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UNIÓN EUROPEA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La refundación de la Unión Europea

La UE debe defenderse ahora del enemigo externo y dejar de protegerse de sí misma; eso pasa por la inversión solidaria

Ilustración suplemento Negocios 25/'9722
Ilustración suplemento Negocios 25/'9722Tomás Ondarra
Ángel Ubide

Parafraseando a Lenin, hay décadas en las que no cambia nada, y semanas en las que cambia todo. La semana del 24 de febrero, cuando Rusia invadió Ucrania, cambió a Europa, acelerando transformaciones estructurales a nivel global que llevaban años cocinándose a fuego lento. Medio año después, está claro que ya no habrá marcha atrás.

La Unión Europea se creó como instrumento de defensa contra sí misma, para neutralizar las tentaciones militares de las potencias europeas, poniendo en común el carbón y el acero y luego creando el mercado común europeo, con el euro como manifestación cumbre. Huérfana de un presupuesto y un ejército, la Unión Europea apalancó su crecimiento y su influencia en la disciplina fiscal y la globalización, fomentando la desregulación, las relaciones comerciales y la deslocalización. Era una estrategia óptima dadas las circunstancias, pero creó una fuerte dependencia económica y energética del exterior. Estas premisas han perdido ahora valor con el retorno del proteccionismo y la política industrial en el mundo occidental, la creciente asertividad china y el ascenso de las democracias iliberales, y la re-regionalización geopolítica. La Unión Europea debe refundarse para adaptarse a este nuevo mundo.

La refundación debe basarse en tres conceptos: la prioridad debe ser ahora la defensa contra el enemigo externo, no el interno; para conseguirlo, el foco debe ponerse en la inversión y la resiliencia, no en el ahorro; y, para hacerlo políticamente sostenible a largo plazo, se debe aceptar que la solidaridad intraeuropa es cíclica y depende de la naturaleza del shock, no está determinada por la geografía o por un modelo económico específico. En esencia, es diseñar un nuevo equilibrio entre eficiencia y resiliencia, entre mercado y Estado, entre centro y periferia.

La defensa de la Unión Europea de sí misma ha generado miles de páginas de reglas y decisiones para asegurarse de que sus países miembros cumplan las reglas internas. Un buen ejemplo es el vademécum del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, más de cien densas páginas cuyo objetivo primordial es sancionar a los países que lo incumplan y que tan solo una docena de personas entienden en su totalidad.

Ahora debe aplicar el mismo celo e intensidad para la defensa contra el enemigo externo. La base de la fortaleza de la Unión Europea —el soft power (poder blando) del llamado “efecto Bruselas”, basado en el gran tamaño de su economía y el efecto magnético de la perspectiva del ingreso en la Unión Europea que crea una amplia área de influencia en su entorno— se ha debilitado. En este nuevo mundo las claves son la capacidad militar, la independencia energética y la resiliencia frente a las sanciones financieras.

El soft power no basta y tampoco basta la disciplina fiscal como estrategia económica. La defensa contra el enemigo externo requiere tres palancas: abundante (e inteligente) inversión pública para fomentar la resiliencia tecnológica, la independencia energética y la estrategia de cambio climático, y la suficiencia militar; un marco de política económica robusto donde la política fiscal no se centre solo en la reducción de la deuda, sino que complemente a la política monetaria en la gestión del ciclo económico; y una moneda fuerte, comparable al dólar, que se acepte a nivel global como medio de pago y activo seguro. El plan NextGenerationEU (NGEU) es un primer paso en esa dirección, pero no puede quedarse ahí, debe extenderse para financiar la independencia energética y tecnológica, y completarse con una reforma en profundidad de las reglas fiscales europeas que las haga más flexibles y dinámicas, adaptadas a este nuevo mundo.

La defensa contra el enemigo externo requiere también una reforma de la política energética acorde con los nuevos tiempos. Estaba claro ya el otoño pasado, cuando España propuso las compras comunes de energía y alertó de que el sistema marginalista de precios ya no era adecuado para un mundo en el cual el precio de la energía marginal, el gas, incorporaba el riesgo geopolítico ruso. Pero la tozudez en Bruselas y la negativa de algunos socios europeos, que escondían tras la defensa del diseño del mercado la protección de una amplia variedad de intereres nacionales, ha retrasado un año la adopción de medidas que podrían haber amortiguado, de haberse adoptado antes, la espiral inflacionista y la probable recesión de la eurozona. El plan energético recientemente presentado por la Comisión Europea va en la buena dirección. Mas vale tarde que nunca.

La defensa del enemigo exterior requiere una unión energética solidaria que diversifique las fuentes energéticas y aumente la interconexión europea, aparcando los intereses nacionales —como la negativa francesa a ampliar la interconexión gasística MidCat para seguir protegiendo su industria—. La solidaridad requiere sacrificio, pero para que sea sostenible políticamente a largo plazo es crucial aceptar su dimensión cíclica: la solidaridad depende del tipo de shock que afecta a la economía, y las necesidades cambian. La periferia no ha sido siempre el punto débil de la Unión Europea. Alemania era el paciente enfermo cuando se introdujo el euro y la solidaridad europea se manifestó, entre otras cosas, en unos tipos de interés lo suficientemente bajos —excesivamente bajos para algunos países, de hecho— para que pudiera recuperarse. Los bancos alemanes también fueron los que más sufrieron el impacto de la crisis hipotecaria estadounidense y recibieron ayudas estatales y liquidez de emergencia del BCE sin condicionalidad. El péndulo viró rápidamente cuando se descubrió el fraude fiscal griego y reventaron las burbujas financieras y políticas de la periferia de la eurozona, y el robusto crecimiento de la economía mundial facilitó un énfasis exagerado en la austeridad y la reducción de riesgos. La pandemia, cuya naturaleza global hizo imposible confiar la recuperación en el rebote de la demanda exterior, sirvió para reconocer que la solución pasa por la fortaleza interior, manifestada en el NGEU y los eurobonos que lo financian.

Ahora el péndulo ha vuelto a virar. La crisis energética afecta a los cimientos de la competitividad de la economía alemana, que se ha convertido de nuevo en el paciente enfermo y se ha acudido a su rescate. El ahorro energético europeo ha aumentado de manera solidaria, y las restricciones a las ayudas públicas se han relajado para que pueda sostener sus sectores energético y bancario.

El dividendo de la paz del periodo de posguerra se está evaporando, Europa no puede contar con la energía rusa, el reto es mayúsculo. La refundación de Europa pasa por la inversión solidaria, para que el sacrifico de este año haya valido la pena y el futuro solo dependa de nosotros mismos.

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