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política monetaria
Columna
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El BCE, entre el rigor y la crueldad

La carrera de alzas de tipos de interés emprendida por la institución ha disparado los beneficios de los bancos y ha dañado a los consumidores de crédito

Christine Lagarde se dirige a los periodistas el jueves pasado en Francfort.
Christine Lagarde se dirige a los periodistas el jueves pasado en Francfort.KAI PFAFFENBACH (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

En lo inmediato, la carrera de alzas de tipos de interés emprendida por el BCE desde el verano cosecha resultados indiscutibles. Ha disparado los beneficios de los bancos privados. Ha reducido los de sus sucursales, los 20 bancos centrales nacionales, pues deben retribuir los depósitos de aquellos, aunque ellos no hagan lo mismo con sus clientes (de pasivo). Ha dañado a los consumidores de crédito (de activo), incluidas las empresas, y ralentizado, entre otros, el mercado inmobiliario.

Perjudicará al empleo (que ostenta un récord del 6,6% en diciembre), pues “puede ralentizarse” y el paro amenaza con encresparse, auguró la presidenta, Christine Lagarde, al subir tipos hasta el 3%: el modelo madrugador de la Reserva Federal ya arroja cinco meses con declinante creación de empleo. Y es que la economía flaquea. El PIB europeo crecerá en 2023 a un ralo 0,3%, previó la Comisión en noviembre. Y la locomotora alemana se contrajo un 0,2% en el trimestre final de 2022. Crecer menos: más paro.

Mientras, la estrategia del banco central no se mueve del duro rigorismo (en las alzas de tipos, restrictivas de la actividad). Ni de la rigidez (Lagarde se ufanó por “mantener el rumbo”, no importa el triple dato de tres meses consecutivos de inflación). Ni de una apariencia de sesgo cruel, seguro que involuntaria: por la asepsia clínica con que minimiza los costes sociales del campeonato de tipos, en la senda de Jerome Powell, el patrón de la Fed al que no se le movió un músculo profetizando some pain (algo de sufrimiento) al inicio de su giro restrictivo.

Lo más nuevo es la contundencia hierática de la presidenta. Otros, más halcones, la apretaban: “Aceleraremos con determinación, incluso si nuestras medidas perjudican al crecimiento económico”, hendió el jefe del Bundesbank, Joachim Nagel. Eso “reducirá la demanda agregada, tanto el consumo como la inversión”, agregó el vice de Fráncfort, Luis de Guindos (Político, 8/11/2022), con el solemne y peregrino argumento de que “es la única vía posible, porque no hacer nada sería mucho peor”.

Prestaban oídos sordos a las advertencias contra los “riesgos de recesión” y al de que “los bancos centrales estén yendo demasiado lejos” (FT, 31/10/2022). “Hay algo gravemente erróneo con las ideas prevalentes de la política monetaria cuando los bancos centrales protegen su credibilidad abocando las economías a la recesión”, tuiteó la primera ministra finlandesa, Sanna Marin.

Ocurre que respiran por la leyenda de jabato que aún exhala el ex gobernador de la Fed, Paul Volcker: doblegó la inédita inflación de los años 70, desde el 13% hacia el 3%, con una secuencia de alzas de tipos hasta el 20%, sí. Pero a costa de hipotecas al 18,5%, de constreñir la “actividad económica”, y de un desempleo en 1982 de casi el 11%, “mayor incluso” que en la Gran Recesión de 2008 (Ben Bernanke, Mis años en la Reserva Federal, Deusto, Barcelona, 2014).

Y no se olvide que una recesión, sobre todo para los pobres, “amputa la mano con que se alivia el uñero”, describió un gran economista de la Brookings, Joseph Minarik (en la precisa crónica de William Greider Secrets of the temple, Simon&Schuster, New York, 1987).

Pero además, el Tratado de Funcionamiento de la UE (TFUE) no impone al BCE una única misión. Combatir la inflación es su “objetivo principal” (artículo 127), pero acompañado de la obligación de apoyar “las políticas económicas generales de la Unión”: el “desarrollo sostenible”, y un “crecimiento económico”, “tendente al pleno empleo” (artículo 3, TUE). Nunca nadie habla en serio de eso desde Fráncfort. Se oblitera.

Para más inri, la política de nueva (vieja) austeridad monetaria no ha contribuido aún a disminuir los precios, como pretende. Es cierto que una estrategia restrictiva tarda en surtir efecto: más aún si la inflación procede sobre todo de la oferta más que de la demanda. Jibarizar esta solo ataja la otra de modo indirecto. Hasta hoy, seis meses después de iniciarse, solo la última Actualización de previsiones del FMI (30/1/2023) sospecha que sí esté siendo efectiva. Solo sospecha: “Hay indicios de que el endurecimiento empieza a enfriar la demanda y la inflación”, reza.

De hecho, Lagarde no cita la acción del BCE entre las causas de que los precios capotasen desde el 10,6% de octubre al 8,5% de enero. Menciona factores ajenos: la reducción de los cuellos de botella y el desplome de los precios energéticos.

Pero para concluir que “la economía europea ha demostrado “mayor resiliencia de la esperada”. Que lo aguanta todo. No busca cauterizar la debilidad augurada, sino aprovechar que la debilidad no llegó al desastre. Y poder seguir aplicando aceite de ricino. Con la ayuda de que la reapertura y recuperación de China y la incertidumbre de la guerra de Rusia podrían reactivar los precios.

Hay otros elementos discutibles en el discurso antiinflacionista de los bancos centrales. Uno, la verbalización quizá demasiado aguda de que la expansión presupuestaria de los gobiernos para contraatacar la crisis estropee los efectos de la restricción monetaria (desacople). Mientras, en general, los políticos se inmiscuyen menos en sentido inverso, respetando la independencia de los emisores.

Otro, un exceso de obsesión por los efectos inflacionarios de segunda ronda que provocarían las alzas salariales. Como insistió Lagarde esta semana: “Factores domésticos como la persistente alza de las expectativas inflacionistas por encima de nuestro objetivo [del 2%] o aumentos salariales más altos que los anticipados, podrían conducir a una inflación más alta a medio plazo”.

El miedo es libre, pero la ponderación, obligatoria para las autoridades. Eso implica no olvidar que el grueso de la inflación no proviene de una “espiral de salarios-precios” (The causes of and responses to today’s inflation, Joseph Stiglitz/Ira Regmi, Instituto Roosevelt, diciembre 2022).

Todavía más. Hay evidencia científica de que en 22 ocasiones similares a 2021 durante medio siglo “la inflación disminuyó y el crecimiento de los salarios aumentó sin [provocar] una espiral de precios y salarios”, resume desde el FMI John Bluedorn (en el blog de la institución), sobre la base del informe oficial Perspectivas de la economía mundial (octubre de 2022).

También la óptica privada más sagaz comparte el diagnóstico: “El crecimiento de la inflación más allá de los precios de las mercancías se debe más a la expansión de los márgenes de beneficio que a la presión de los salarios”. No lo escribe un académico ni un izquierdista, sino Paul Donovan, el economista jefe de la mayor gestora mundial de patrimonios, la UBS Wealth Management (FT, 3/11/2022). Un respetado gurú de cabecera de los ricos. Que conoce bien cómo operan.

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