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Berlín, tenemos un problema: por qué la locomotora de Europa no carbura

La guerra de Ucrania y la crisis energética destapan las carencias de la economía alemana, que se encamina a la recesión

El canciller alemán, Olaf Scholz, durante una sesión de control en el Bundestag el 6 de septiembre.
El canciller alemán, Olaf Scholz, durante una sesión de control en el Bundestag el 6 de septiembre.Kay Nietfeld (Album / picture alliance/dpa)
Elena G. Sevillano

La visita de Olaf Scholz a China acompañado de varios pesos pesados del empresariado del DAX —el principal índice bursátil alemán— se ha examinado con lupa dentro y fuera de Alemania. Se ha dicho que Berlín va por libre. Que el canciller continúa la política del business first (los negocios primero) de su predecesora, Angela Merkel. Que Alemania no ha aprendido nada de su dependencia de Rusia. Que vuelve a tropezar en la misma piedra al priorizar los lazos económicos con una autocracia. Scholz se defiende asegurando que nadie está planteando que Europa se desvincule de China, la mayor potencia exportadora del mundo. Y que favorecer las relaciones con el gigante asiático no significa darle carta blanca ni ignorar qué pretende con su estrategia política y económica: crear dependencias aún mayores en las empresas extranjeras y aumentar su influencia global.

La discusión sobre la política china de Scholz llega en un momento de gran incertidumbre para la economía alemana, con una inflación disparada a cifras que no se veían desde finales de la II Guerra Mundial y la inminencia de una recesión que quizá no sea tan profunda como algunos vaticinaron, pero que sacudirá los cimientos de su modelo económico. La invasión rusa de Ucrania ha dejado al descubierto la enorme dependencia energética de Moscú. El gas barato que fluía por los gasoductos impulsados por los predecesores de Scholz ha sido “la base de la competitividad global de la industria alemana”, como reconoció sin ambages hace unos días el consejero delegado de BASF, Martin Brudermüller. Con ese grifo cerrado, y los precios de octubre un 11,6% por encima de los de hace un año, Alemania se enfrenta a un cambio de paradigma. Toca repensar el modelo para ajustarlo a la nueva realidad.

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De momento, la economía alemana aguanta el tipo. Los institutos económicos y el propio Gobierno pronosticaban que la recesión asomaría en el tercer trimestre, pero la oficina federal de estadística sorprendió esta semana con el dato de que el PIB creció un 0,3%, impulsado por el consumo privado. Un alivio pasajero, coinciden los expertos, porque la temida recesión llegará, si no a finales de año, a principios del que viene. Alexander Kritikos, investigador del Instituto Económico Alemán (DIW), recuerda que en diciembre empezará a notarse el efecto del millonario paquete de ayudas que el Gobierno alemán ha puesto sobre la mesa para aliviar los costes de la energía a hogares y empresas. “La energía bajará de precio a partir de entonces y eso reducirá la tendencia negativa para el cuarto trimestre”, apunta.

El fondo, llamado “escudo de protección”, de 200.000 millones de euros con el que Alemania paliará los efectos de la crisis y la inflación empezará a gastarse pagando la factura del gas de diciembre a todos los consumidores minoristas. Es una medida de emergencia, con un coste estimado de 9.000 millones, que se adelanta a los topes o frenos a los precios del gas y la electricidad que entran en vigor el próximo año: los clientes pagarán el 80% de su consumo anual previsto de gas a 12 céntimos por kilovatio hora (9 céntimos para los consumidores de calefacción) a partir de febrero. Lo que exceda lo subvencionará el Gobierno. Lo mismo ocurrirá con la electricidad, que desde enero costará a hogares y pequeñas y medianas empresas 40 céntimos el kilovatio hora.

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Berlín hace exhibición de margen fiscal para aliviar a las familias y alejar el fantasma de la desindustrialización. Tras muchos años de superávit presupuestario, su déficit es manejable y permite hacer los grandes desembolsos que empezaron ya con la pandemia. Pero cada vez son más las empresas que tienen problemas para pagar la factura energética y crece el temor a los ceses de actividad y a que las compañías decidan trasladar su producción a donde la energía les salga más barata. Hay consenso en que la crisis tiene que acelerar la transformación a una economía climáticamente neutra, pero es un proceso largo que requiere adaptación además de voluntad política, recuerda Christoph M. Schmidt, presidente del Instituto Leibniz de Investigación Económica (RWI). Tanto Alemania como el resto de Europa van a ser dependientes de las importaciones de energía a gran escala, independientemente de los esfuerzos para descarbonizar la economía, añade este experto.

