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Carmen March, talento maduro

Carmen March, en su nuevo estudio madrileño.
Carmen March, en su nuevo estudio madrileño.Gonzalo Machado
Carmen Mañana

ENCONTRAR UN diseñador español con auténtica mentalidad empresarial resulta más difícil que dar con un futbolista sin tatuajes. Pero parece que Carmen March ha conseguido alcanzar ese complejo equilibrio entre creatividad y negocio. En su nuevo taller madrileño, asegura que no hay más secreto que “dos décadas de fallos y aciertos”. Una experiencia que acaba de materializarse en el relanzamiento de su firma. La misma que cerró en 2010 porque “los números no cuadraban”. Entonces prefirió retirarse ante el asombro de muchos compañeros, obcecados en su travesía hacia el concurso de acreedores. Entre medias, capitaneó Pedro del Hierro Madrid durante tres años. Presentó sus colecciones en Nueva York y, pese al empuje internacional y mediático de la marca, el proyecto amparado por el grupo Cortefiel terminó de forma abrupta en junio de 2015.

Que tras este revés haya decidido retomar la aguja no es solo una buena noticia para sus seguidores, sino para todo el sector. Así lo cree Modesto Lomba, presidente de la Asociación de Creadores de Moda de España: “En esta industria hay que tener una mentalidad parecida a la de los emprendedores estadounidenses. Su ejemplo demuestra que un buen profesional puede afrontar distintas etapas en su carrera con éxito”.

March junto a su director creativo asociado, Ekaitz Arruti

A través de la trayectoria de March  puede contarse también la historia de la moda española durante los últimos años, aun cuando la mallorquina es no solo una de las voces más interesantes, sino también más inusuales del sector. Para Lomba, dos de los adjetivos que mejor la definen son curranta y tenaz. “Cuando empecé, a principios de los noventa, lo que quería era hacer ropa y todo lo demás me daba igual. Había mucho humo y pocas habichuelas”, recuerda la creadora. Así que, cuando decidió volver a poner en marcha su marca, lo primero que diseñó fue un plan financiero a cuatro años vista. “Esto es un negocio”, argumenta mientras acaricia a su perra Petra. “Para mí, la búsqueda de la belleza tiene sentido si hay una realidad económica detrás. Ya no se puede ir a París a la buena de Dios a ver si compran la colección y luego que me pidan choporrocientas blusas y no tener ni el equipo ni los talleres para fabricarlas”.

“la búsqueda de la belleza tiene para mí sentido si hay una realidad económica detrás”.

Con este planteamiento, March consiguió poner a la venta una primera colección el pasado junio, solo tres meses después de retomar su firma. Antes de cumplir un año, sus prendas, sofisticadas y llenas de fuerza, ya se pueden comprar en boutiques como la parisiense Montaigne Market. Y Net-A-Porter, una de las tiendas de lujo online más importantes del mundo, acaba de hacerles un pedido “abrumador”. No es la primera vez que este gigante digital donde Prada y Gucci comparten pantalla confía en March. Ya apostó por ella cuando lideraba Pedro del Hierro Madrid. “Era un proyecto a largo plazo. Como mínimo, para seis años, pero duró la mitad. Estábamos dentro de la misma cuenta de resultados que Cortefiel, pero representábamos una parte muy pequeña de la pirámide. Y cuando la pirámide hace aguas, lo lógico y normal es empezar a recortar por abajo.

March, con Ekaitz Arruti.

Además, los puntos de venta no se adaptaban a nuestro producto. Íbamos tirando del carro y el carro no nos seguía”.

En su voz no hay rastro de resentimiento, ni siquiera de tristeza. Sin maquillaje, el rostro de March refleja, a sus 42 años, un momento de plenitud personal y profesional. De su paso por Cortefiel, mejor quedarse con las lecciones aprendidas. Entre ellas, la necesidad de conciliar las ambiciones del equipo creativo con las exigencias comerciales. “Recibo informes mensuales de cómo funciona cada producto en los mercados en los que estamos presentes: Europa, Asia y Estados Unidos. Por ejemplo, que las tallas pequeñas se venden mejor en Asia. Con esos datos, te piensas muy mucho la colección siguiente”.

El suyo con Pedro del Hierro Madrid constituye el último matrimonio roto entre un diseñador español y una gran cadena de distribución. Antes, Miguel Palacio y Hoss Intropia o Juan Duyos y Don Algodón intentaron unir fuerzas infructuosamente. Pero March se niega a ver en estas asociaciones el único modelo posible para crear una marca de moda potente. “Cuando hablamos de sinergia entre industria y creativos, ¿qué significa exactamente? ¿Qué queremos, que un empresario nos dé mucho dinero para hacer lo que nos dé la gana? El empresario ha entendido mucho antes que el diseñador que necesita del diseño. Pero el creador tiene que entender que debe ser empresario”, argumenta March, miembro de la célebre familia balear de banqueros.

“Entiendo que los gobiernos no hayan hecho leyes para apoyar la moda porque no existía esa demanda social”.

Aunque reconoce que no solo se trata de un problema del sector textil, sino de la forma de entender la empresa de toda una generación. “En los ochenta estábamos muy verdes en general. También en el cine, por ejemplo. Ahora se hacen éxitos de taquilla que son de autor. Hay que encontrar ese equilibrio, pero se trata de un proceso de maduración a nivel nacional”.

La prueba que respalda su argumento es que, según asegura, los estudiantes que llaman ahora a su puerta llegan con una estrategia para conseguir financiación debajo del brazo y conocimientos sobre las leyes arancelarias y de exportación.

Uno de los diseños de Carmen March.

A March siempre le ha gustado –y se le ha dado bien– descubrir nuevos talentos. De su taller salió Nacho Aguayo, reconocido diseñador a medida, exdirector creativo de CH Carolina Herrera y actual responsable de Pedro del Hierro y Cortefiel Mujer. Y su actual mano derecha y director creativo asociado, Ekaitz Arruti, es uno de los nombres más prometedores del momento.

Ella misma se fogueó de la mano de otros creadores como Javier Larrain­zar. Junto a él confirmó lo beneficioso que resultaba apoyarse como gremio. Lo hizo durante un viaje a Nueva York para conocer a Oscar de la Renta, del que el madrileño –hoy retirado de la moda– había sido asistente. “Llegamos a un rascacielos y Calvin Klein estaba en la cuarta planta; Donna Karan, en la quinta; Oscar, en la sexta. Y había gente entrando y saliendo de unas oficinas a otras sin parar. No existía ningún grupo empresarial que les obligase a trabajar juntos, lo hacían porque querían, y me pareció un buen patrón, porque en aquel momento, en los noventa, todos los diseñadores españoles estaban enfadados unos con otros”.

Ya nada es igual en Manhattan. Pero tampoco en España. March presume de intercambiar contactos de fabricantes y proveedores con otros compañeros, y Modesto Lomba destaca que la mallorquina no se ha desvinculado de la Asociación de Creadores ni siquiera cuando estuvo retirada. También los consumidores han cambiado. En su opinión, respetan más la moda. “Hay países donde se trata como un valor nacional, pero aquí no ha existido esa cultura entre la población. Entiendo que los sucesivos Gobiernos no hayan hecho leyes para apoyar al sector porque no existía esa demanda social. Pero el cliente también está madurando. Por fin, toda la industria empieza a cambiar”.

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