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Tribuna
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Sobre la democracia en Europa

Sin el renacimiento democrático, las "élites dirigentes" seguirán aislándose de la experiencia infinitamente rica y diversa de las vidas de las personas que serán presas de los demagogos

El Parlamento Europeo, durante la sesión plenaria de este martes.
El Parlamento Europeo, durante la sesión plenaria de este martes. PATRICK SEEGER (EFE)

¿Puede continuar la "construcción" europea según su actual evolución? Desde el año 2005 y el fracaso del proyecto de Tratado constitucional, Europea se ha venido desmoronando, pero nada parece capaz de despertar a sus líderes de su sueño dogmático. Nada, ni los repetidos fracasos electorales, ni la fractura económica entre países de la zona del euro, ni el rescate por los contribuyentes de los banqueros irresponsables, ni la agonía que tuvo que soportar Grecia, ni la incapacidad de encontrar una respuesta común a los flujos migratorios, ni el Brexit, ni la débil respuesta a los dictados norteamericanos impuestos sin tener en cuenta los tratados, ni el incremento de la pobreza, de las desigualdades, de los nacionalismos y de la xenofobia, han logrado abrir un debate democrático a escala europea sobre la profunda y preocupante crisis que atraviesa la Unión Europea y cómo resolverla.

Naturalmente, a falta de un espacio de debate público europeo las políticas de la Unión solo puede debatirse a escala nacional. Y puesto que éste no es el nivel en el que se deciden las políticas europeas, no hay otro remedio que debatir sobre si esas políticas europeas deben ser "soportadas", pese a ser disfuncionales, o abandonarlas. Albert Hirschman demostró en un libro famoso que los miembros de una institución en crisis o en declive disponen de tres opciones: pueden criticarla para reformarla desde dentro (voice), pueden abandonarla (exit), o no pueden ni criticarla ni abandonarla, aunque estén insatisfechos, sino permanecer por lealtad (loyalty) (Albert O. Hirschman, Exit, Voice and Loyalty. Response to Decline in Firms, Organizationsand States, Harvard Univ. Press, 1970). Dado que los ciudadanos europeos no tienen poder de voto sobre los verdaderos órganos decisorios de la Unión Europea (Comisión, Tribunal de Justicia, Consejo, Banco Central) se sienten privados de “voz” y obligados a elegir entre el abandono o la lealtad. Por ello los "debates" sobre la Unión Europea en los Estados miembros son invariablemente enfrentamientos caricaturescos entre los "pro" y "anti" europeos. Todos los que critican el funcionamiento de la UE son calificados de "anti”. Su número aumenta día a día, engrosado por el crecimiento de los partidos y gobiernos etnonacionalistas.

Consideramos que esa lógica binaria es falsa y suicida. No es cierto que no haya otra alternativa más que apoyar ciegamente a las instituciones europeas o rechazarlas por completo. Este falso dilema entre “eurólatras” y “euronihilistas”, que impide concebir cualquier posibilidad de reforma democrática de la Unión Europea, solo conduce a su lenta descomposición, generando tensiones y violencias identitarias en ese proceso de destrucción. Sin embargo, resulta más necesario que nunca la solidaridad europea para hacer frente a la interdependencia de los Estados en áreas tales como el medio ambiente, la migración, las nuevas tecnologías o los equilibrios geopolíticos en el mundo. No somos "expertos" que decimos a los pueblos o a sus dirigentes qué hacer. Somos investigadores de diversas opiniones políticas que, estudiando el funcionamiento de la Unión Europea desde la perspectiva de diferentes Estados miembros, compartimos el mismo diagnóstico alarmante sobre su funcionamiento.

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La razón principal de la desafección creciente de la Unión Europea es el divorcio entre los valores que proclama y las políticas que aplica. Sus valores están proclamados por la Carta de los Derechos Fundamentales, según la cual: “la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y el Estado de Derecho". Su fracaso más flagrante afecta al principio de democracia, pero también es obvio respecto del principio de solidaridad.

En 1957 Pierre Mendès-France pronunció un discurso en el que denunciaba el peligro que la construcción europea podría representar para la democracia. "La abdicación de la democracia”, dijo, puede producirse de dos maneras, ya sea a través del recurso a una dictadura interna mediante la entrega de todos los poderes a un hombre providencial, o mediante la delegación de estos poderes en una autoridad externa que, en nombre de la técnica, ejercerá de hecho el poder político, porque en nombre de una economía sana es fácil dictar una política monetaria, presupuestaria, social; en fin, "una política", en el sentido más amplio del término, nacional e internacional (Pierre Mendès-France, Discurso de 18 de enero de 1957 en la Asamblea nacional con motivo del debate sobre la ratificación del Tratado de Roma, Journal Officiel de la République Française, 19 enero 1957, nº 4, p. 166).

