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Dani Rodrik: “Necesitamos un mundo multipolar: ni una hegemonía de Estados Unidos ni un enfrentamiento con China”

El economista, de visita a España esta semana, advierte sobre los peligros de la Inteligencia Artificial: “Si no reflexionamos a fondo sobre las consecuencias, van a ser bastante indeseables”

Dani Rodrik, profesor de economía política en Harvard, el 28 de septiembre en el foro de La Toja (Pontevedra)
Dani Rodrik, profesor de economía política en Harvard, el 28 de septiembre en el foro de La Toja (Pontevedra)Agostiño Iglesias (All rights reserved.)
María Fernández

Dani Rodrik (Estambul, Turquía, 66 años), profesor de Economía Política en Harvard y premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020, confiesa que no sabe el aspecto que va a tener la globalización en el futuro, pero maneja tres opciones: la buena, la fea y la mala. Él elige una dependiendo de lo optimista o pesimista que se levante. En la mejor opción (a las otras no les quiere dar mucha importancia), las naciones reequilibrarán sus prerrogativas en una suerte de vuelta al espíritu de Bretton Woods. Un reequilibrio que, dice, se está dando en EE UU con la política de la Administración de Biden. En el peor escenario, la globalización seguirá viéndose como la veían políticos como Bill Clinton, como un fenómeno que no se puede detener ni controlar en el que hay un buen número de perdedores. Invitado a pronunciar una conferencia en el Foro La Toja, que esta semana se celebró en la isla pontevedresa, Rodrik cree que EE UU tiene que dar espacio a China en vez de buscar su dominio constante, y alerta a su vez de que el país asiático no puede estar sometido al dictado monopolístico del Partido Comunista si quiere una economía moderna y diversificada.

Pregunta. Estamos viendo tiempos de agitación geopolítica, concienciación sobre cambio climático, contracción demográfica en países avanzados y resistencia del mercado de trabajo pese a la subidas de tipos. ¿Se ha vuelto muy difícil hacer predicciones?

Respuesta. Los economistas nunca han sido buenos prediciendo. Un economista que conozco dice que Dios creó a los astrólogos para que los economistas quedaran bien (ríe). Hay una cosa en la que me siento bastante seguro: estamos en un momento de transición y el futuro va a ser diferente del pasado.

P. En un artículo publicado hace más de 20 años en este periódico, usted hablaba sobre una globalización donde los países no democráticos no pudiesen disfrutar de los mismos privilegios que los democráticos en el campo del comercio exterior. Pero son precisamente ciertas autocracias (en especial China) las que han protagonizado el mayor crecimiento ligado a la globalización. ¿Qué piensa sobre el papel que desempeñará China en el futuro?

R. China se beneficia mucho de la globalización. En gran parte se debe a que ha jugado con sus propias reglas. No jugó con las reglas de muchos otros países de renta baja y media, por ejemplo en América Latina o América Central. China combinó su incorporación a la economía mundial con muchas políticas, como el control de los flujos de capital; la gestión de los tipos de cambio o el uso extensivo de subvenciones estatales y políticas industriales contrarias a las reglas de la globalización. Debemos tener cuidado al atribuir el éxito de China a la globalización. La lección general es que a los países que aprovecharon la globalización y gestionaron sus economías les fue bien. China se encuentra en un momento de transición. Se enfrenta ahora a problemas de gran magnitud. El mayor es que su sistema político no está bien adaptado a la moderna economía diversificada de alta tecnología, y ese era un problema que siempre pensé que iba a jugar finalmente en contra de China. No se puede tener una economía moderna y diversificada de alta tecnología con el control monopolístico de un partido político centralizado. El mayor problema al que se enfrenta China es cómo se adapta su sistema político.

P. ¿Qué piensa de la creciente influencia que Pekín ejerce en África, Latinoamérica o incluso en Europa, a través de acuerdos comerciales?

R. En lo que respecta al comercio y las finanzas internacionales, en su mayor parte deberíamos comerciar con China como con cualquier otro país. Al fin y al cabo, el comercio es una vía de doble sentido. Comerciamos con los países no para proporcionarles beneficios, sino para que nos los proporcionen a nosotros y, por tanto, no deberíamos poner obstáculos al comercio con China. Creo que hay ciertos segmentos que implican los Derechos Humanos: lo que está ocurriendo, por ejemplo, en [la región de] Xinjiang; el trato a algunas minorías étnicas o el uso de mano de obra barata. Pero, en general, creo que China es una economía en crecimiento y se ha convertido en una economía poderosa.

P. ¿Cómo se puede lograr la globalización inclusiva que usted propone si muchas veces (como ocurre, por ejemplo, con la acción del G-20) los acuerdos internacionales se quedan en intenciones?

R. La principal transición que necesitamos es una especie de cambio o transformación en la mentalidad. Hace 10, 15, 20 años las principales fuerzas políticas construyeron la globalización como un fin en sí mismo y la sociedad y la economía tuvieron que ajustarse a ella. Así es como se presentaba la globalización al público. Creo que eso trajo consigo muchos problemas y ahora estamos pasando a una etapa en la que estamos volviendo a una comprensión más sana de la globalización. Los mercados globales cubren las necesidades de nuestra economía y nuestras sociedades y, naturalmente, los países darán prioridad a sus propias necesidades, ya sea la desigualdad, la necesidad de abordar la transición climática o las preocupaciones sobre los derechos humanos con los socios comerciales. El hecho de que estas preocupaciones surjan y se conviertan en prioridades no es necesariamente perjudicial para la globalización, sino que se trata de un reequilibrio necesario. Y creo que si eso ocurre tendremos una globalización más sana y sostenible.

