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Parlache, el lenguaje que se inventaron las bandas callejeras de Medellín para burlar a la policía

Fotograma de la película 'Rodrigo D. No futuro' (1990) del director colombiano Víctor Gaviria.
Fotograma de la película 'Rodrigo D. No futuro' (1990) del director colombiano Víctor Gaviria.

El parlache es una jerga callejera nacida en el Medellín de los ochenta. Está recogido en un diccionario de 2.600 palabras que ahora se reedita

LUZ STELLA Castañeda y José Ignacio Henao escucharon un rastro de palabras que no entendían. Luego trataron de comprenderlas. Era el Medellín de finales de los años ochenta, la violencia y el narcotráfico habían tomado las riendas de la ciudad, y ambos siguieron el reguero de términos de extraña arquitectura que se escuchaba en la radio, aparecía en los periódicos y hablaban los estudiantes.

Después llegó su suerte. El director Víctor Gaviria estrenó en 1991 la película Rodrigo D. No Futuro y mandó una carta a la Universidad de Antioquia. Tras grabar con actores naturales, escribió, le impresionaba el lenguaje que usaban. Los investigadores ya tenían la antena académica encendida, por lo que al llegar la carta, levantaron la mano: nosotros nos encargamos de examinarlo.

“La carta fue el impulso”, dice ahora Luz Stella junto a su marido, José Ignacio, en el despacho de la Universidad de Antioquia, donde continúan las investigaciones en aquellos barrios periféricos, casi siempre marginales, de donde brotaban las palabras: Zamora, Blanquizal, Belén Aguas Frías, Sol de Oriente, Manrique.

Con el zurrón plagado de palabras que desmenuzaban, había que buscar un nombre a la jerga. Los sociolingüistas creían que si ese argot hervía en la calle, la calle debía bautizarlo, así que un chico que colaboraba con ellos reunió en el barrio a sus amigos y discutieron el nombre. Concluyeron que tenían su propio “parlamento”. Al irse a dormir, al joven se le apareció en sueños un amigo asesinado: “No busquen más, el nombre para nuestro parlamento es parlache”. Luz quedó fascinada por aquel origen mágico del término y no lo dudó: “El nombre es este”. Así nacía, en el año 2006, el Diccionario de parlache, que se agotó y que después apareció como Diccionario de uso de parlache y del cual fiscales y policías se han servido para descifrar conversaciones. Ahora, tras las últimas presentaciones en congresos de Lisboa y Buenos Aires, los investigadores ultiman la nueva edición, ya en marcha y que publicará la web de la Universidad de Antioquia en 2020.

El parlache es una jerga que se popularizó en Medellín cuando la criminalidad superaba cualquier pesadilla. Las bandas necesitaban ocultar información, y el lenguaje era una de las herramientas para escurrirse del radar policial. “Cuando los jóvenes se van dando cuenta de que una palabra críptica pasa al dominio público”, dice Luz Stella, “hacen la corrección”. De ahí se filtró al resto de la sociedad.

Los académicos se han encontrado todo tipo de fórmulas para su composición, pero afirman que “es absolutamente imposible rastrear su etimología”. Sí han confirmado la repetición de algunas construcciones bajo una extraña anarquía, como el cambio en la posición de sílabas. Así aparecieron ofri (frío) o lleca (calle). Otras veces han visto añadir letras a palabras existentes, como notis (no) o sisas (sí).

Son 2.600 palabras recogidas en un diccionario que la nueva versión actualizará. De momento, la Real Academia Española admitió, en 2001, algunos términos del parlache construidos entre el ingenio y el horror, como muñeco (cadáver), mecha (ropa) o quiñar (matar).

Entre el juego y malabarismo de palabras, a uno se le escapa a veces una carcajada. Pero cuando Ignacio ve a alguien reírse al curiosear sus páginas, se pregunta, incómodo: “¿Y todo lo que hay de violencia?”

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