Los hechos lamentablemente le han dado la razón. En 2009, en su decisión sobre el Tratado de Lisboa, el Tribunal Constitucional alemán denunció muy claramente la falta de democracia de la UE. Nos recordó que la democracia es un régimen en el que "el pueblo ha de poder designar al gobierno y al poder legislativo por sufragio libre e igual. Este núcleo esencial puede complementarse por la posibilidad de referéndums sobre cuestiones sustantivas (...). En una democracia, la decisión del pueblo es determinante de la atribución y de la conservación del poder político: todo gobierno democrático conoce el temor a perder el poder en caso de no reelección". Nada de esto existe en la Unión, que no celebra elecciones permitiendo que una oposición se estructure y gane el poder sobre un programa de gobierno alternativo. En un libro reciente —titulado Europa sí, pero ¿cuál?—, un antiguo miembro de aquel Tribunal, el eminente jurista y erudito Dieter Grimm, atribuyó el déficit democrático de Europa a la inclusión en los Tratados de decisiones de política económica que normalmente deberían resultar de la deliberación (y de la alternancia) política (Dieter Grimm, Europa ja – aber welches?: Zur Verfassung der europäischen Demokratie, Beck, 2016, p. 288).

Esta "hiperconstitucionalización" coloca a la Unión en contradicción con los valores y principios que proclama y la abandona a configurarse como lo que Jürgen Habermas ha llamado un "federalismo ejecutivo posdemocrático" (Jürgen Habermas, Zur Verfassung Europas suhrkamp 2011, pp. 48-82). Ya en 1939 Friedrich Hayek, uno de los teóricos del neoliberalismo, preconizaba que una Federación de Estados basada en “las fuerzas impersonales del mercado" sería la mejor organización para proteger esas fuerzas frente a "interferencias legislativas" de los gobiernos democráticamente elegidos en sus Estados miembros —especialmente en materia monetaria, social, de bienestar y fiscal— , con la ventaja de disolver cualquier tipo de sentimiento de solidaridad, social o nacional (Friedrich A. Hayek, “The Economic Conditions of Interstate Federalism”, The New CommonwealthQuaterly, vol. v, nº 2, septiembre, 1939, pp. 131-149).

De hecho, la corrosión de los sistemas de solidaridad, ya sean los servicios públicos, el derecho del trabajo o de la seguridad social, es uno de los efectos más visibles de la "integración europea", y el primer factor de su desintegración. También aquí la Unión Europea ha traicionado sus valores, especialmente desde la proclamación del principio de solidaridad por la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que se extiende a la protección del medio ambiente, y ha sido uno de los aspectos más innovadores de dicha Carta. Pero ya desde finales de los años 90, algunos autores (J. Weiler, F. Scharpf) habían puesto de relieve la asimetría en el proceso de construcción europea, entre, su capacidad creciente para desmantelar las solidaridades nacionales en nombre de libertades económicas y su incapacidad para crear solidaridades a nivel europeo que garantizasen a dicha construcción legitimidad política y cohesión social. Con el papel preeminente que ahora se concede en Europa a las "fuerzas impersonales del mercado" la solidaridad debe ser tratada como un obstáculo, que ha ser eliminado o reducido.

Cada vez más sometida a los lobbys o grupos de presión que escapan al control democrático, la Unión Europea sigue organizando la carrera a la baja entre sus Estados miembros en materia de regulación del trabajo, del bienestar, de la fiscalidad y de protección del medio ambiente. Tras renunciar a edificar una "Europa social" y traicionar su promesa de mejorar “las condiciones de vida y de trabajo, a fin de conseguir su equiparación por la vía del progreso”, la Unión Europea ha rebajado sus ambiciones, conformándose con un "pilar de derechos sociales", umbral mínimo de protección destinado a las víctimas de las "flexibilizaciones de los mercados laborales”, que promueve, sin embargo, sin descanso. La única solidaridad que ha funcionado eficazmente en Europa es la que ha permitido salvar un sistema bancario en quiebra, inundándolo de liquidez según un plan de rescate acordado, transfiriendo sus pérdidas a los contribuyentes europeos y provocando la caída de países enteros en la pobreza . Ningún proyecto serio de reforma del sistema bancario se vinculó a esas intervenciones y los líderes europeos ni siquiera pensaron en pedir responsabilidades a los bancos, y en concreto a la Banca Goldman Sachs que, en el caso griego, había contribuido al maquillaje de las cuentas públicas. Pero no debe olvidarse que muchos líderes europeos habían trabajado para ese Banco en el pasado, que se ha asegurado también los servicios de un ex Presidente de la Comisión Europea.

