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La batalla económica del siglo XXI: democracias liberales frente a autocracias

Los regímenes totalitarios tienen ya el 30% de la riqueza del planeta y aspiran a seguir conquistando espacio

Negocios 30/10/22 web
Fran Pulido
Miguel Ángel García Vega

Es la mayor deflagración desde hace décadas. La batalla económica entre las democracias liberales y las autocracias. Todas las contiendas terminan con la rendición o el vasallaje. En tierras económicas de nadie, algunas autocracias, pese a la falta de libertades individuales y la plutocracia, han prosperado. Las cuatro décadas de enorme crecimiento de China demuestran que el desarrollo no necesita una democracia. “Resulta fácil encontrar países autocráticos que durante su historia lograron resultados económicos impresionantes. Pero pensar que las autocracias son más propensas al éxito que las democracias resulta un error”, valora Raian Divanbeigi, economista del Banco Mundial. Quizá sea cierto. Sin embargo, el choque es real. “Ya se está produciendo. Solo hay que analizar el deterioro de las relaciones económicas entre las naciones occidentales, por un lado, y Rusia y China, de otro”, advierte el analista económico Martin Wolf. “Aunque la verdadera pregunta es si las democracias liberales continuarán siendo democracias liberales. Es lo que más me preocupa”, matiza.

La ola cruza océanos. “No existen garantías de que nuestra democracia constitucional sobreviva en los próximos años a otro asalto, mejor organizado, como el sufrido en el Capitolio”, avisa el think tank estadounidense Brookings Institution.

Nunca había sucedido algo parecido. Ni en la Guerra Fría. La amenaza ya no son ecos de pisadas en la memoria de rusos y americanos. Ni cuentan los números. Un estudio de más de 400 dictadores de 76 naciones firmado por los profesores de la Universidad de Groningen (Holanda) Richard Jong-A-Pin y Jochen O. Mierau descubrió que por cada año que un tirano ostenta el poder disminuye el crecimiento económico del país 0,12 puntos porcentuales. El planeta está en una espiral destructiva. Guerra en Ucrania. Asesinato del ex primer ministro japonés. Revueltas en Sri Lanka. Irán. Emergencia climática. Inflación. Pandemia. Y la democracia liberal más avanzada del mundo, Estados Unidos, anestesiada por los opiáceos (la droga más antigua que se conoce), la pérdida del derecho al aborto y una posible recesión.


Construir una autocracia en el siglo XXI es complejo. Son necesarias mentiras doradas, redes sociales, medios de comunicación atrapados y transmitir el espejismo de que la democracia en la que, supuestamente, viven está amenazada. “El comienzo ya está aquí: es la confrontación de Occidente con China y sus aliados. Será una desvinculación selectiva en áreas sensibles (tecnología y seguridad nacional), aunque se permitirá el comercio agrícola y de productos manufacturados baratos”, prevé Matthew Kroenig, profesor de Política Internacional en la Universidad de Georgetown. El mundo libre, argumenta, se desvincula de Rusia y China. Cientos de empresas han abandonado Moscú. El Congreso estadounidense aprueba leyes para producir microchips en el país. Acción, reacción. “El presidente Xi está prohibiendo a sus tecnológicas cotizar en Wall Street para evitar compartir información sensible con Occidente”, subraya Kroenig.

Pero hace falta admitir que el pasado, hoy, sí es otro país. Y los nuevos tiempos traen en su alcuza cambios que durarán décadas. El populismo, la polarización, al igual que la mentira, son activos económicos. En 2003, en una visita a Nueva York, el presidente Putin aseguró que compartía los valores de “una nación normal europea”. Y en 2016, su homólogo chino, Xi Jinping, proclamó que “confiaban plenamente en ofrecer a la humanidad, y a su país, la búsqueda de los mejores sistemas sociales”. Actualmente la renta per capita china está por debajo de la griega, y la rusa pasará de su máximo, en la década de 2010, de 16.000 dólares a unos 10.000 a finales de año. De camino, perderá, al menos, el 11% de su PIB por la invasión de Ucrania.

