiado y que hemos aprendido desde que se lanzó la aplicación de citas en 2012

Aniversario Tinder
OpenAI / Dall·E
Karelia Vázquez

Cumplimos una década en la red de citas que nos ha enganchado a deslizar a izquierda (me interesa) o derecha (no me interesa) a una multitud de nuestros semejantes. En este tiempo hemos descubierto que todos mentimos: ellos con la estatura y el salario, ellas con la edad. Y que los hombres dan más del doble de likes que las mujeres. Por encima de todo, hemos comprobado que, por más veces que borremos esta aplicación, acabaremos volviendo a ella, cautivos del swipe.

1. La revolución de buscar pareja vía app

Desde su lanzamiento, Tinder se ha descargado 400 millones de veces y ha robado el protagonismo de la vida sexual y sentimental de nuestro tiempo. “Tinder es uno de los dos grandes cambios que han alterado el apareamiento humano en los últimos cuatro millones de años”. Así lo ve Justin García, del Instituto Kinsey para la investigación en Sexo, Género y Reproducción. “El primero tuvo lugar hace entre 10.000 y 15.000 años cuando la agricultura nos hizo sedentarios y se estableció el matrimonio como contrato cultural, y el segundo ha llegado con las apps para ligar, en el teléfono y con geolocalización incluida —Tinder permite encontrar personas en una ratio de entre 2 y 160 kilómetros—, que han convertido la búsqueda de pareja sexual en un trámite similar al de pedir comida o reservar un vuelo barato”.

Eso sí, no hay que fiarse del todo de la información que aparece en los perfiles: asegura Dan Slater en su libro Love in the time of algorithms (Amor en tiempos del algoritmo) que los hombres se suelen poner cinco centímetros más de estatura y las mujeres quitarse cinco kilos de peso y cinco años en la edad que declaran. La antropóloga Helen Fisher añade, además, que ellos son proclives a mentir sobre el dinero que ganan.

2. No admite más códigos que los propios

Tinder se adjudica más de 8.000 millones de conexiones, aunque no concreta si se trata de interacciones digitales, encuentros en el mundo físico o todo eso a la vez. La duración y calidad de ese apareamiento es “una lotería”. La frase es de una de las participantes del estudio ­Hooking Up: Sex, Dating and Relationships on Campus (Enrollarse: sexo, citas y relaciones en el campus), dirigido por Kathleen A. Bogle y citado por la socióloga Eva Illouz en su libro El fin del amor. Una sociología de las relaciones tóxicas (Katz, 2020). “El informe arroja luz sobre una notable confusión en torno al propósito de los encuentros casuales. (…) Ni siquiera hay un acuerdo sobre la definición del término “rollo” (hook up en inglés) que algunos usan cuando se han besado con alguien; otros, cuando han tenido un episodio de sexo oral sin coito, y otros, para describir una relación que les sienta bien”. En una especie de manual de uso no escrito esta incertidumbre se ha resuelto con la expresión: “Voy a quedar con un tinder” o “Me voy a ver con mi tinder”.

3. El algoritmo no es justo ni neutral

Su algoritmo establece un ranking de atractivo que determina la visibilidad de los perfiles y las posibilidades de hacer match. Cuantos más likes, más se sube en el Elo Score, así se llama la clasificación creada en 1960 por Alfred Elo para las competiciones de ajedrez y en la que se han inspirado los desarrolladores de Tinder. Cuando se recibe un like de un usuario muy popular se ganan muchos puntos en la clasificación. La periodista francesa Judith Duportail cuenta en su libro El algoritmo del amor: un viaje a las entrañas de Tinder (editorial Contra, 2019) cómo funciona el Elo Score. Según su investigación, puntúa diferente para hombres y mujeres, y favorece los encuentros entre hombres mayores y mujeres jóvenes. El algoritmo de Tinder es complejo y está muy vivo. Su fundador, Sean Rad, reconoció a Fast Company que habían tardado dos meses y medio en desarrollarlo. El resultado es una puntuación independiente para cada persona según su atractivo y deseabilidad. Con esa información, Tinder hará más visible a candidatos más o menos parecidos entre sí. Como promedio, una mujer da “Me gusta” a un 14% de los perfiles que ve, mientras que un hombre lo hace con el 46% de las candidatas que le muestran.

4. Mil formas de rechazar y ser rechazado. Y el nuevo vocabulario

Se rechaza (y se es rechazado) por motivos fútiles e inesperados como una sintaxis incorrecta, una camiseta sintética, un tatuaje con faltas de ortografía o una foto con un oso panda. Los detalles cuentan. El swipe a la izquierda (rechazar) es adictivo: nos hace rebosar de estimulante dopamina y es una de las grandes diversiones de Tinder. Los suscriptores premium pueden rectificar sus conductas impulsivas con la opción Rewind, que permite recuperar a una persona enviada al limbo de “la tinderósfera” —término empleado en la propia web de Tinder—. Todos hemos sido alguna vez ese depredador, y cuando creíamos que encajábamos bien los golpes y estábamos curtidos en el rechazo, llega uno, aleatorio e inesperado, que nos hunde en la miseria.

Además, hemos incorporado a nuestro vocabulario términos anglosajones que pronunciamos regularmente y ejecutamos con excelencia: ghosting, cuando se corta la relación abruptamente, sin dejar huella ni dar derecho a réplica. Breadcrumbing, cuando se reparten migajas de atención para mantener el contacto, pero sin intención de ir mucho más lejos. Slowfading, para describir el arte de desaparecer lentamente, sin dar el portazo. Benching (de banco, bench en inglés), tener a alguien en el banquillo, usarlo como la latita de atún en la despensa; quien está en esa situación no corta el vínculo porque sus expectativas nunca desaparecen. Pocketing, para definir las relaciones de interior, que funcionan en su casa o en la tuya, pero nunca en la calle o en sitios donde pueda haber testigos o conocidos.

5. El eterno retorno

Con Tinder se establece una relación amor-odio. Una dicotomía que se escenifica cada vez que se borra la app para luego volver a cargarla… hasta el próximo disgusto, o cuando se adopta un comportamiento cauto tras un fracaso más o menos importante. Entonces se adopta el modo digisexual, un término que alude a los que mantienen largas conversaciones pantalla por medio sin concretar nunca un encuentro en el mundo físico. A veces se prueba suerte con otras plataformas como Bumble, pero al final siempre se vuelve porque, tal y como reconoce un informe de la empresa Match.com, propietaria de Tinder, uno de cada seis solteros es adicto al proceso de búsqueda de pareja, a swippear a diestra y siniestra como quien busca una serie. A estas alturas, no hay relación más larga y estable que la que se mantiene con el señor Tinder.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

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