No obstante las ilusiones neoliberales, ninguna sociedad humana puede perdurar sin solidaridad y sin ningún otro proyecto común que la competencia entre sus miembros. A menos que se instituyan democráticamente, las solidaridades resurgen sobre bases identitarias, étnicas o religiosas, allanando el camino a los demagogos y a la violencia. En todo el mundo, desde Estados Unidos a la India, el Reino Unido u otros países europeos, los demagogos prosperan denunciando las desigualdades sociales de las que culpan a la presencia de los extranjeros, sin abordar sus causas económicas reales, ya que comparten el mismo credo neoliberal que sus oponentes partidarios de "las fronteras abiertas”. Estos últimos consideran el apego a la diversidad de herencias históricas y culturales como un arcaísmo y promueven un mundo uniforme y líquido, del que serían los misioneros inspirados.

Cabe recordar que la sangrienta experiencia de dos guerras mundiales llevó a la comunidad internacional a afirmar, sin ambigüedades, en dos textos clave, primero en la Constitución de la OIT en 1919 y, después, en la Declaración de Filadelfia en 1944, que "una paz duradera solo puede ser establecida sobre la base de la justicia social". Una paz duradera fue también el objetivo perseguido por los fundadores de la Comunidad Económica Europea, pero sostenían que el desvío económico de un mercado común, que produciría automáticamente un “espacio de libertad, seguridad y justicia, llevaría por sí mismo a la unificación política de Europa. Lamentablemente este desvío económico se ha convertido en un fin en sí mismo, y la tardía consagración jurídica de otros valores por los Tratados y las Cartas todavía no ha logrado anteponer los intereses de la sociedad a los intereses económicos.

La cuestión es, pues, saber si los principios de dignidad, democracia y solidaridad consagrados en la Carta y en los Tratados son una fachada, un maquillaje jurídico destinado a dar rostro humano a las "fuerzas impersonales del mercado", o si aún es posible canalizar esas fuerzas, "incrustar" el mercado en la sociedad europea y subordinarlo a sus principios. Esta es la cuestión crucial que debemos abordar en las próximas elecciones europeas. Confiamos en que todavía sea posible insuflar nueva vida a la Unión Europea, manteniendo la primacía de los ideales que proclama sobre el dogma económico y monetario que conduce a su destrucción.

La Unión Europea solo recuperará su credibilidad y legitimidad si se afirma como una Europa de cooperación y no de competencia. Una Unión basada en la fortaleza de la extraordinaria diversidad de sus lenguas y culturas, en lugar de tratar de aplanarlas o estandarizarlas. Una Unión de proyectos abierta a la solidaridad continental para enfrentar los desafíos -y solo estos- que ningún Estado puede afrontar pos sí solo. Una Unión en la que la solidaridad debe ejercerse tanto internamente, entre los Estados miembro, como externamente, a través de acuerdos de cooperación con otros países que comparten objetivos comunes, empezando por nuestros vecinos más cercanos. Dado su poder de mercado, solo la Unión puede combatir eficazmente lo que Franklin Roosevelt llamó " dinero organizado", separando la banca minorista de la banca de inversión y de la banca corporativa y limitando su poder de creación de dinero. Solo la Unión puede obligar a los operadores económicos, de cualquier nacionalidad, que actúan en el continente a cumplir las normas que se enfrentan a graves peligros ecológicos, a las desigualdades crecientes, y a una competencia destructiva entre regímenes fiscales que conduce al deterioro de las instalaciones y servicios públicos y de las infraestructuras viales y ferroviarias. Solo la Unión Europea puede crear un marco jurídico común que promueva el desarrollo, entre los Estados y el mercado, de la economía social y solidaria, de los bienes comunes y de las múltiples formas de solidaridad civil.

