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Las ilusiones (económicas) rotas de la Primavera Árabe

Doce años después del levantamiento en el norte de África, los países que vivieron las revueltas han empeorado su situación

Mercado de alimentos Al-Monira
Mercado de alimentos Al-Monira en el distrito de Imbaba de Giza, Egipto, el pasado mes de enero.Islam Safwat (Bloomberg)
Miguel Ángel García Vega

Hace poco más de 12 años, el aire cálido del desierto aventaba la arena en continuas revueltas de libertad. Tierra para edificar la Primavera Árabe. Una revolución de jóvenes contra teocracias, dictadores y sátrapas. Pero hoy la memoria nada tiene que celebrar. Hay muchos muertos, desplazados e ilusiones rotas. Incluso desde el punto de vista económico. “La Primavera fue aplastada”, son las cuatro palabras con las que inicia la conversación Yanis Varoufakis, parlamentario griego y antiguo ministro de Finanzas del país. Sin redención. “La gente arriesgó sus vidas para derrocar a los autócratas y conseguir la libertad, pero también la emancipación de los oligarcas locales. Trágicamente, poco después de derribar al antiguo régimen, los caciques lograron que nuevos títeres recuperaran el poder. La soberanía económica de las masas y la libertad política fue aniquilada. Y se aceleró el estancamiento de la economía”, aclara. El 69% del empleo en las naciones árabes es informal y el último Barómetro Árabe (julio) recoge que más de la mitad de los encuestados (23.000 personas) en siete países (Iraq, Túnez, Libia, Jordania, Líbano, Sudán, Marruecos) están de acuerdo con que su nación necesita un líder que pueda “saltarse las normas” si fuera necesario para “mejorar las cosas”.

Doce años después de que el vendedor de fruta Mohamed Bouazizi se prendiera fuego en Túnez, el 17 de diciembre de 2010, porque un funcionario le confiscó su carro, y aunque más tarde ardieron las protestas desde su ciudad, Sidi Bouzid, a todo el país, nada avanza en los países árabes. El huracán cesó. Túnez, donde parecían arraigar los cambios, fue un desengaño. El crecimiento económico se desaceleró tras la “transición” a la democracia. Durante la década anterior al derrocamiento del dictador Ben Ali, el PIB creció a una media del 3,3%. Entre 2012 y 2019 cayó al 1,1%. La pandemia redujo los ingresos del turismo. Pero antes, el atentado terrorista de 2015 en Susa devastó la industria. Las ganancias cayeron un tercio. Corrupción más un horrible desem­peño económico. El partido islamista ­Ennahda entró en desgracia. Y los tunecinos eligieron a Kais Said y apoyaron su medida autoritaria de suspender el Parlamento en julio de 2021. Desde entonces, gobierna por decreto y ha conducido al país magrebí a los disturbios más graves desde la Primavera Árabe por su ataque continuado a la inmigración ilegal de subsaharianos, a los que ha calificado de “hordas” y les ha hecho responsable de la violencia en el país. La ciudadanía reaccionó a comienzos de marzo con unas manifestaciones sin precedentes en un desafío directo a Said. Vemos otra imagen. La económica. “Los eurobonos a corto plazo ofrecen rendimientos que oscilan entre el 32% y un 22%. Es una nación de alto riesgo, pero da recompensas muy elevadas”, reflexiona Carlos de Sousa, gestor de Vontobel. Aunque, de momento, mantienen la liquidez pese a que la deuda soberana tiene la calificación CCC. Un gran riesgo de impago.

El caso de Egipto

En Egipto, la sublevación tuvo lugar entre el 25 de enero y el 11 de febrero de 2011. Acabó el largo reinado de Hosni Mubarak. Pero la economía se ahoga bajo la mirada de las antiguas dinastías egipcias. “En la última década, aunque ha logrado un crecimiento medio razonable del 5% del PIB antes de la crisis, acumula grandes desequilibrios económicos”, advierte Mali Chivakul, economista de J. Safra Sarasin Sustainable AM. “La deuda pública ha pasado del 73% del PIB en 2012 al 89% durante 2021″. Y en enero la inflación se disparó hasta el 26,5% y se hundió la divisa. Los antaño prohibidos Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones de 2012. Un año después, los militares derrocaron al nuevo presidente, Mohamed Morsi, que fue encarcelado y murió en 2019. El jefe del Ejército Abdel Fatah al Sisi le sustituyó como presidente. El modelo económico es —frente al neoliberalismo de Mubarak— un retorno a la economía estatal centralizada y desarrollista que confía en su autoridad para implantar su poder y movilizar recursos que generen un crecimiento económico rápido. Sus bonos rinden entre el 12% y el 13%. Ante un riesgo tan alto, busca, con la ayuda del FMI, nuevas formas de cubrir sus necesidades de financiación.

“En los países de la Primavera Árabe resulta difícil intuir mejoras a corto plazo. Egipto y Túnez se enfrentan a graves crisis, en parte porque ambos dependen en gran medida de Ucrania y Rusia para obtener alimentos”, narra Michael Robbins, director del Barómetro Árabe e investigador en el Departamento de Política de la Universidad de Princeton.

Otra ilusión. Libia está fracturada. Rota. Tras el asesinato en 2011 del sátrapa Muamar el Gadafi, quien gobernó 42 años, el país se halla dividido entre facciones orientales y occidentales. En Argelia —describe The Economist—, un nuevo régimen respaldado por el ejército está menos interesado en erradicar la corrupción que en presentar acusaciones de sobornos contra sus enemigos.

Una nación distinta. Bajo la guerra. Siria. Al final de la década pasada, miles de personas habían muerto y la tierra estaba dividida entre el presidente Bachar el Asad, los grupos dirigidos por kurdos y los rebeldes apoyados por Turquía.

En Ankara, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, empezó bien tras convertirse en primer ministro en 2003. La economía creció por el bum de la construcción, defendía una política de “cero problemas con los vecinos” y la adhesión a la Unión Europea. Duró poco. Reprimió la Primavera. En 2014, nombrado presidente, acaparó los poderes del primer ministro. Y fue reelegido —tras superar un intento de golpe de Estado en julio de 2016— durante 2018. Ahora se presenta a las elecciones del 14 de mayo. “El país tiene un gran problema con las costosas devaluaciones de los últimos años. Algo que afecta mucho a la población y a la capacidad del Estado de importar”, destaca Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano. También arrastra una gran dependencia del empleo público.

Las raíces de una nueva revolución

Está en la tierra y el aire. La nutre el descontento. Una nueva Primavera Árabe. Paro. Precios disparados. Represión. Desigualdad. Oligarcas. Es lo que escriben los jóvenes profetas en los muros de sus calles. “Resulta muy probable que se avecine un nuevo movimiento”, avisa Michael Robbins, director del Barómetro Árabe e investigador de Princeton. La tensión es real. Una de las áreas con más juventud del mundo controlada por una gerontocracia política. Cerillas y pólvora. “No se pueden descartar las oleadas de frustración”, indica Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano. Quizá porque las vivió muy cerca, la voz del parlamentario griego Yanis Varoufakis está repleta de tristeza: “Aunque las condiciones objetivas están maduras para otro levantamiento, el fracaso de la Primavera Árabe original pesa mucho sobre la gente. No hay nada como una esperanza extinguida para impedir que la población se levante por sus derechos y su libertad”. Aunque vivimos en lo inimaginable.


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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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