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Emprender y no morir en el intento: por qué el 90% de las empresas que se crean en España no llega a los tres años

La mayoría de las emergentes acaba echando el cierre. Estudiar bien el mercado, crear buenos equipos, controlar la deuda y asesorarse legalmente son recetas para el éxito

Emprendedores
Judit Camargo fue dando forma a su empresa química Roka Furadada, fundada en Barcelona en 2019, mientras trabajaba en una multinacional farmacéutica.MASSIMILIANO MINOCRI
Josep Catà Figuls

Internet lo tiene todo, y además no tiene piedad. Así que no es de extrañar que el mundo digital, que alumbró una nueva forma de pensar el emprendimiento y los negocios —con sus páginas web y aplicaciones, con ese lenguaje plagado de anglicismos y metáforas propias, con esa búsqueda incesante de los problemas y necesidades del mercado—, haya ideado también un cementerio para ellos. De hecho, este camposanto, una plataforma llamada Failory detrás de la cual hay un joven argentino, es a su vez una start-up, o empresa innovadora emergente, que se dedica a catalogar los proyectos fallidos, identificar cuáles fueron los errores en cada caso y presentar estos informes forenses como contenido para que sirvan a otros emprendedores. “Aprende por qué han cerrado y evita formar parte del 90% de los negocios que fracasan”, reza uno de los mensajes de la web.

Parecería que, con los anuncios triunfales que hacen las start-ups sobre rondas de inversión, contrataciones o fusiones, no puede haber realidades tan crudas y mundanas como un concurso de acreedores o una quiebra. Y aun así ocurre, y con frecuencia. Ya en el ámbito de las pequeñas y medianas empresas en general, según los datos de Eurostat recogidos en un informe de Cepyme de principios de este año, 6 de cada 10 empresas no superan los cinco años de vida en España; la proporción más alta entre los países europeos después de Rumania y Dinamarca. En el ámbito de las start-ups, donde el riesgo se supone mayor porque tienen un carácter más disruptivo en el mercado, son 9 de cada 10 las empresas que cierran antes de los tres años, según el mapa del emprendimiento de la plataforma de start-ups South Summit.

Pero si el 90% de las empresas emergentes fracasa y termina en cualquier cementerio web criando malvas digitales, ¿por qué cada vez hay más emprendedores, más aceleradoras e incubadoras para start-ups, más grandes corporaciones que deciden abrir divisiones para captar este tipo de empresas y, sobre todo, más inversión? La respuesta corta que dan todos los expertos consultados para este reportaje: porque al aumentar la inversión y fortalecerse el ecosistema, el emprendedor en general ya no se endeuda para llevar a cabo su idea, así que el fracaso deja de verse como un tabú y pasa a ser una forma de aprendizaje; y porque, por más que el nuevo empresario estudie los errores de sus predecesores, lo más probable es que cometa al menos alguno.

Quien conoce bien esta dinámica es Bernat Farrero, cofundador de una de las start-ups más exitosas del momento, Factorial, que al alcanzar en octubre pasado una valoración de 1.000 millones de dólares, se convirtió en lo que en el sector se conoce como un unicornio. Farrero, que también es fundador y director general de Itnig, un fondo que invierte en start-ups en fases iniciales, ha estado en distintos niveles de gestión directa en 12 empresas: de ellas, siete han cerrado y cinco han funcionado bien. Está Factorial, que ahora es la que cuenta con su dedicación completa, pero también Quipu, Parkimeter, Playfulbet o GymForLess; estas cuatro consideradas casos de éxito porque fueron vendidas. De las que tuvieron que cerrar, destaca Camaloon, una compañía de comercio electrónico que permitía el diseño personalizado de todo tipo de productos. “Es la empresa que más me ha enseñado, tuvo un desarrollo muy grande pero también muy agresivo, y no era muy sólida financieramente, así que la covid la mató. Se quedó sin gasolina”, explica Farrero. Las demás firmas que han tenido que echar el cierre y que pasaron por Itnig eran pequeñas —­un negocio de camisas personalizadas para el segmento de lujo u otro de digitalizar las pasarelas de moda—, pero muestran cuál es el primer error más común: que la solución que cree aportar la start-up no tenga mercado.

