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Oliviero Toscani: “El fascismo resulta muy cómodo porque no te exige razonar”

Subvirtió el lenguaje de la publicidad y la comunicación de moda entre los ochenta y noventa con sus campañas para Benetton, un trabajo por el que aún le persigue la etiqueta de provocador. Pero el fotógrafo italiano ha sido, ante todo, un observador de la condición humana.

Oliviero Toscani
Oliviero ToscaniLeandro Manuel Emede

Chanel, Fiorucci, Valentino, Esprit, Jesus, Prenatal. Benetton, claro. También Toyota y Artemide. Hasta los ministerios de Trabajo y Seguridad Social italianos. Es echar cuentas de la cantidad de campañas publicitarias tramadas y fotografiadas como bombas socioculturales por Oliviero Toscani (Milán, 80 años) y comprender hasta qué punto tiene que ser cosa suya esa forma de comunicar marca desde hace al menos tres décadas. Hijo de Fedele Toscani, el que fuera primer fotorreportero del Corriere della Sera; formado para la fotografía y el diseño en la Universidad de Arte de Zúrich, lleva medio siglo con la cámara en ristre, observando y retratando la naturaleza humana para berrinche (continuado) de quienes no son capaces de pensar por sí mismos o han preferido dejar de hacerlo, dice. Activista político a su manera, en 1991 fundó Colors, aquella “revista sobre el resto del mundo” con la que expandió el entonces insólito ideario multicultural que practicó como director artístico del grupo Benetton entre 1982 y 2000. Su radio de acción creativo alcanza libros, televisión, programas educativos universitarios y múltiples exposiciones, como la que se puede ver este fin de semana en el Kappa FuturFestival de Turín. Allí, en una atmósfera de rave techno, muestra los últimos retratos —una serie realizada durante la edición de 2019 del festival a la que pertenecen las imágenes que acompañan esta entrevista— de su proyecto Raza humana, alarde del estudio fotográfico antropológico que inició en 2007. “Después de todo este tiempo, fotografiar a la gente me ha ayudado a entender el mundo”, concede vía Zoom desde su estudio en la Toscana. Para honrar la diversidad lingüística, pide, la conversación se desarrolla en italiano, y un poco de español cuando el periodista no llega.

La serie de Raza humana que expone ahora la fotografió en 2019. Dicen que tras estos dos años de pandemia hemos cambiado, que el mundo es otro. ¿Es posible que el suyo sea el retrato de una sociedad que ya no existe?

El ser humano en sí mismo es testimonio de su tiempo. No hay nadie como tú, eres único, con tus circunstancias, tus experiencias, tu cultura. Estos son los rostros de la juventud actual. Los nuevos jóvenes. Siento mucha curiosidad por ver lo que va a suceder, qué van a hacer como sociedad a partir de este momento. Ese ha sido siempre mi trabajo: dar testimonio de mi tiempo.

¿Por qué quiso retratar a los asistentes de un acontecimiento tan específico como el Kappa FuturFestival, una de las grandes citas europeas de la música electrónica de baile? ¿Qué esperaba encontrar?

Una cierta humanidad. Allí se concentra una selección muy especial de gente, sobre todo jóvenes que tienen sus propios códigos. Son distintas colectividades, diferentes tribus. Y solo la tribu prevalece por el sentimiento de pertenencia que genera.

Habla de códigos y pertenencia a la tribu, los fundamentos de cualquier subcultura juvenil. ¿Son todavía posibles las expresiones contraculturales en tiempos de pensamiento único?

La contracultura siempre va a existir, se manifieste de manera más o menos evidente. Aunque solo la minoría tiene capacidad para subvertir. Y digo subvertir, no revolucionar, que son cosas muy distintas. Yo he fotografiado a Muhammad Ali, a los Rolling Stones, a Bob Dylan; he visto el momento de subversión en primera persona desde principios de los años sesenta, gente que se encuentra en un determinado momento y se activa dependiendo de las circunstancias, de la situación que propicia la sociedad.

Describe Raza humana como un estudio sociopolítico, cultural y antropológico a través de la morfología de las personas. ¿Eso es que le interesa más el exterior que el interior?

Morfología y psicología van de la mano. La imagen que proyectamos es una expresión política, y toda estética tiene un significado político y sociocultural importantísimo. Con mi cámara, me arriesgo a interpretar la psicología de las personas por su mera apariencia. El modo de vestir, de mover las manos, de estar, de ser… La estética es pura comunicación. Igual que el arte.

¿Cómo se aproxima a los sujetos de sus fotografías, cómo los elige?

