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La política industrial despega como gran agitador económico y político global

Las grandes potencias avanzan en unos planes que buscan economía estratégica y alimentan el riesgo de una espiral de fricciones

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Un empleado de Volkswagen, en una planta piloto para baterías eléctricas en Salzgitter, Alemania.
Un empleado de Volkswagen, en una planta piloto para baterías eléctricas en Salzgitter, Alemania.Morris MacMatzen (Getty Images)

En una época marcada por la descarnada competición entre potencias, la política industrial se ha convertido rápidamente en un elemento central de la actividad económica global. Cada vez más Estados —entre ellos los más poderosos, así como la UE— abrazan distinto tipo de intervencionismo en sectores estratégicos para lograr reducir la dependencia de adversarios o ganar ventaja sobre los competidores en aspectos clave que determinarán la fortaleza de un país en el atlas. Se trata de un amplio movimiento con gran potencial de impacto sobre los empleos, las cadenas de suministro, la innovación, la deuda o las tensiones proteccionistas.

Pekín avanza en el camino de la autonomía industrial de acuerdo a la hoja de ruta de su mastodóntico plan Made in China 2025, lanzado en 2015; Washington acelera a lomos de sus medidas de impulso más recientes en los sectores de la tecnología verde y de los microchips; la UE también desarrolla sus planes, al igual que otros actores de distintos tamaños a lo largo del mapa mundial. Una espiral competitiva marcada por desconfianza, medidas restrictivas que, junto a nuevas oportunidades, abre paso al riesgo de acercarse a la confrontación.

Estas cuestiones han sido objeto de reflexión en El retorno del Estado: ¿qué futuro para la política industrial?, un debate organizado por el Foro Económico Mundial (FEM) en cooperación con EL PAÍS, y celebrado este martes en Ginebra en el marco de la conferencia Cumbre del Crecimiento: Empleos y Oportunidades Para todos, una conferencia impulsada por el FEM.

La pandemia, la amenaza del cambio climático, los riesgos geopolíticos han confluido en estimular ese gran retorno del Estado —y un salto adelante en la integración del proyecto de la UE—, y la política industrial se perfila como uno de sus elementos de mayor calado. Un elemento cargado de aspectos problemáticos.

Un informe publicado por el FEM en paralelo al debate —La perspectiva de los economistas jefe— señala que un 74% de los expertos consultados considera que esta tendencia hacia una fuerte política industrial avanzará a escala global; un 90% cree que profundizará la tensión y rivalidad geoeconómica; un 70% que dañará la libre competencia y un 68% que conducirá a un aumento problemático de los niveles de deuda pública.

Los expertos son escépticos acerca de la capacidad de este empuje de producir efectos positivos: un 39% cree que será una fuerza motriz de innovación; un 20%, que incrementará la actividad económica global.

La perspectiva de los economistas jefe es, pues, sombría, pero los gobiernos se muestran decididos, con la voluntad de reducir el grado de dependencia de adversarios y competidores como fuerza motriz de vigorosas políticas en las grandes economías del hemisferio norte. Esto produce no solo un problema de tensiones entre ellas —como la crisis de los microchips entre EE UU y China o las tensiones entre EE UU y UE por aspectos proteccionistas del programa verde de Washington—, sino también entre Norte y Sur.

Mark Swilling, presidente del consejo de directores del Banco de Desarrollo de África del Sur, consideró en el debate que estos desarrollos “son una mala noticia para el Sur Global, que queda excluido de esta dinámica”. “Esto cambiará el coste del capital, redirigirá los flujos de inversión junto con otros elementos que creo que serán un cambio desfavorable para la región”, opinó Swilling.

Abundó en ese sentido el ministro de Industria, Comercio e Inversiones de Botsuana, Mmusi Kgafela: “Si la competición se descontrola, generará turbulencias, tensión geopolítica global y puede hundirnos en una guerra. Llamo al resto del mundo, incluidos EE UU y Europa, a perseguir una industrialización que tenga en debida cuenta el interés a la coexistencia pacífica, que contemple tomar y dar, no una actitud de arrasar”, dijo.

Por supuesto, este giro político presenta a la vez enormes oportunidades y a la vez riesgos para las empresas. La política industrial puede facilitar el camino a las empresas que reciban subvenciones, rebajas de impuestos, que se beneficien de nuevas infraestructuras o de un impulso financiero a la investigación. Pero, a la vez, deben hacer cuentas en sus planes estratégicos con la enorme volatilidad producida no solo por acontecimientos como una pandemia o las disrupciones climáticas, sino por la geopolítica, con su perspectiva de espirales de medidas restrictivas, sanciones recíprocas, etc.

La batalla de los microchips es quizá el ejemplo más evidente. La Administración Biden aprobó hace meses una draconiana medida de restricción de exportación de microprocesadores de alta gama, una iniciativa en la que ha logrado posteriormente la adhesión de Japón y Países Bajos, importantes por ser sede de dos empresas clave en el sector. China ha reaccionado airada.

Kellee S. Tsai, rectora de Ciencias Sociales en la Universidad de Ciencias y Tecnologías de Hong Kong, advirtió durante el debate del peligro de entrar en la espiral del dilema de seguridad, esa dinámica por la que alguien toma medidas en aras a proteger su seguridad, lo que alerta a otros que actúan espoleados por ello, desencadenando una carrera repleta de riesgos.

Tsai, que ha estudiado el proceso industrial chino, destacó cómo la política industrial de Pekín no ha sido tan exitosa como algunos piensan. “Las empresas de mayor éxito no son fruto de una política industrial coherente, y a la vez hay casos evidentes de fracaso de esa política industrial, como en el sector de la aviación, o numerosos episodios de corrupción”. La lógica de fondo de la política industrial se topa con graves problemas en su implementación.

“Si se lleva a cabo con los viejos conceptos de selección de campeones, de dirección centralizada, etc., será un gran fracaso”, dijo Swilling. “Hay que apostar por un concepto nuevo, el establecimiento de entorno y conexiones que permitan el florecer de segmentos de manufactura completamente novedosos”.

Mientras, las empresas que actúan en los mercados globales buscan la manera de acentuar su resiliencia en este contexto turbulento. Una profunda desconexión con China es impensable, como ha reconocido de forma explícita Janet Yellen, secretaria del Tesoro de EE UU, en un reciente discurso. Pero el contexto es tan volátil que el riesgo geopolítico influye, y aquellos que pueden, las empresas con mayor tamaño y capacidad de acción, escrutan el horizonte, buscando oportunidades, evitando riesgos.

Gero Corman, jefe de tecnologías y plataformas digitales de Volkswagen, señaló su convicción de que, para las empresas con tamaño suficiente, se acelerará una dinámica de “integración vertical, tratando de controlar la fabricación de componentes” dentro del perímetro de una empresa.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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