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Francisco Mesonero: “La discapacidad no está en las personas que la padecen, sino en la sociedad que se relaciona con ellos”

El director general de la Fundación Adecco y Carmen Giménez, atleta paralímpica y víctima de violencia de género, hablan sobre las barreras que aún existen a la hora de lograr su plena inclusión sociolaboral

Carmen Giménez, atleta paralímpica, durante uno de sus entrenamientos.
Carmen Giménez, atleta paralímpica, durante uno de sus entrenamientos.Cesar Gonzalez
Nacho Meneses

La historia de Carmen Giménez, campeona de España de atletismo adaptado en 800, 1.500 y 5.000 metros, es difícil de ignorar. Casi imposible, porque lo hizo siendo una doble superviviente: primero, tras sobrevivir, en 2010, a un episodio de violencia machista –su expareja la tiró por la ventana de un tercer piso–, lo que la provocó una lesión medular y la dejó en silla de ruedas; y segundo, por el fallecimiento de su hijo Bruno, en 2018, al no poder superar unas complicaciones respiratorias derivadas de su nacimiento prematuro. Pero fue precisamente este episodio el que la empujó hacia la práctica deportiva y a impulsar el proyecto #RunForYou (corre por ti), una iniciativa para dar visibilidad al atletismo adaptado que busca fomentar un deporte y una sociedad más inclusivas. Desde esta semana es, además, embajadora de la Fundación Adecco, donde su testimonio servirá para abordar el doble reto de la inclusión laboral de las personas con discapacidad y de las mujeres víctimas de violencia de género.

“La principal barrera que existe en la actualidad son los sesgos inconscientes, es decir, los prejuicios que acaban convirtiéndose en un gran peso en las mochilas de los cuatro millones de personas con discapacidad que hay en España”, sostiene Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco. La discapacidad, añade, continúa asociándose con una visión negativa e incapacitante, cuando en realidad “esta no se encuentra en las personas con discapacidad, sino en la sociedad que se relaciona con ellos”. Una discriminación que se une, además, a los prejuicios que impiden la plena incorporación laboral de las víctimas de violencia machista: según el informe Violencia de género y empleo de la Fundación Adecco, casi tres de cada cuatro desempleadas víctimas de este tipo de violencia prefieren no comunicar su situación en las entrevistas de trabajo, por miedo a ser descartadas debido a prejuicios que las asocian con personalidades inseguras, conflictivas o absentistas.

La realidad, no obstante, es bien distinta, porque las víctimas son conscientes de que el empleo puede ayudarlas a salir adelante, proporcionándoles autoestima, independencia económica e incluso el incremento de su red de contactos; y todo ello hace que su fidelidad y compromiso empresarial estén por encima de la media. “Son, además, personas que han desarrollado una serie de habilidades emocionales extraordinarias, así como una gran capacidad para sortear obstáculos”, afirma Mesonero.

La discapacidad o la condición de víctimas de la violencia son solo dos entre una lista más numerosa de factores de vulnerabilidad y discriminación en el acceso al empleo, como pueden ser la edad, la raza o el origen de las personas. Por eso, indica Giménez, lo importante es “romper con esa dinámica. Hay que reconocer tus circunstancias, sean las que sean, para luego demostrar que esos elementos de vulnerabilidad pueden pasar a ser factores de fortaleza: yo he conseguido ser campeona de España y tener el récord de los 5.000 con una discapacidad. Hay que abanderar y defender que los factores de cada persona no te definen en sentido negativo, sino que son características que tú puedes usar en positivo y alcanzar tus objetivos. No a pesar de esas circunstancias, sino gracias a ellas”.

Porque la inclusión, argumenta, “es un camino de no retorno” que contribuye a normalizar la presencia y la importancia de este colectivo. “Cuando pruebas a vivir en ambientes inclusivos –y da igual que sea en el ámbito laboral, deportivo o personal–, no hay vuelta atrás, porque sientes en primera persona lo enriquecedor que es la diversidad. Sobre todo, porque tiene un sentido bidireccional. Cuando, por ejemplo, yo corro en Madrid con otras 30.000 personas, me siento agradecida por participar con el resto de corredores, que después, cuando voy adelantando en mi silla, me van animando. Pero es que luego muchos me han dicho que les he dado fuerzas para seguir”.

Unos argumentos que, por otra parte, son también válidos en el entorno laboral, donde las empresas son cada vez más conscientes del valor que tiene la diversidad para sus equipos. “El gran reto es la igualdad de oportunidades y la inclusión sociolaboral. Es necesario el compromiso visible de la primera línea de dirección de las empresas, que deben estar convencidas de que dar oportunidades a estas personas redundará en una mayor capacidad de las organizaciones para dar respuesta a la sociedad sobre la que actúan, además de que fortalecen los valores corporativos en un momento en que la tecnología y el big data han difuminado el potencial humano”, sostiene Mesonero. Giménez, junto al resto de embajadores de la Fundación Adecco, participan en los Encuentros por la diversidad, una iniciativa que desarrollan desde 2008 con el objetivo de dar voz a las personas con discapacidad, para que con sus historias y vivencias puedan normalizar sus circunstancias y acceder al mercado laboral en igualdad de condiciones.