Siempre miro directamente a los ojos de aquellos a quienes retrato. Bueno, en realidad procuro que sean ellos quienes miren a los míos, como si me estuvieran fotografiando. Al contrario que el fotógrafo de moda, que seduce a sus modelos, quiero ser yo el seducido a través de la curiosidad, el anhelo de búsqueda y los sueños que me revelan sus miradas. Todos los retratos de Raza humana parten de ese principio.

¿También es capaz de ver, de captar el alma?

No sé si lo llamaría alma. Prefiero energía vital. Y tiene su propio sonido. Es esa voz que te dice cómo hacer las cosas. Yo la escucho constantemente. Y hay que tener el coraje de seguirla, sobre todo cuando va contra lo que es políticamente correcto, o dejará de hablarte.

Fotografía de Oliviero Toscani para la campaña de Benetton de 1996.
Fotografía de Oliviero Toscani para la campaña de Benetton de 1996. Oliviero Toscani

¿Por eso ha utilizado un término tan peliagudo ahora mismo como raza para titular este proyecto?

¡Porque trae polémica, lógico! Fue una decisión consciente, intencionada. La humanidad es una, infinita, pero somos nosotros los que hablamos de razas y lo aprovechamos para propiciar la división y la exclusión.

Usted fue pionero en mostrar que la sociedad es diversa por naturaleza con su trabajo. Hoy esta es una idea recurrente, banalizada en el discurso del marketing...

Vivimos en estado de miedo a ser diferentes. Solo somos capaces de aceptar la diferencia si los demás son igual de diferentes que nosotros. Quienes tienen la valentía de alzar su voz y decir “soy distinto” son los raros, pero ellos cambiarán el mundo, no quienes comparten su vida en Facebook. Las redes sociales son un campo de concentración moderno, donde la gente entra por voluntad propia para que le laven el cerebro. Todo esto de Instagram, los influencers, es totalmente fascismo. Y el fascismo resulta muy cómodo porque no te exige razonar. Tu intelecto, tu corazón, tu creatividad, los dejas en manos de otros.

¿El auge del fascismo es consecuencia de esa comodidad creativa e intelectual en la que nos hemos instalado como sociedad?

Y de la falta de una visión de futuro. Estamos espantados, la humanidad tiene miedo porque ha perdido el entusiasmo. Sin entusiasmo no hay perspectiva de futuro y cuando falta esa visión de futuro llega el miedo. Y con el miedo, el fascismo se hace fuerte. Si no imaginas el mañana, no existe esperanza. ¿Cuánto tiempo dedicamos al día a imaginar? Ahora mismo, poquísimo. Tenemos los teléfonos móviles, los ordenadores que hacen que perdamos de vista lo intangible. Cuando Picasso pintó el Guernica nos hizo ver lo intangible. Esa es una cualidad humana que estamos olvidando. Tenemos un cerebro creativo que es nuestra mejor cualidad y, al mismo tiempo, nuestra ruina.

¿La tecnología nos ha vuelto tontos?

La tecnología hace un buen servicio, es una herramienta. Un cuchillo puedo usarlo en la cocina, para tallar una escultura y también para matarte. La tecnología es solo un medio, aunque pensemos que resuelve nuestros problemas. Qué va. Un ordenador es un imbécil veloz, rápido, pero totalmente idiota. Y esta situación está creando un montón de imbéciles. A mí me fascinan los adolescentes actuales, me resultan mucho más interesantes que los adultos de 30 o 40 años, pero en cierto sentido —y no quiero generalizar— también los encuentro un poco estafadores por esa tendencia a abdicar de su intelecto en favor de la tecnología.

¿La globalización ha matado la individualidad?

No es la globalización, es la monocultura. La cultura uniforme que es la misma para todos, en todas partes, y que mata las expresiones culturales locales.

¿Tiene el mundo actual, y Europa en particular, un problema de identidad?

A esa cuestión puede darle respuesta la exposición que acabo de hacer en la Potsdamer Platz de Berlín, Los alemanes del siglo XXI [finalizó el pasado 15 de junio]. Es un retrato de cómo ha cambiado un país a través de los rostros de sus habitantes. Esos nuevos alemanes han transformado el paisaje de sus pueblos y ciudades porque la mayoría son inmigrantes. Se podría decir lo mismo de Francia, Italia o España. La identidad, ¿qué es? ¿Orgullo nacional?

Fotografía de Oliviero Toscani para la campaña de Benetton de 1991.
Fotografía de Oliviero Toscani para la campaña de Benetton de 1991. Oliviero Toscani

Usted que ha sido motor de cambio en la fotografía publicitaria y de moda, ¿siente que el relato, el mensaje, ha ido para atrás?