El presidente ruso, Vladimir Putin, y el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi, charlan durante un almuerzo en la residencia del presidente ruso en las afueras de Moscú, en una imagen datada en febrero de 2003.
El presidente ruso, Vladimir Putin, y el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi, charlan durante un almuerzo en la residencia del presidente ruso en las afueras de Moscú, en una imagen datada en febrero de 2003.REUTERS

Una élite de oligarcas

La plutocracia rodea al Kremlin con un cercado de alambres de púas e injusticia. El periódico The Moscow Times narró que el número de millonarios en el país creció entre 2018 y mediados de 2019 de 172.000 a 246.000. Fuera de la alambrada, unos 21 millones (14,3% de la población) de habitantes son pobres. Gleba barata para una guerra. “Las autocracias son una amenaza creciente para muchas democracias del mundo”, alerta Justin Kempf, responsable del podcast Democracy Paradox. Estas neodictaduras construyen un bloque propio. La taxonomía que usa The Economist es precisa. Dos espejos oscuros. “Autocracias electorales”, como Turquía y Hungría, frente a “autocracias cerradas”, del estilo de China y Vietnam, donde los ciudadanos nunca eligen a sus líderes. Ambos modelos controlan ya el 30% del PIB del planeta, según el semanario británico. Más del doble que al final de la Guerra Fría. Unos 29 billones de euros bajo su administración.

Los bancos estadounidenses y europeos han financiado el petróleo y el gas de Putin, incluso después de la anexión de Crimea en 2014. El dinero occidental ha recompensado, históricamente, a infinidad de sátrapas. Desde los Kims en Corea del Norte a muchos tiranos de África, incluidos Robert Mugabe (Zimbabue), Haile Selassie (Etiopía) o Yoweri Museveni (Uganda). El Financial Times ha echado la vista atrás. Ha analizado 150 países desde 1950. Unas 35 autocracias, sobre 43 casos, consiguieron mantener un crecimiento superior al 7% durante una década. Sin embargo, también han registrado 100 sobre 138 casos en los cuales la nación creció 10 años consecutivos por debajo del 3%. Esto, en una tierra en vías de desarrollo, equivale a casi nada. Hundir la prosperidad. “Desde luego que las democracias tienen problemas, pero también las autocracias”, observa Joseph Nye, profesor emérito en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard y antiguo subsecretario de Defensa con la Administración de Clinton. “Rusia ha entrado en una aventura que le costará muy cara, incluso si el precio del petróleo se mantiene alto. Además, China está en declive demográfico después de su política de hijo único, la productividad resulta baja y Xi Jinping exprime a las empresas privadas, que son esenciales para la innovación tecnológica”. ¿Entonces? “Preferiría ser una democracia”, concede.

Los paseantes observan en las calles de Shanghái las noticias del Congreso del Partido Comunista celebrado el 16 de octubre en Pekín.
Los paseantes observan en las calles de Shanghái las noticias del Congreso del Partido Comunista celebrado el 16 de octubre en Pekín. Aly Song (Reuters)

Sin duda, la historia china es una antigua oscuridad que devora la luz de sus últimos años. Las políticas autocráticas, explica Luis Moreno, profesor de Investigación del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), fueron responsables de la hambruna auspiciada por Mao Zedong durante el periodo del Gran Salto Adelante (1958-1961). La miseria no acampó sola. Se impuso una estrategia de producción de acero y hierro zanjada con 30 millones de personas enterradas (muchos campesinos) bajo el engaño colectivo de la industrialización y la prosperidad. Pero esa China desapareció. “Ahora es un desafío sorprendente. Uno de los episodios de la historia de la humanidad de mayor éxito económico. Y un dilema para los economistas, que se plantean cómo ha logrado superar los principales problemas de una visión no democrática”, reflexiona Sergei Guriev, economista, coautor junto con Daniel Treisman de Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st Century (Princeton).

