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“¡¡¡Ojo techo!!!”: la alerta que nunca llegó a los tres geólogos aplastados en la mina de Súria

Los Mossos d’Esquadra y la Generalitat constatan una cadena de errores y negligencias en el siniestro de Iberpotash, según la investigación judicial a la que ha accedido EL PAÍS

Pozo de la mina de potasa de Cabanasses, en Súria (Barcelona), el 11 de mayo.
Pozo de la mina de potasa de Cabanasses, en Súria (Barcelona), el 11 de mayo.Albert Garcia

Cuando una piedra de 20 kilos “como una mochila de deporte” cae del techo, David P. decide que es el momento de parar. Lleva 17 años en Iberpotash como jefe de equipo de minador, la máquina que abre paso en las galerías de la mina de Súria (Barcelona) para extraer la preciada potasa. “Tito, sacamos la máquina que esto está abierto, me ha caído una piedra y no quiero que me caigan más”, le dice a un compañero. Durante la noche, el minador 30 ha avanzado con seguridad. Ahora son las 6.15. Es jueves, 9 de marzo. A David le quedan menos de dos horas para acabar el turno. Aparta la máquina a una zona segura y se dirige al comedor, donde cuenta el incidente al vigilante de explotación, figura que vela por la seguridad de los operarios: “El techo no me da buenas sensaciones, no me fío”. Como es costumbre, lo deja por escrito en el parte: “¡¡¡Ojo techo!!!”.

El aviso nunca llegará a oídos de Óscar Molina, Victoriano Pineda y Daniel Álvarez, que para entonces han iniciado su jornada. Están a 850 metros de profundidad. Tras visitar dos galerías, llegan al minador 30, que está arrimado a la pared. Aprovechan un estrecho pasillo para sortearlo. La temperatura es de 47 grados. Su tarea principal es analizar la veta de mineral para decidir por dónde conviene seguir excavando. No saben que han caído en una trampa. Tras unas comprobaciones, se juntan en círculo. Un liso de carnalita —una losa del techo— de 1,9 toneladas, más grande que la roca de David, les cae encima hacia las 7.35. Encontrarán sus cadáveres, por casualidad, un rato después. Son las víctimas mortales de uno de los accidentes más graves de Cabanasses, la única mina activa de Cataluña, que explota la empresa Iberpotash, perteneciente al grupo israelí ICL.

EL PAÍS ha accedido al sumario de la causa abierta por un juez de Manresa para aclarar las causas y responsabilidades del siniestro. Los Mossos d’Esquadra constatan una cadena de negligencias en la gestión de la comunicación y las medidas de seguridad adoptadas tras el primer incidente; la Generalitat y la empresa también admiten fallos graves, aunque de manera más limitada. La gran incógnita, que deberá despejar la investigación, es si la excavación de una parte no planificada —tarea en la que estaba trabajando el equipo de David cuando a las 6.15 cayó la primera roca— desestabilizó el techo y fue la causa directa del accidente mortal, ocurrido apenas una hora después y en el mismo lugar. Los Mossos sospechan que sí, la Generalitat dice que no se puede “garantizar” e Iberpotash habla de accidente “imprevisible”.

Los geólogos, a ciegas

La policía catalana ha interrogado, como testigos, a una decena de trabajadores de Iberpotash. Entre ellos, José Luis S., el vigilante que recibió la información sobre el mal estado del techo antes de las 7.00. Admitió que, tras el aviso, no fue a comprobar la zona —”tenía que recoger partes, herramientas…”—, que no llamó a oficinas porque “a veces te cogen y a veces no” y, en fin, que no transmitió lo ocurrido porque los operarios ya se iban y “el minador estaba en zona segura”. Tampoco adoptó medidas adicionales para evitar que alguien entrara en la zona: “Era una piedra como han caído muchas, pensé que no era necesario”. En su declaración, José Luis insistió en que el equipo dejó el minador en una posición que alertaba de que no se debía pasar por ahí —una señal de alerta común entre los mineros, pero que no contempla ningún protocolo—, y que eso debía haber sido suficiente: “Son cosas que no están escritas, pero que se saben, especialmente los veteranos (…) Lo que no es normal es que encuentres el minador así y saltes por encima de la máquina”.