La producción interna con energías renovables nunca será suficiente, de ahí los esfuerzos que está haciendo el Gobierno para establecer acuerdos con otros países y planificar infraestructuras que conecten las redes energéticas europeas. El apoyo político al gasoducto MidCat a través de los Pirineos, finalmente desechado a causa de la oposición francesa, iba en esa dirección. No habrá MidCat, pero sí BarMar, un tubo submarino ideado para transportar hidrógeno verde y conectar los puertos de Barcelona y Marsella. “La energía renovable tendrá que proceder de países con amplia disponibilidad de sol y viento, como en el norte de África u Oceanía, en forma de hidrógeno verde y sus derivados. Si no nos aseguramos estas importaciones, veremos acelerarse la ya amenazante desindustrialización en algunos sectores”, pronostica Schmidt.

Previsiones

El suministro de energía barata ha sido determinante para el éxito de algunas industrias, como la química o la de los fertilizantes, coinciden los expertos, pero no tanto para el sector manufacturero en general. “No creo que el gas ruso barato haya sido el factor decisivo del éxito económico alemán”, apunta el economista Guntram Wolff, exdirector del centro de pensamiento bruselense Bruegel y ahora al frente del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores (DGAP). Los datos lo demuestran, asegura: “Se ha conseguido reducir el consumo entre un 10% y un 20% sin provocar el colapso de la economía alemana”. Cuando empezó la invasión muchos pronósticos hablaban de una contracción del 10% del PIB: “Y ahora hemos visto que algunas de las empresas que alertaban de un desastre incluso han tenido beneficios”. La previsión más reciente del Gobierno alemán, del mes de octubre, estima una caída del PIB en el conjunto del año 2023 del 0,4%.

Alemania ha conseguido sobrellevar el cierre del grifo del gas ruso mejor de lo que se preveía. Encara la temporada de frío con los depósitos llenos al 99% y con suministro alternativo garantizado desde Noruega, Países Bajos y Bélgica. Un octubre desacostumbradamente cálido ha permitido que las calefacciones —aproximadamente la mitad de los hogares alemanes se calientan con gas— todavía no se hayan puesto en marcha. De depender en un 55% de las importaciones rusas en febrero, se pasó al 9% en septiembre. El gas ruso no fluye desde ese mes por la principal canalización, el gasoducto Nord Stream 1 —destruido posteriormente por un misterioso sabotaje—, pero Alemania ha seguido recibiendo pequeñas cantidades de Rusia a través de otros conductos y ha llenado al máximo unas reservas que le dan entre dos meses y medio y tres meses de margen.

Maquinaria de construcción, ingeniería y minería expuesta en la feria Bauma, celebrada en Múnich el 26 de octubre.
Maquinaria de construcción, ingeniería y minería expuesta en la feria Bauma, celebrada en Múnich el 26 de octubre. CHRISTOF STACHE (AFP via Getty Images)

Con la energía como punto débil, el Gobierno ha tenido que tomar decisiones chocantes para una coalición de la que forman parte Los Verdes. Se han vuelto a poner en funcionamiento antiguas centrales de carbón para producir electricidad y ahorrar gas, y el plazo para cerrar las tres últimas centrales nucleares del país se ha ampliado hasta abril de 2023. Dos nuevas terminales de gas natural licuado (GNL) en la costa del mar del Norte podrían empezar a operar antes de finales de año. Alemania había fiado su seguridad energética enteramente a los gasoductos rusos. No tenía ninguna regasificadora en su territorio y ni siquiera entraba en sus planes construir estas infraestructuras que permiten recibir gas por barco. España cuenta con seis.

“En retrospectiva, es fácil concluir que la fuerte dependencia del gas ruso fue un error estratégico”, señala Schmidt, que hasta 2020 fue presidente del Consejo Alemán de Expertos Económicos. Al mismo tiempo, Alemania decidió desmantelar sus centrales nucleares, acelerar la salida del carbón y prohibir la extracción de sus reservas nacionales de gas mediante la controvertida técnica del fracking. “Alemania básicamente se despojó a sí misma de alternativas viables”, añade. La dependencia de China, siendo también preocupante, se sitúa en otro plano, en su opinión. No participar en el gigantesco mercado chino “tampoco parece muy sensato”. La clave es evitar las dependencias estratégicas, coincide con él Kritikos.

La industria está de acuerdo en que “no es deseable ni sensato desvincularse de China, aunque se esté convirtiendo en un competidor sistémico”, asegura Siegfried Russwurm, presidente de la Asociación de la Industria Alemana (BDI, por sus siglas en alemán), uno de los poderes fácticos del sector. El mercado chino es, sencillamente, demasiado grande como para ignorarlo. Pero la industria sabe que la guerra en Ucrania ha cambiado para siempre las reglas del juego. “Las empresas ya están diversificando sus mercados de venta y aprovisionamiento y desarrollando nuevas alianzas”, responde a Negocios en un correo electrónico. Llevará tiempo, asegura, y requerirá “la voluntad de la UE de invertir en los mercados a largo plazo y ayudar a construirlos”.