P. Defiende que la economía internacional debe servir a los objetivos de cada país, y no al revés. ¿Pero cómo se conjuga eso con la emergencia climática?

R. Hay una paradoja muy interesante, y es que si pensamos en un mundo ideal, las necesidades de la transición climática las buscarían las naciones uniéndose para establecer un precio al carbono global y también estableciendo mecanismos de transferencia tecnológica y financiera a los países de bajos ingresos para que no se vean afectados durante el proceso de desarrollo económico. En ese mundo ideal habría una enorme cooperación global, pero sabemos que eso no está ocurriendo. Vivimos en un mundo imperfecto y animo a que se tomen medidas y se asuma el liderazgo, ya sea por parte de naciones individuales, como Estados Unidos, o de agrupaciones de naciones, como la Unión Europea. EE UU se ha comprometido en un gran programa, la IRA (Ley de Reducción de la Inflación, en sus siglas en inglés) del presidente Biden, por lo que tenemos una mayor oportunidad de resolver y abordar el problema climático debido a que los países están diseñando independientemente sus enfoques para las soluciones climáticas, abordando sus propios obstáculos políticos y el diseño de programas. Si esperamos a que todos ellos cooperen a nivel mundial eso no va a suceder, y creo que esa es la paradoja.

P. ¿Qué opina de los resultados de la cumbre de los BRICS [las siglas con que se conoce al grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]?

R. Los BRICS han perdido el rumbo. Ya no estoy seguro de lo que representan. Ojalá pudieran transformarse en uno de los muchos grupos del mundo multipolar, porque necesitamos un mundo multipolar. No queremos un mundo gobernado por Estados Unidos de forma hegemónica, o en el que nosotros nos enfrentemos a China y todo el mundo quede fuera. Creo que tendremos un mundo más sano si tenemos multipolaridad, esa es siempre mi esperanza para los BRICS. El peligro es que los BRICS acaben siendo un refugio para gobiernos autoritarios en un mundo autoritario. Creo que sería perjudicial.

P. Estamos en el inicio de una nueva revolución tecnológica con la Inteligencia Artificial. ¿Cómo nos afectará?

R. En muchos sentidos, es algo sobre lo que es muy difícil hacer predicciones, pero es seguro decir que va a tener consecuencias tremendas y muy significativas. No debemos ser deterministas tecnológicos y cometer el mismo error que cometimos con la globalización, que fue decir que la globalización es algo que cae del cielo y que no podemos hacer nada al respecto, que no podemos darle forma y que todo el mundo tiene que adaptarse. Creo que vamos a cometer el mismo error con la IA y la revolución digital diciendo que es algo que no podemos controlar. La sociedad tiene que adaptarse. Tenemos que adaptarnos y el mercado de los trabajadores tendrá que adaptarse. Todos tendremos que adquirir nuevas habilidades, pero creo que también está en nuestra mano moldear y regular la IA y si no lo hacemos, si no reflexionamos a fondo sobre las consecuencias, van a ser bastante indeseables.

P. En Europa, la desaceleración no es tan fuerte como en China, pero el sector manufacturero sigue viéndose afectado por la debilidad del comercio con Asia. ¿Es bueno reactivar la política industrial?

R. No creo que la política industrial pueda salvar la industria manufacturera. Creo que la política industrial tiene que dirigirse hacia la transición verde. Algunas de estas políticas, no todas, tienen que dirigirse hacia industrias en las que la productividad tiende a ser baja y en las que se absorbe gran parte de la mano de obra. Así que creo que sería un error pensar que la política industrial puede reactivar la industrialización en términos de aumentar la cuota de empleo en las manufacturas. Tenemos que ser realistas y reorientar la política industrial hacia nuevos sectores, como las energías renovables y la tecnología verde, y también hacia donde se encuentra gran parte de la mano de obra: la educación, el comercio minorista, la hostelería y los cuidados son sectores en los que normalmente no pensamos cuando pensamos en política industrial. Ahí es donde realmente tenemos que pensar en cómo podemos aumentar la productividad.

P. ¿Europa está haciéndolo de manera acertada?

R. Incluso los gobiernos más conservadores llevan a cabo una política industrial, así que creo que lo bueno de la reactivación de la política industrial es que podemos participar de una manera estratégica, y al hacerlo, creo que es importante que tengamos claro cuál es el objetivo que se persigue: no puede ser la política industrial de 1960, 1970 o 1980. No puede ser la siderurgia o la industria naval. Europa siempre fue buena en estas industrias, pero no van a emplear a muchos trabajadores. Tenemos que dirigir la política industrial allí donde realmente marque la diferencia.

P. ¿Es más optimista con el futuro del euro?

R. La UE y el euro se enfrentan a un profundo problema estructural y existencial, que es la compatibilidad de una moneda con una política única. El poder político lo siguen ejerciendo naciones diferentes. Llevo mucho tiempo diciendo que, en última instancia, Europa tiene que decidir si quiere mantener un mercado único con una moneda única. Para eso tendrá que encontrar la manera de construir al mismo tiempo una política única. Este tipo de cosas que está haciendo EEUU, experimentando con la política industrial, con enfoques distintos para el mercado de trabajo, o para hacer frente al poder de las corporaciones... eso no es posible en Europa. La amenaza es que Europa siga siendo una tecnocracia liberal que no es capaz de adaptarse a las necesidades de la gente.

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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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