La falta de respeto por la propiedad intelectual les permite controlar el mercado de patentes; existen sectores enteros cerrados a la inversión internacional, lo que ha multiplicado un paisaje de campeones nacionales, y durante el Gobierno de Deng Xiaoping (1904-1997) instauró un sistema de meritocracia (desmantelado más tarde por Xi Jinping) que creó un verdadero ascensor social. “Hoy se ha transformado en un país más expansivo, nacionalista y agresivo, algo que tiene un coste económico”, advierte Guriev. De hecho, los flujos de inversión directa, según The Economist, entre el gigante y Estados Unidos son unos exiguos 5.000 millones de dólares anuales cuando alcanzaban los 30.000 millones hace un lustro. El hundimiento recae en la guerra comercial que inició durante 2018 el expresidente Donald Trump por sus “injustas prácticas comerciales”. Quizá China debió entrar durante 2001 en la Organización Mundial del Comercio (OMC) con el Libro Rojo abierto por la página “las reglas se respetan”.

Porque la respuesta china al derrumbe ha sido firmar en 2020 acuerdos con 14 países de Asia, la mayoría no democráticos. Una forma de prescindir de la Unión Europea. “Y puede terminar el año con la friolera de un superávit de un billón de dólares”, estima Francesco Sisci, sinólogo italiano experto en el país. “Ese dinero procede básicamente del G-7. Esto crea una situación similar a la de los tiempos anteriores a las guerras del opio [enfrentamiento entre los imperios chino y británico en el siglo XIX], cuando China era un exportador masivo y un importador mínimo. Esta situación resulta insostenible durante mucho tiempo”, añade Sisci.

Protagonismo

Las autocracias económicas —­aclara Luis Moreno— reclaman el protagonismo frente a una globalización que creen que favorece al Primer Mundo y, sobre todo, a los intereses de las grandes corporaciones angloestadounidenses. En febrero pasado, Xi Jinping, tras dos años sin conceder audiencias internacionales, se reunió finalmente en Pekín con otro jefe de Estado. ¿Quién? Putin. En un texto conjunto —describió The New York Times— de más de 5.000 palabras, anunciaban una relación más próxima entre ambos países. Y proclamó una “redistribución del poder en el planeta”, mientras se mencionaba seis veces, de forma crítica, a Estados Unidos. The Washington Post llamó al encuentro “un intento de crear un mundo seguro para las dictaduras”.

Las autocracias son competidores formidables y trasciende un sentimiento de revancha económica en muchas de sus decisiones. En 2020, las democracias invirtieron —según The Economist— 12 billones de dólares en todo: desde maquinaría a tecnología. Por el retrovisor, a solo tres billones de distancia, la tierras autócratas. Naciones de las que parece difícil desertar. Pese a las limitaciones. Trabajos como los de Daron Acemoglu, economista del Instituto Tecnológico de Massachu­setts (MIT), han demostrado que si la autocracia se convierte en una democracia, la economía acelera y crece. “Vivimos un momento histórico donde el modelo de crecimiento ilimitado que ha fomentado el capitalismo para aplazar el reparto justo de la renta y la riqueza hace aguas debido al fin de la energía abundante y a la escasez de materias primas estratégicas”, describe Carlos Martín, director del Gabinete Económico de CC OO. Esto —vaticina— nos lleva a un futuro de guerras comerciales o reales para asegurar el abastecimiento de productos clave.

Es igual que encontrar todas las horas que uno ha conocido, pero perder la llave. Esa es la sensación que se siente al conversar con Yanis Varoufakis, exministro griego de Finanzas. “Trump empezó la Guerra Fría contra China y la continuó Biden”, sostiene. “Durante todo este tiempo, la Unión Europea se mostró muy reacia a entrar en la disputa. Pero la invasión de Ucrania acabó con la posibilidad de una política exterior europea independiente. Y, sí, es cierto. Estados Unidos y Europa atraviesan una Guerra Fría en toda regla frente a China y Rusia. Sin embargo, afirmar que Occidente está chocando con las autocracias resulta ridículo. Porque carece de reparos en coquetear con el más brutal [asesinó, presuntamente, al periodista Jamal Khashoggi en 2018] de los regímenes autoritarios: Arabia Saudí, e incluso con la Turquía de Erdogan”.

