Un pálido reflejo
Columna de Juan José Millás
No hay que ser un experto en balística para deducir que los agujeros de esa fachada han sido provocados por proyectiles de diversos calibres, quizá también por la metralla de los bombardeos sufridos por Madrid en los comienzos de la Guerra Civil. La foto, tomada por Robert Capa a finales de 1936, fue publicada en The New York Times Magazine el 24 de enero de 1937 y ha sufrido diversas peripecias hasta recalar en el nuevo recorrido de la colección permanente del Reina Sofía. En cuanto al edificio, situado en el número 10 de la calle de Peironcely, en Vallecas (Madrid), se ha salvado también de la piqueta gracias a la presión ciudadana, quedando, para quien quiera verlo, como testimonio de los horrores del conflicto.
Quizá el mayor de esos horrores sea el de la naturalidad con la que los niños departen sobre la acera rota, sobre ese suelo lleno de cascotes que metaforizan la escombrera en la que se empezaba a convertir el país. Produce pánico esta capacidad de convivir con el espanto una vez que se cuela en la vida cotidiana. Lo que un lunes nos habría parecido inaceptable, lo admitimos como normal el miércoles siguiente. No estamos seguros de que esa plasticidad sea moralmente elogiable. Para defenderse de ella, conviene asomarse de vez en cuando a testimonios como el de Capa imaginando que las heridas practicadas en el ladrillo son solo un pálido reflejo de las que sufrieron los cuerpos de cientos de miles de seres humanos en la fachada de sus rostros, en el pecho y en la espalda de sus troncos, en las paredes delicadas de sus vientres, en sus muslos, sus nucas, sus piernas, sus rodillas…
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