La dependencia que más preocupa a la industria y al Gobierno alemanes es la de las materias primas. La transformación del sector automovilístico hacia el coche eléctrico, la tarea pendiente de la digitalización y la transición climática (turbinas eólicas, paneles solares…) dependen de los metales y las tierras raras que solo se encuentran en un puñado de regiones del planeta. Alemania importa la mayoría de ellas de China, donde se extraen y se procesan. Pero es un problema que comparte con la Unión Europea. De las 30 materias primas que Bruselas califica como “críticas”, la mayoría llega de China, que en el pasado ya ha aprovechado su cuasi monopolio en algunas de ellas para ejercer presión política.

“Tenemos que reducir rápidamente las dependencias unilaterales”, concede Russwurm, cuya organización ha publicado recientemente un documento estratégico que anima a “redefinir” la relación con China. La discusión sobre cómo lidiar con el mayor socio comercial de Alemania llena páginas de periódicos y papers de economistas estos días. El viaje a Pekín de Scholz y la controvertida venta del 25,9% de una terminal del puerto de Hamburgo a la naviera china Cosco han puesto de actualidad el dilema: ¿deben desvincularse las empresas de los regímenes autocráticos? ¿En qué grado?

Incluso el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, que en calidad de jefe del Estado ejerce una función protocolaria y de representación, se ha pronunciado sobre la cuestión: “Hay que reducir dentro de lo posible las dependencias unilaterales. Esto se aplica a China en particular”, dijo hace unos días, en plena tormenta por el apoyo del canciller a la entrada de capital chino en Hamburgo.

La revista Der Spiegel desvela esta semana un episodio esclarecedor. El ministro de Economía y Clima, Robert Habeck, reunido con directivos de las grandes empresas alemanas, les advirtió hace unas semanas contra la “ingenuidad” en sus tratos con China. Según la publicación, a los empresarios no les sentó bien el consejo, lo que demostraría que Gobierno y empresas no están en la misma onda. La industria automotriz y la química son las que más dependen del país asiático. Volkswagen tiene 30 fábricas y más de 90.000 trabajadores en China y vende allí uno de cada tres vehículos.

A pesar de las crecientes tensiones mundiales por las reivindicaciones de Pekín sobre Taiwán, Mercedes-Benz, Volkswagen y BMW, los tres grandes fabricantes de coches alemanes, han incrementado sus inversiones en investigación y desarrollo en ese país, según un trabajo reciente del Instituto Mercator de Estudios sobre China (Merics). Más del 55% de los vehículos eléctricos que se producen en el mundo se venden en China. Los terremotos geopolíticos tampoco disuaden a BASF, que va a invertir 10.000 millones de euros en una planta química de última generación en el sur del país diseñada para funcionar enteramente con energía renovable.

Lazos comerciales

La invasión rusa de Ucrania ha demostrado que el célebre Wandel durch Handel —cambio a través del comercio— que con tanta fe defendió Alemania durante décadas es historia. Los políticos alemanes, incluida Angela Merkel, “asumieron que los fuertes lazos comerciales podrían evitar que un conflicto se intensificara”, recuerda Daniela Schwarzer, directora de la Open Society Foundations. Ahora todo son lamentos respecto a Rusia porque se ha demostrado que basaron sus decisiones “en ilusiones en lugar de pensar en el peor escenario y preparar para ello a Alemania y a Europa”. Como economía impulsada por las exportaciones, Alemania se ha beneficiado más que otros países de la globalización en las últimas décadas. Ahora también podría resultar más perjudicada que otros si la desglobalización avanza.

Pese a los pronósticos que indican que la inflación y la crisis energética provocarán que Alemania entre en recesión el año que viene, otros indicadores han permitido al Gobierno dar buenas noticias estos últimos días. El ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, actualizó los datos de recaudación fiscal, que aumentará en 126.400 millones de euros entre 2022 y 2026. Las familias no han restringido su consumo tanto como se preveía, a lo que se suma que el encarecimiento de los bienes por la inflación engorda los impuestos que se pagan por ellos. En los primeros nueve meses del año el Estado ingresó un 10% más de IVA. Pese a ello, Lindner no ve margen para aumentar el gasto público y pretende mantener la disciplina presupuestaria. En 2023 quiere volver a cumplir con la regla del freno de deuda, suspendida desde la pandemia.

El buen estado del mercado laboral alemán, con un desempleo en septiembre del 5,4%, también ha ayudado a la recaudación. Los sindicatos están pidiendo aumentos salariales que compensen la pérdida de poder adquisitivo a la que se enfrentan muchos empleados debido a las altas tasas de inflación. “Se necesitan urgentemente para evitar dificultades sociales”, asegura Yasmin Fahimi, presidenta de la Federación Alemana de Sindicatos (DGB, en sus siglas en alemán). Las negociaciones de convenios colectivos tan importantes como el del sector público amenazan con calentar el otoño con protestas. El sindicato Ver.di pide un alza salarial del 10,5% y amenaza con llamar a la huelga si el Gobierno federal no responde.

