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Los fabricantes de molinos de viento despiden a centenares de trabajadores en un año

La subida de precios, la competencia asiática y la falta de regularidad en los concursos de renovables europeos ahogan a los grandes constructores

Instalación de una turbina eólica de General Electric en Holanda.
Instalación de una turbina eólica de General Electric en Holanda.Matthias Ibeler (GE)
Dani Cordero

Los problemas de suministro que afectan a toda la industria no pudieron impedir que la Unión Europea estrenara 2023 con 15 nuevos gigavatios (GW) de potencia eólica instalada en su carrera hacia la descarbonización. Pero ese récord de inauguraciones de molinos de viento tampoco ha evitado que el sector de la fabricación de turbinas se vea enredado en una ola de despidos en España (y Europa), de la que la última víctima es la plantilla de General Electric (GE). Penden de un hilo 200 de sus trabajadores en una negociación iniciada a principios de año. Se le suman las 352 bajas pactadas por Siemens Gamesa, en unos recortes que tampoco son nuevos para el sector: Nordex cerró su planta de Vall d’Uixó (Castellón) en marzo (94 afectados tras otro recorte en 2018) y Vestas hizo lo mismo en León (98 trabajadores) antes de que expirara 2021.

El comité de empresa de General Electric está enfrascado en las negociaciones del ERE, aunque tanto la dirección como los representantes de los trabajadores se han limitado hasta ahora a exponer sus motivos en favor y en contra del recorte de la plantilla. Por el momento, los sindicatos han notificado a la Administración su intención de celebrar huelgas como medida de presión a la empresa estadounidense y no pierden la esperanza de que la afectación de los despidos se pueda reducir. O incluso modificar esas rescisiones de contratos por suspensiones temporales de empleo a través de la figura del ERTE, a la espera de que la situación mejore. “Esto es un bache”, dice el secretario del comité de empresa europeo de GE, Manel Santiago, “y es una tontería despedir ahora para después tener que volver a contratar”.

El problema, sin embargo, es que las órdenes de compra de nuevas turbinas no han hecho más que reducirse, de acuerdo con las estadísticas de la patronal europea del sector, Wind Europe. Han pasado de estar en máximos a principios de 2021 a caer significativamente 21 meses después, sobre todo a causa de la desaparición de los rotores de menor potencia, menos demandados porque son menos rentables a la hora de generar energía.

El gran obstáculo que frena al sector es otro, sobre todo un incremento de los precios, por el encarecimiento de las materias primas y de la energía, pero también por el del transporte, que suponía que entre el encargo y la entrega final de un proyecto (puede pasar un año entre que concluye todo el periodo) podía dejar de ser rentable para los fabricantes. “Tuvieron que mantener contratos y precios y asumir no solo las pérdidas por esos encarecimientos, sino por las indemnizaciones que tuvieron que afrontar por los retrasos en las entregas por las complicaciones logísticas”, señala Juan Virgilio Marqués, consejero delegado de la Asociación Empresarial Eólica (AEE).

Otra cuestión es que, aunque se ha elevado la potencia instalada, como las turbinas cada vez son de mayor potencia, se ha reducido el número de parques eólicos, y la ley de la oferta y de la demanda señala que a menos peticiones y la misma competencia por vender, los clientes aprietan con rebajas. A ello se suma el hecho de que los fabricantes chinos amenazan con hacerse con una parcela del mercado europeo, tal y como ha ocurrido con el de las placas fotovoltaicas.

Políticas proteccionistas

La presidenta del Parlamento, Ursula Von der Leyen, se refirió a esa competencia asiática hace apenas una semana, cuando señaló la necesidad de incrementar las ayudas para un sector que debe enfrentarse a “sus subvenciones masivas y ocultas a la producción de aerogeneradores, por ejemplo, o placas solares”. Pero el problema también está en Estados Unidos, que está impulsando las ayudas a su industria manufacturera tanto con ayudas directas como con trabas a las importaciones. El ejemplo más claro son los aranceles del 73% al que se tienen que enfrentar las torres de molinos que se fabrican en España.

“Si seguimos pensando que solo por tener mayor calidad vamos a sobrevivir, estamos equivocados: necesitamos ser más competitivos”, defiende Márquez, quien pone como primer elemento de esa competitividad la regularidad de las administraciones a la hora de poner en marcha sus permisos para instalar nuevos parques. “Los acelerones y los parones son malos para la industria”, explica, en relación al problema que genera para los fabricantes que se dé vía libre a grandes concursos cada ciertos años, pero sin regularidad.

General Electric argumenta a los sindicatos la necesidad de empequeñecer su plantilla en España por una cuestión de reducción de pedidos y la caída de precios, pero también por problemas de calidad en proyectos ya entregados. La división de renovables ya anunció un recorte importante en su división de molinos de vientos terrestres (onshore) de Estados Unidos el año pasado, y ahora ha seguido la misma estrategia en Europa, donde, incluyendo el caso español, pretende despedir a más de medio millar de personas.

El planteamiento de Siemens Gamesa, tras cuantiosas pérdidas en los dos últimos ejercicios (940 millones en 2022 y 627 millones en 2021), es similar. Su dirección alcanzó un acuerdo con los sindicatos para despedir a 352 de sus 5.100 empleados en España, pero el impacto en todos los países en los que opera alcanzará las 2.900 personas. La compañía prevé llevar a cabo el ajuste entre este año y el próximo ejercicio, un plazo amplio que puede interpretarse como una voluntad de reducirlo si la coyuntura cambia, sobre todo en algunos ámbitos en auge, como son los parques renovables.

Ignacio Serrano, responsable de la industria de renovables de CC OO, señala que en cada empresa los problemas son diferentes, pero ve uno genérico: todas las compañías están adaptando su operativa manufacturera tras operaciones corporativas realizadas en los últimos años. El gran interrogante es cuánto tardará en afectar esa reducción de empleo aguas abajo del sector, entre los 250 centros productivos que forman parte de la cadena industrial de este segmento. Según el último informe de AEE, hay 8.500 personas trabajando en centros fabriles. “Cuanto más abajo de la cadena estés, más vas a sufrir”, dice el consejero delegado de la AEE.

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Sobre la firma

Dani Cordero
Dani Cordero es redactor de economía en EL PAÍS, responsable del área de industria y automoción. Licenciado en Periodismo por la Universitat Ramon Llull, ha trabajado para distintos medios de comunicación como Expansión, El Mundo y Ara, entre otros, siempre desde Barcelona.

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