Una carrera de obstáculos

Mucho antes de entrar en la élite del atletismo adaptado, las rutinas de Carmen Giménez no se parecían en nada a las de ahora. Pero llegó 2010 y, con él, la agresión machista que cambiaría su vida para siempre. Un episodio extremadamente doloroso que no solo lo fue por la lesión en sí, sino por todo un proceso judicial que culminaría con un sobreseimiento por falta de pruebas, y con su agresor saliendo completamente impune. “Fue todo un espanto, porque no se hizo ninguna investigación hasta que yo salí del hospital y lo denuncié. Nadie había investigado absolutamente nada... Fue todo un año de instrucción y de mucha falta de empatía y de aproximación hacia la víctima”, recuerda. De nada sirvieron los sucesivos recursos: a la Audiencia Provincial, al Constitucional, Estrasburgo... “Incluso al defensor del pueblo. Y si fuera el único caso... Pero es que, si miras el informe general del Poder Judicial, ves que el 42 % de los casos se archivan, la mayoría por falta de pruebas. Y es un dato del año pasado”.

El fallecimiento de su hijo Bruno, el 4 de septiembre de 2018, fue lo que terminaría por acercarla al mundo del deporte. Carmen se puso de parto prematuramente (con 34 semanas), por lo que llamó hasta cuatro veces al 112. “Tardaron 62 minutos en llegar, pero para entonces mi hijo ya había nacido. Y claro, un bebé prematuro no tiene aún la suficiente capacidad pulmonar. Acabó entrando en parada cardiorrespiratoria y falleciendo a las ocho horas”. Una tragedia más que, sin embargo, tuvo una consecuencia esperanzadora. “En aquel momento, tenía alrededor amigos y amigas que corrían y que quisieron hacerme sentir que Bruno seguía con nosotros. Y decidieron serigrafiarse las huellas de sus pies, que me habían puesto en el hospital en una cartulina. Crearon el hashtag de #RunForBruno y empezaron a correr maratones: Rotterdam, Florencia...”

Terminaron por animarla a correr ella misma, una idea que no la convencía en un principio pero que se convirtió en realidad gracias a la ayuda de Roberto Álvarez, su entrenador y seleccionador para Madrid de la Federación de Atletismo. “Ahí me di cuenta de lo tremendamente complicado que era, para las personas con discapacidad, el poder hacer algo tan sencillo como practicar deporte y correr, mientras que para la mayoría solo implica ponerse unas zapatillas y salir a la calle”, esgrime. Unas dificultades que radican en la cantidad de recursos necesarios. Las sillas de ruedas de competición, por ejemplo, no se fabrican en España, y hay que importarlas de países como Estados Unidos, Reino Unido o Japón, con un coste que ronda los 5.000 o 6.000 euros, a los que hay que añadir los gastos de envío.

“Yo sentí que mi hijo me conducía por ese camino, y que una forma muy bonita de tenerle presente y de dar sentido a su vida era que pudiera ayudar a otras personas”, cuenta Giménez, por videoconferencia. De ese pensamiento surgieron, primero, el proyecto de crear un club de atletismo inclusivo, Run for You, que hoy cuenta con cerca de 40 licencias (de las cuales 15 son de atletas con discapacidad), y la fundación del mismo nombre, después. A través ella, facilitan los medios materiales necesarios para que correr sea un derecho y no un lujo, como sillas de atletismo para los atletas que se inician, el acceso a las instalaciones deportivas y entrenadores que les guían en la práctica deportiva de una forma dirigida, a fin de evitar lesiones que, en su caso, podrían agravar su situación.

Hoy, Giménez sigue entrenándose para sus próximos compromisos deportivos. Aunque reconoce que nunca se ha sentido discriminada, y destaca el apoyo que en todo momento ha recibido de la Federación Madrileña de Atletismo, no faltan en ocasiones los problemas y la falta de empatía, como le sucede ahora con la organización del maratón de Valencia, que se celebrará el próximo 4 de diciembre. Mientras que la norma, en pruebas de este tipo, es dejar que los atletas en sillas de ruedas salgan antes (tanto por motivos de seguridad como organizativos), el reglamento de este año contempla que salgan en una segunda ola, junto a otros participantes. Pero aún hay más: “El trato es discriminatorio desde un principio, porque mientras a mis compañeras y compañeros de a pie (que son, igual que yo, campeones de España en sus modalidades) la organización les invita a correr, les facilita los dorsales, cubre sus gastos de desplazamiento y tienen una remuneración, yo tengo que pagarme mi dorsal y mis gastos, y no tengo remuneración alguna”. Y se pregunta: “¿Por qué? ¿Hago yo menos de 42 kilómetros? ¿Me cuesta a mí menos que a los demás?”

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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