“Muchas empresas alemanas pueden pagar salarios más altos. Algunas obtienen grandes beneficios y están pagando dividendos récord”, asegura en un correo electrónico la líder de los sindicatos alemanes, que justifica también desde un punto de vista macroeconómico la subida. “Los aumentos salariales son muy importantes para estabilizar la demanda”, recuerda, en un momento en que las previsiones muestran un claro descenso del consumo el año que viene. “El aumento de los salarios ayudará a evitar una recesión más profunda”, argumenta. Lindner ya ha advertido de que las subidas quedarán por debajo de la inflación. El economista Kritikos calcula que serán, como mínimo, de un 5%.

La inflación se ha convertido en el mayor dolor de cabeza del Gobierno de coalición. “Es el mayor peligro para nuestros cimientos económicos y puede hacer que esos cimientos se erosionen”, aseguró Lindner en la última reunión del Foro Monetario Internacional y el Banco Mundial en Washington. Alemania está a favor de seguir subiendo los tipos de interés en la zona euro para luchar contra el fuerte aumento de los precios porque sabe que puede contrarrestar sus efectos negativos gracias a su poderío fiscal. El presidente del Bundesbank, Joachim Nagel, aseguró en una entrevista con EL PAÍS y el Frankfurter Allgemeine que “la inflación es persistente” y para superarla la política monetaria “debe ser aún más persistente”. “Estoy convencido de que este no es el final de las alzas de tasas”, predijo.

El resto de Europa mira a Berlín

<p>El resto de las capitales europeas miran de reojo a la situación de Alemania, la mayor economía de la zona euro. Lo que ocurra en la economía del motor industrial del continente impacta de lleno en sus propios balances. Lo decía hace unos días la vicepresidenta primera del Gobierno español, Nadia Calviño: la recesión en Alemania “no es una buena noticia para España”. La ministra de Economía recordó el dicho “cuando Alemania estornuda, Europa se constipa”: la posible entrada de la locomotora europea en números rojos despierta los temores a que arrastre con ella al resto de la eurozona, especialmente a los países con una economía más imbricada con la alemana.

<p>"Todos los demás países europeos se enfrentan a los mismos vientos en contra que Alemania: precios más altos de la energía, alta inflación e interrupción de la cadena de suministro global. La diferencia es que están menos expuestos que Alemania", sintetiza Carsten Brzeski, economista jefe de ING. El experto apunta a otro factor, el de Alemania como el gran motor económico de Europa. "Alemania en recesión significa menos comercio, menos turismo y menos crecimiento en los otros países. En la década de los 2000, el resto de Europa podía desacoplarse de la desaceleración alemana, ya que entonces el crecimiento estaba impulsado por las bajas tasas de interés y la puesta al día tras la entrada en el euro. Estos factores compensatorios no ayudarán esta vez", pronostica.

<p>Aunque el PIB alemán ha sorteado los datos negativos en el tercer trimestre, con un sorpresivo crecimiento del 0,3%, Alemania sigue siendo uno de los focos de la crisis energética en Europa que se prolongará todo el año que viene. “Tras el ligero aumento registrado en el segundo trimestre de 2022 (0,1%), la economía alemana logró mantenerse a pesar de las difíciles condiciones marco de la economía mundial, con la persistente pandemia de covid, las interrupciones de la cadena de suministro, el aumento de los precios y la guerra de Ucrania”, destaca esta semana la oficina federal de estadística, Destatis.</p>

<p>La economía germana ha permanecido a flote gracias al consumo privado, asegura este organismo. El gasto de los hogares, con un remanente de ahorro que creció durante los años más duros de la pandemia, no ha disminuido pese al encarecimiento de la cesta de la compra y de la factura eléctrica, pero la confianza del consumidor alemán está cayendo a mínimos históricos.</p> 
<p>“Alemania sigue siendo la mayor economía de Europa. Si consigue superar la crisis con éxito, será una buena noticia para toda Europa”, asegura Christoph M. Schmidt, presidente del Instituto Leibniz de Investigación Económica (RWI). Alemania es el principal mercado para las otras tres grandes economías del euro, Francia, Italia y España, y tiene dependencias muy llamativas con algunos de sus vecinos, como la República Checa. Si el consumo alemán se debilita, las exportaciones de todos sus socios se verán afectadas.
</p>Las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), publicadas en octubre, hablan de que la economía alemana caerá un 0,3% el próximo año. El organismo multilateral cree que la eurozona en su conjunto salvará por los pelos la recesión en 2023 con un crecimiento de solo el 0,5%.</p>

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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