Acertar con el momento

“Esta es la primera razón que hace que una empresa no funcione: aunque tiene trampa, porque a veces hay cosas que antes no tenían mercado que ahora sí lo tienen, así que en muchas ocasiones se trata de una cuestión de acertar con el momento”, explica Farrero. Este profesional cree que buscar ese encaje y permitirse fracasar forma parte del proceso. “El fracaso se vive de una forma muy personal, yo creo que es un camino interactivo en el que vas buscando la dirección, y en el que puede cambiar todo”, relata.

Carlos Blanco, emprendedor con una larga trayectoria, inversor y fundador de la incubadora Nuclio, coincide en que todos los nuevos empresarios cometen los mismos errores, pero destaca el de elegir mal a los socios fundadores: “En muchas compañías de éxito, si te das cuenta, falta alguno de los fundadores iniciales. Hay que encontrar los socios adecuados para cada etapa”. Blanco también admite que hay “muchos emprendedores cabezones” y que “no todo el mundo está preparado para serlo”. “Ha habido cierta presión social y política para que la gente emprendiera, sobre todo con la anterior crisis, y eso ha conllevado fracasos, también porque los fundadores querían crecer muy rápido y vender. Ahora esto está cambiando y cada vez se valoran más las empresas que facturan, tienden a ser rentables y hasta dan dividendos”, explica.

El aspecto legal también es primordial para garantizar el éxito. Ignasi Costas, socio responsable del área de Innovación y Emprendimiento del bufete DWF-RCD, destaca que los emprendedores “deben ser conscientes de la importancia de los aspectos legales desde el inicio, ya que pueden acabar comprometiendo la viabilidad del proyecto”, y señala dos claves: estudiar bien el marco regulatorio donde operará la empresa y “desde un buen principio, delimitar bien las reglas de juego entre el equipo promotor y los inversores existentes, a través de un pacto de socios”.

Esta capacidad para dar vueltas sobre uno mismo hasta encontrar lo que funciona la resume Josep Maria Casas, inversor en más de 25 proyectos, presidente de la Asociación Española de Business Angels y profesor en la escuela de negocios IESE: “Fallar rápido, y fallar barato, esta es la filosofía que deberían seguir todos los emprendedores”. Casas explica que, antes, todo pasaba por hacer un buen plan de negocio, con el riesgo de que este no encuentre mercado. “El modelo ahora es: tengo una idea, hago un pequeño modelo y lo pruebo en el mercado, para fallar rápido. Este proceso de poner a prueba rápidamente la idea es el gran tema para lo que nadie está formado”, dice Casas, que recomienda el libro El mom test (el test de la madre), que explora las fórmulas para hablar con los consumidores y saber qué mercado existe exactamente. El experto pone dos ejemplos de emprendedores que han llevado a cabo esta estrategia y les ha ido bien: uno es Peloton, una empresa que hace bicicletas estáticas con las que se puede hacer ejercicio en casa y conectarse con profesores de Estados Unidos. “Aplicaron el test, y vieron que en EE UU los clientes no eran solo personas que estaban en forma y querían hacer ejercicio en casa, sino mucha gente con sobrepeso que no quería ir al gimnasio porque le daba vergüenza. Así que sacaron la cámara de la bicicleta porque estos no querían que se los viera. Lideraron el sector y ha sido un caso de éxito absoluto”, señala.

Otro ejemplo está en los barceloneses que fundaron Edpuzzle, sobre vídeos del ámbito educativo. Actualmente tienen una valoración de alrededor de 400 millones de euros, pero al inicio también dieron varias vueltas y usaron el test con los profesores, sus potenciales consumidores: decidieron que los propios docentes pusiesen voz a los vídeos para captar la atención del alumno. Casas valora la capacidad de equivocarse: “Cuando viene uno y dice que ha lanzado muchos proyectos y que todos le han ido bien, desconectas. Si ha fallado rápido y barato varias veces, eso sí que interesa”.

La figura de un emprendedor que inicia varios proyectos seguidos, aunque algunos sean exitosos y otros no, cada vez gana más peso. El Mapa del Emprendimiento 2022 de South Summit indica que el 62% de los proyectos recibidos en esta competición anual era de emprendedores en serie, es decir, ya habían iniciado otro proyecto anteriormente. Este porcentaje va en aumento cada año, y María Benjumea, presidenta y fundadora de esta plataforma, lo atribuye a un cambio de mentalidad: “Cuando yo empecé a emprender, con el bum de internet, la cosa era crear algo, generar volumen y vender rápidamente y por mucho dinero. Ahora la mentalidad es la de un empresario al que se le da muy bien empezar proyectos y asociarse bien con otros, y que cuando sale de uno sigue emprendiendo o pasa a ser inversor”. Benjumea destaca además que el empresario en serie “tiene más éxito cuanta más experiencia ha tenido, y al cuarto intento sus probabilidades de fracaso caen a un 8%”.