Pero Óscar, de 28 años; Victoriano, de 29; y Daniel, de 31, ni eran veteranos ni tenían por qué conocer esas prácticas: llevaban, respectivamente, tres años, tres meses y 11 días en la empresa, el último con un contrato de prácticas. En su atestado, los Mossos concluyen que el vigilante “incumplió” sus obligaciones: debió haber comunicado al turno entrante el “riesgo percibido” y debió haber tomado “medidas preventivas” sobre el terreno. Sus acciones influyeron en el “grado de percepción de riesgo” de los geólogos al bajar al frente de trabajo. El infortunio también jugó su papel. David, el jefe de minador, comentó sus malas sensaciones a un topógrafo al que se encontró por casualidad en el skip (el ascensor de la mina). Pero eso fue a las 7.10, con los geólogos ya en las profundidades de la mina. El solapamiento de turnos de trabajo, pues, jugó en su contra: los jóvenes geólogos entraron a ciegas, sin saber que, como había indicado David, “el techo estaba en mal estado”.

Parte de trabajo del turno de noche. En la esquina inferior izquierda se aprecia el aviso "¡¡¡Ojo techo!!!".
Parte de trabajo del turno de noche. En la esquina inferior izquierda se aprecia el aviso "¡¡¡Ojo techo!!!".

Un “bocado” a la roca

Para entender por qué la estabilidad del techo podía estar comprometida hay que retroceder unas horas. En el turno de noche, el equipo de cuatro hombres dirigido por David tenía una tarea asignada: avanzar 10 metros hasta conectar la galería que estaban abriendo con otra ya afianzada. A las 3.00 la habían completado. No tenían tiempo suficiente para dirigirse a otra zona planificada, pero sí para hacer lo que en argot minero se llama “bocado” o “pinchazo”: abrir un área o “emboquilla secundaria” en la pared para extraer más potasa. Es una práctica común e incentivada. El sueldo de los mineros depende, en parte, de su productividad. Y los beneficios de la empresa también, sobre todo en un contexto de precios altos de la potasa por las sanciones a Bielorrusia, uno de los principales productores mundiales.

David pidió permiso para abrir esa galería secundaria y el jefe de relevo, Adrián L., lo autorizó verbalmente. Como señalan los Mossos en su informe, querían “maximizar la extracción de mineral”, lo que iba a suponer “un aumento de las retribuciones para el equipo del minador 30″. El jefe de relevo declaró más tarde que limitó el “bocado” a unas dimensiones concretas: tres por tres metros, en forma triangular. La policía autonómica lo pone en duda porque el cabezal del minador es más grande y constata, en cualquier caso, que la dentellada acabó siendo de 7x8 metros.

Imagen del lugar del accidente. El punto A es el desprendimiento de parte del techo, y el punto B la roca desprendida.
Imagen del lugar del accidente. El punto A es el desprendimiento de parte del techo, y el punto B la roca desprendida.Mossos

El atestado, en manos del juez, señala otra anomalía: por normativa, los pilares a lado y lado de esta emboquilla secundaria y no planificada han de tener “un mínimo de tres metros”, según corroboró la responsable de seguridad de Iberpotash, que colaboró en las tareas de rescate de los tres geólogos. El pilar izquierdo se quedó en escasos 1,5 metros. Mientras el equipo de David recoge el mineral, hacia las 6.15, es cuando cae la primera roca de la esquina derecha del techo, sobre la parte posterior del minador, donde están los ventiladores de la máquina.

David consideró, y así lo declaró, que la caída podía indicar que habían cambiado las presiones del techo. Pero, ¿fue esa apertura, fruto del hambre de productividad, la que provocó también la caída del liso que mató a los jóvenes geólogos? La investigación no ha ofrecido por ahora una respuesta contundente, pero los Mossos dan a entender que puede ser. “No se puede descartar que [el hecho de no respetar las medidas mínimas de los pilares] pudiese haber comprometido la estabilidad del techo en el lugar del accidente”, concluyen. Los informes de la Subdirección General de Energía y Minas y el de Iberpotash admiten fallos, pero son más prudentes, en especial el de la Generalitat, que en un ejercicio retórico de cautela expone: “Tampoco se puede garantizar que la caída del otro liso tenga relación con la posterior caída del liso”.

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