Las autocracias de las arenas árabes (semiocultas bajo el velo de monarquías) se han convertido en un ejemplo de realpolitik. En 2019, el presidente estadounidense Joe Biden prometió —tras la ejecución de Khashoggi— convertir al reino saudí en un “paria” internacional. Pero le ha vendido carísimos sistemas antimisiles Patriot y se revela frente al recorte en la producción de petróleo. Mientras, advierte, sin escamotear palabras, que la guerra de nuestros días es la “batalla entre democracias y autocracias”. La amenaza se convierte en una estrategia económica. El príncipe Mohammed bin Salmán recordó en The Atlantic a Occidente que al país le pueden faltar muchas cosas, pero nunca opciones. Sin palabras hablaba de China. A quien vende crudo en yuanes en vez de en dólares.

Oportunistas del odio

Las democracias producen dos tercios del petróleo que necesitan para cubrir sus necesidades diarias, el resto tiene que llegar de otra parte. ¿A quién le extraña que se lo pidan a la Venezuela de Nicolás Maduro? “En general, casi todos los regímenes políticos se mueven en algún grado de economía mixta”, destaca el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Pompeu Fabra José García Montalvo. Aunque en las autocracias y las dictaduras resulta más habitual estar en los extremos. Ultraliberal estilo chileno o comunista a la cubana. Los autócratas suelen ser oportunistas del odio: un día el villano son las grandes multinacionales y otras el socialismo.

Los autócratas saben que el control político es el control económico. Erdogan comenzó con una década de prosperidad. Pero cambió los límites legales para aumentar su poder. Además, purgó a 150.000 empleados públicos de sus trabajos. “Cometer error macroeconómico tras error macroeconómico le ha llevado a una inflación del 80%”, señala Guriev. “Es una situación habitual de los autócratas: no tienen nadie al lado que les diga que se equivocan”. El emperador desnudo. “La mayor parte de las autocracias terminan siendo cleptocracias”, ahonda Roberto Scholtes, responsable de estrategia de Singular Bank. O peor. En Etiopía, la guerra civil está prendiendo una hambruna.

Pero incluso en esas noches más oscuras, donde el insomnio es una densa niebla, existen excepciones. El principal político de Singapur, Lee Kuan Yew (1923-2015), fue un visionario, el primer líder moderno que mezcló autoritarismo y una fachada social. El país crecerá entre un 3% y un 4% este año. Y la renta per capita es de 72.794 dólares (unos 72.000 euros). ¿Cómo lo ha logrado? Es una nación pequeña, abierta a la inversión extranjera y donde las ventajas de la democracia no son importantes. En una ciudad-Estado los problemas resultan más fáciles de resolver. La virtud de las autocracias, describe David Cano, socio de AFI, es que trabajan a largo plazo frente a las democracias. Cada cuatro años viven elecciones, cambios políticos, y llegan propuestas nuevas: buenas o malas. “Turquía, a pesar de la corrupción y el despotismo de Erdogan, ha construido una economía manufacturera fuerte y productiva, y continúa siendo una potencia regional”, incide Yanis Varoufakis.

En esta época donde conviven los tiranos y el horror, Ruth Ben-Ghiat, experta en autócratas y profesora de Historia y Estudios Italianos en la Universidad de Nueva York, demuestra en su libro Strongman (Hombre fuerte) el vínculo entre tiranía y masculinidad. El patriarcado ayuda a las autocracias a sobrevivir más tiempo. La inclusión de la mujer —defiende Justin Kemp— es necesaria para que prosperen las democracias liberales. Pero si una autocracia quisiera apoyar esta política, debería abrir las libertades a toda la población.