Stefano Scardia, en la sede en Valencia de Colibid, la cuarta empresa que crea. 
Stefano Scardia, en la sede en Valencia de Colibid, la cuarta empresa que crea. Mònica Torres

Un caso que sintetiza bien este periplo es el de Stefano Scardia, de 46 años. Inició su primer proyecto hace 14, cuando vivía en Suecia. “Al principio tienes una idea, un sueño, y muchas veces lo haces por ego, no porque exista un problema de verdad. Mi primera empresa no era digital, era un comercio con productos de diseño made in Italy como zapatos o bolsos. Lo llevé durante cuatro años, pero realmente no estaba satisfaciendo ninguna demanda, más bien intentaba promover una necesidad que el mercado no tenía”, explica.

Caer y levantarse

Con la crisis financiera, Scardia cerró y sufrió mucho el fracaso: “Tardé un año en volver a emprender, pero mientras, me contrataron como jefe de la sección online de Decathlon para el norte de Europa y me enamoré de lo digital”. La segunda empresa la montó tres años después en Hong Kong, donde fue a vivir, y lo hizo tras darse cuenta de que muchos de los expatriados, como él, tenían problemas para alquilar los pisos que habían dejado en sus ciudades de origen. Creó Renthia, que fue su gran éxito, ya que la hizo crecer y en 2021 vendió el 90% del capital.

Antes de esta operación montó una tercera empresa, llamada Itsju, con otros cinco emprendedores de distintos países. “Me pidieron que lo liderara, la idea era un programa de diseño de moda que analizaba el cuerpo del cliente y creaba vestidos a medida. Era una buena idea, teníamos el capital y la tecnología, pero no fue bien: éramos demasiados para tomar decisiones, y al cabo de un año, cuando se acabó el dinero, no habíamos hecho nada”, explica. La cuarta start-up que fundó con otros tres emprendedores, llamada Colibid, la creó tras presentarse a la incubadora Demium de Valencia, donde ahora vive, y se trata de un agregador de bancos que se subastan la hipoteca que el usuario necesita, con el que ya han conseguido 1,3 millones de euros de financiación en el primer año. Scardia asegura que de este proceso, con dos fallos, un éxito y otro en camino, ha aprendido mucho: “Lo primero es no enamorarse de la idea. Y lo segundo es tener un buen equipo, dividir bien las tareas”.

Pero no todo el mundo tiene la capacidad para emprender varias veces ni puede permitirse fallar. El informe GEM España 2021-2022 sobre el perfil del emprendedor indica que en un 60% de los casos el capital inicial sale de los ahorros propios y que el porcentaje de empresarios que se ubican en el tercio de la población con más renta es mayor que el que se ubica en el tercio con menos renta. Así, por mucho que haya cada vez más inversión privada y menos necesidad de endeudarse, emprender sigue siendo cosa de gente con posibilidades económicas, y no siempre basta con tener una buena idea.

En ello se ha fijado el fondo Oryon, que ha puesto en marcha una fundación que acompaña los proyectos o emprendedores con dificultades. El director general del fondo es Víctor Giné, que en 2007 puso en marcha su start-up, Musicaclick. La tuvo que cerrar en 2012 porque el modelo de negocio no cuajó, especialmente en plena crisis. “Aquello me marcó una barbaridad”, explica. Por su fundación han pasado proyectos como el de una emprendedora que estaba estancada profesionalmente, a la que ayudaron a lanzar una plataforma de servicios de bienestar y salud para pequeñas y medianas empresas, o el proyecto MeWell, una clínica virtual creada por un hombre de 60 años que se arruinó y cayó en una depresión tras tener que cerrar su negocio anterior.

Las start-ups que salen de la fundación pueden recibir inversión de hasta 20.000 euros del fondo Oryon, que por su parte tiene su actividad regular, ha invertido en empresas como Founderz, de Pau Garcia-Milà, que a su vez también pasó por un fracaso, el de la red social Bananity. “Lo que hay que entender es que ni cuando triunfas eres tan bueno, ni cuando fracasas eres tan malo”, dice Giné.