En el ámbito de la tecnología, solo la Unión está en condiciones de apoyar a las principales empresas europeas comprometidas con la preservación de los derechos fundamentales frente a las prácticas monopolistas de GAFA en la actualidad y de empresas chinas en el futuro. Solo ella puede organizar una respuesta jurídica seria a la aplicación extraterritorial de la legislación estadounidense a las empresas europeas. Y solo ella tiene los medios para concertar alianzas estratégicas con los países de África que no los conduzcan a los desastres ecológicos y sociales del neoliberalismo, sino que les permita definir sus propias vías de un de desarrollo sostenible basadas en lo mejor de su herencia cultural. La Unión Europea es la única que puede proponer una respuesta equilibrada a la crisis migratoria, sin ceder un ápice a los demagogos sobre el respeto de la dignidad y de los derechos de los inmigrantes y solicitantes de asilo, y al tiempo contribuir a concretar las medidas que permitan a las personas —sean senegaleses, italianos, malinienses, tunecinos o griegos—, vivir decentemente de su trabajo en su propios sin tener que exiliarse.

La refundación de la Unión sobre los principios que proclama y las tradiciones constitucionales comunes de los Estados miembro exige, como primera condición, no sólo la restauración, sino la profundización de la democracia en todos los niveles —local, nacional y europeo— de la toma de decisiones política. En este proyecto se han avanzado ya ideas interesantes por Michel Aglietta y Nicolas Leron que, volviendo a las fuentes de la democracia representativa (no taxation without representation), proponen dotar a la Unión de recursos presupuestarios propios (gravando las transacciones financieras), destinados a los objetivos de desarrollo sostenible establecidos y supervisados por el Parlamento Europeo. Simétricamente los Estados miembros recuperarían el control de sus propias decisiones presupuestarias, sin las que su vida democrática se ve privada de contenido (M. Aglietta y N.Leron, La double démocratie. Une Europe politique pour la croissance, Paris, Seuil, 2017. P. 197). Esta desvitalización afecta en cascada a todas las formas de democracia local y social, cuyos recursos son drenados por los gobiernos obsesionados por seguir la gobernanza de las cifras que rige la Eurozona.

Como ha señalado Étienne Balibar, no se trata de un retorno o de una restauración de las formas tradicionales de democracia, sino de un verdadero renacimiento de la democracia en todos los niveles de la vida política (E. Balibar, Union Européenne. Europe, Démocratie, Ed. du bord de l´eau, Lormont, 2016, p.326). Sin el renacimiento democrático, las "élites dirigentes" seguirán aislándose de la experiencia infinitamente rica y diversa de las vidas de las personas que serán presa de los demagogos.

Publicado en diversos grandes periódicos europeos, este texto es el resultado de un debate colectivo, en el marco del Coloquio "Revisiter les solidarités en Europe", celebrado los días 18 y 19 de junio de 2018 en el Collège de France.

Traducción de M.E. Casas. 

Firmantes: 

Alain SUPIOT, Profesor, Collège de France

Andrea ALLAMPRESE, Profesor, Universidad de Módena y Reggio Emilia

Irena BORUTA, Profesora, Universidad Cardinal Wyszynski, Varsovia

Maria E. CASAS BAAMONDE, Profesora, Universidad Complutense, Madrid

Christina DELIYANNI DIMITRAKOU, Profesora, Universidad Aristote, Thessalonica,

Franciszek DRAUS, Investigador en ciencias políticas, Berlin.

Ota DE LEONARDIS, Profesora, Universidad Bicocca, Milán

Paul MAGNETTE, Profesor, Universidad Libre, Bruselas

Antonio MONTEIRO FERNANDES, Profesor, Instituto Universitario de Lisboa

Ulrich MÜCKENBERGER, Profesor, Universidad de Hamburgo.

Fernando VASQUEZ, Ex-miembro de la Dirección de Asuntos sociales de la Comisión Europea

Laurence BURGORGUE-LARSEN, Profesora, Escuela de derecho de la Sorbona

Gaël GIRAUD, Director de investigación del CNRS

Alexandre MAITROT DE LA MOTTE, Profesor, Universidad Paris-Est Créteil

Béatrice PARANCE, Profesora, Universidad UPL Paris 8 Vincennes Saint-Denis

Étienne PATAUT, Profesor, Escuela de derecho de la Sorbona

Claude-Emmanuel TRIOMPHE, Consejero del Alto comisario para la participación cívica.

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