Esta batalla no enfrenta a dos imperios, como en la Guerra Fría, sino a la libertad y su contrario. El miedo es un arma poderosa. Miles de ingenieros, científicos y economistas están marchándose de Hong Kong, Rusia o Crimea. Las consecuencias, detalla Marco Tabellini, profesor de Economía Internacional en Harvard, son muy distintas. “Si las personas más activas políticamente deciden abandonar el territorio, las élites gobernantes aumentarán su influencia”. Aunque existen otras posibilidades. “La salida podría debilitar esas élites porque la crítica y la voz son complementos. Y si la autocracia se asocia a la violación de los derechos humanos, puede provocar que el resto del mundo conozca la realidad que vive”, concluye.

Una erosión continua

“Estamos en medio de la mayor ola antidemocrática de los últimos cientos de años”. Son 14 palabras (traducidas del inglés) que podrían vivir agazapadas en cualquier página de un tabloide sensacionalista y borrarse pronto. Pero proceden de Daron Acemoglu, catedrático de Economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). “Año tras año, desde 2006, hemos visto a los regímenes no democráticos hacerse fuertes y a las democracias deslizarse cada vez más hacia prácticas ajenas a sus principios”, advierte. Dan igual las métricas que utilices —­describe The New York Times—, solo parece que hay un sistema que sufre una erosión continua: la democracia. ¿Cómo explicar este proceso de demolición? El consenso no existe. La globalización y la inequidad han agrietado el cemento generacional. Las redes sociales, la inmigración (percibida como amenaza cultural) y, por su puesto, Rusia golpean la empalizada constitucional. Quieren desbastar la madera de sus principios. “La democracia resulta valiosa en sí misma, no porque necesariamente aumente el crecimiento”, matiza Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI. Y añade: “Desde luego, resulta difícil que un país crezca de forma sostenida sin instituciones fuertes que protejan los derechos de la propiedad y promuevan la competencia”. Aunque Corea del Sur y otras naciones —apunta Douglas Irwin, profesor de Economía en la Universidad de Dartmouth— iniciaron su milagro económico bajo una autocracia o una dictadura militar. 
Pero es igual que empezar una carrera de fondo con los criterios de un velocista. Pronto te ahogas. En principio, las autocracias crecen durante unos años para sucumbir después. “Es verdad. Aunque no estoy seguro de que se pueda generalizar”, precisa Acemoglu. Sin duda, hay características únicas de la era actual. “No hablamos de dictaduras, juntas militares o gobiernos de una sola persona basados en el voto limitado. Son regímenes inicialmente elegidos en las urnas y que luego se vuelven más autoritarios y autocráticos”, analiza. 
También resulta innegable que el bajo precio del dinero ha financiado con créditos baratos a Turquía, Rusia, Hungría, China o India. De lo contrario, hubiera sido imposible en Ucrania, y otros países, recordar esas frases con las que la escritora francesa Marguerite Duras aguardaba en El dolor (1985) que su pareja hubiera sobrevivido —o no— al campo de concentración de Dachau (Baviera). “Solo nosotras esperamos aún, con una espera de todos los tiempos, la de las mujeres de todos los tiempos, de todos los lugares del planeta; la espera de los hombres volviendo de la guerra”. ¿Llevamos un rumbo de colisión? ¿Vamos hacia un enfrentamiento? “No lo sé”, contesta, sincero, Acemoglu. “Pero imagino un mundo de democracias y autocracias cada vez más enfrentadas y separadas”. Las guerras cruzan puentes que se desmoronan tras de sí. “El objetivo de gasto militar del 2% del PIB que se ha fijado Europa es, con toda seguridad, demasiado bajo”, alerta Rogoff. Porque quienes esperan la paz no esperan nada. Solo el comienzo del olvido. A Ucrania le costará décadas. 

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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