Nuevas fórmulas

Oryon también ha invertido en una start-up que empieza, Yummin, una aplicación que permite pagar la cuenta desde el móvil sin tener que pedírsela al camarero. Su fundador, Christian Campillo, invirtió 100.000 euros de ahorros propios, tras su paso en un cargo de responsabilidad en el grupo L’Oréal, y está ahora en el proceso de descubrir si el mercado acoge su idea, tras cerrar en noviembre una ronda de 1,4 millones. “Yo no había emprendido nunca, y desarrollé muchas pruebas, leí mucho sobre la cultura del emprendimiento. He pensado mil veces en fracasar, pero busco siempre la manera de motivarme”, dice Campillo, que admite que es difícil compaginar su trabajo con ser padre primerizo, y cuyo teléfono móvil tiene un salvapantallas con un mensaje motivador.

Pero hay otras formas de fracasar en este mundo y una está antes de empezar, con la brecha de género: según el Mapa del Emprendimiento, 8 de cada 10 nuevos empresarios son hombres. “Cuando hicimos el análisis no me lo creía. Creo que a los inversores no les importa el género, sino tener un buen proyecto, pero es verdad que venimos de una cultura de muchos siglos y hay cosas que tenemos que trabajar”, dice Benjumea. Para Carmen Ríos, de 45 años, el proceso de emprender fue muy natural: “Con 26 fiché por una start-up de juegos, y ahí me di cuenta de que podía emprender por mí sola, así que he empezado varios proyectos. Lo que me motiva a seguir es divertirme y ser la dueña de mi vida”. Ahora está al frente de Doctomatic, una herramienta de salud de monitorización en remoto de pacientes crónicos. Admite que en este mundo tienes que ser “una automotivada de la vida” para enfrentar las dificultades: “Cuesta demostrar tu idea y coger velocidad”.

Acto de clausura de la edición de 2022 del South Summit en Madrid. 
Acto de clausura de la edición de 2022 del South Summit en Madrid. 

Judit Camargo es otra emprendedora, que en 2019 fundó su primera empresa química, Roka Furadada, sobre los principios activos que absorben radiación solar. Su experiencia de emprendimiento ha contado con más seguridad porque empezó a pensarla en su trabajo anterior en investigación en una gran farmacéutica. “Tuve mucho acompañamiento desde el principio, y cuando pude, capitalicé el paro y me apunté a varios programas de aceleración”, explica. Entre financiación pública y privada, ha recibido 5,6 millones, aunque admite que “al principio costó mucho, tuvimos que probar la idea, ir a ferias…, hasta que encontramos los inversores”.

Esta fórmula de emprender bajo el paraguas de una empresa grande es la que ha usado Ferran Navarro, fundador de Siocast, una escisión del grupo Coniex, que fabrica productos de silicona. “Lo hicimos porque las start-ups tienen la capacidad de crecer más rápidamente con apoyo externo financiero o industrial. Y seguimos teniendo el apoyo de la empresa grande”, explica. Estas empresas que nacen al lado de grupos grandes están proliferando, y corporaciones de renombre han lanzado sus propias incubadoras para invertir en innovación, como Telefónica con Wayra. Marta Antúnez, su directora en Barcelona, explica que tienen 500 start-ups en cartera y que en 2022 invirtieron 5,7 millones en 40 empresas. “Nos llegan muchas, y vemos cuáles tienen sentido en el ámbito de Telefónica, pero lo bueno es que en España el ecosistema de inversores ha evolucionado mucho”, explica.

Encontrar al inversor adecuado también es una clave del éxito. Ernest Sánchez, socio director de Nuclio, explica que los emprendedores acostumbran a querer ir rápidamente a grandes fondos internacionales. “Pasarte un año intentando convencerlos puede llevarte al fracaso, es importante tener una estrategia clara de financiación”. La inversión en España, de hecho, está en volúmenes de récord, tal como explica Miguel Vicente, presidente de Tech Barcelona. “En 2021 se captaron 4.000 millones de capital riesgo, y el año pasado 3.500 millones, por el contexto de la guerra. También han aumentado mucho las valoraciones de las compañías”, explica. Habrá que ver ahora si la subida de los tipos de interés cierra o no el grifo de la financiación para los emprendedores.


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Sobre la firma

Josep Catà Figuls
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.

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