El artista depende de la inteligencia de su cliente, alguien que le dé la oportunidad de subvertir. Y yo siempre he intentado trabajar para personas inteligentes. Tuve suerte porque en aquel momento el marketing aún no había contaminado el oficio. Hoy lo primero es la venta; antes primaban la experimentación, la investigación, la improvisación. La inseguridad, incluso. Ahora te dicen qué tienes que pensar, qué tienes que hacer. Si quieres cambiar las cosas, haz lo contrario. Cuando todos vayan en una dirección, debes correr en la contraria. Estarás solo, pero pronto te harás visible y destacarás.

Desde su posición es fácil decir eso, pero piense en la inestabilidad laboral y en los jóvenes que necesitan mantener unos trabajos cada vez más ­precarios…

Por esta razón no hay trabajo. Si vas al contrario, creas una nueva dimensión, creas el futuro. Hay que ser rompecojones. Esta es la expresión de mi inteligencia, de mi capacidad, y con ella te doy la posibilidad de reflexionar, de abrir el debate, de comprender que el pensamiento puede ser diverso. Yo no voy al cine o leo un libro para relajarme, yo quiero sorprenderme, sentirme provocado. La palabra provocación tiene un significado negativo, ¿por qué? Porque a la monocultura no le gusta que la desafíen. Nadie desea ver perturbada su seguridad: soy un macho, soy una mujer, qué carajo. Hay que cuestionar constantemente nuestra propia verdad. El buen juicio mata la creatividad [ríe].

Este año se cumple el 30º aniversario de aquella campaña de Benetton, la de la primavera-verano de 1992, en la que utilizó como reclamo la fotografía del enfermo terminal de sida que le valió un World Press Photo a Therese Frare. ¿Cómo lo ­recuerda?

La fotografía publicitaria te da la oportunidad de aparecer en todos los medios del mundo a la vez. Lo interesante del momento era cometer esa diablura, porque se relacionaba el sexo con la muerte como nunca antes. Luciano [Benetton, cofundador de la firma y senador por el Partido Republicano Italiano en los noventa], que es un empresario inteligente, lo entendió al instante. Además, el sida estaba causando estragos en la moda, mientras la industria miraba para otro lado. Había mucha hipocresía. Aquello causó conmoción, pero por culpa de cierta moral y educación cultural. A mí me insultaban y agredían por la calle. Decían que nos aprovechábamos del sufrimiento ajeno para vender ropa. ¿Acaso Caravaggio pintaba madonnas para vender la Iglesia católica? No, él buscaba una estética humana que trascendía la religión. Eso es el arte.

¿Qué cree que pasaría hoy de repetir la jugada con un enfermo de covid?

No sería lo mismo por una sencilla razón: el VIH significaba un estigma social, asociado a la homosexualidad. El problema no era tanto la enfermedad como la implicación moral, religiosa, que la covid no tiene.

Quizá la lectura actual de una imagen así tendría que ver con la diferencia de clase.

Posiblemente, pero hay que pensar que, en términos estéticos, la riqueza es siempre vulgar. El lujo me resulta obsceno y aún más cómo se representa en los medios. Mira esas revistas que convierten la moda en algo feo, asocial, racista, discriminatorio, fascista. Yo he trabajado para ellas. Fuera de sus esquemas, la diversidad es peligrosa, también porque no rinde económicamente. Y hoy le tenemos un pánico horrible a la economía, como nunca diría.

¿Piensa darles continuidad a sus proverbiales laboratorios de ideas, Fabrica y La Sterpaia, o está cansado ya de buscar soluciones para los demás?

Estoy planeando una nueva plataforma: Oliviero Toscani Circus. Quiero organizar encuentros y debates que propicien el diálogo y la diversidad de ideas. El primero se va a llamar Egowash [ríe], para tratar a continuación cuestiones como la responsabilidad laboral. A finales de agosto tengo previsto también un taller de análisis del futuro con Marina Abramovic bajo el título de Where Do We Go from Now? [Hacia dónde vamos a partir de ahora?], que presentaremos durante la Mostra de Venecia. Y, aparte, me han hecho un encargo fascinante: el padre Enzo Fortunato, director de comunicación del Sacro Convento de Asís y uno de los consejeros del Papa, me ha pedido que orqueste algo que pueda atraer a la gente a la basílica de San Francisco más allá de los frescos de Giotto. O sea, ¿hay algo más megalómano que pretender superar a Giotto? Claro que ¿por qué no? Ya sé qué voy a hacer: una exposición mundial sobre todos los problemas que la humanidad no quiere ver.

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