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La paradoja de las Bolsas: por qué Wall Street quiere un mercado laboral más débil

Los principales índices estadounidenses se desplomaron tras anunciarse la mejora del empleo

Wall Street
Viandantes junto a la Bolsa de Nueva York, en marzo del año pasado.Brendan McDermid (REUTERS)

El paro igualó en septiembre su mínimo en el último medio siglo en Estados Unidos. El presidente, Joe Biden, celebró ese viernes el nuevo dato en un discurso en Hagerstown (Maryland): “Son 10 millones de puestos de trabajo desde que llegué al cargo. Es el crecimiento de empleo más rápido de cualquier presidente en toda la historia de Estados Unidos”. Sin embargo, las Bolsas cayeron con fuerza. El índice S&P 500, el más representativo del mercado estadounidense, cerró la sesión con una caída del 2,8%. ¿Por qué a Wall Street le molesta que baje el paro? Los tipos de interés tienen la respuesta.

Es tentador pensar que inversores y banqueros tienen una especie de maldad intrínseca que les hace celebrar malas noticias y lamentarse de otras buenas. En realidad, a los inversores y bancos —salvo notables excepciones— les interesa que la economía vaya bien, que se cree empleo, que las empresas aumenten sus ventas y sus beneficios y que devuelvan sus préstamos. Hay momentos, sin embargo, en que su interpretación de los datos parece el mundo al revés y el mercado laboral ha sido durante décadas el ejemplo más recurrente, sobre todo en coyunturas de bajo desempleo y altas tensiones inflacionistas.

La Reserva Federal de Estados Unidos está subiendo los tipos de interés agresivamente para hacer frente a la mayor inflación en cuatro décadas. Su presidente, Jerome Powell, ha dejado claro que cree que será necesario provocar “algo de dolor a familias y empresas” para dominar las subidas de precios. El doble mandato de la Fed consiste en lograr la estabilidad de precios con el máximo de empleo posible. En la actualidad, la primera pata cojea y Powell considera que para crear empleo de forma sostenible es imprescindible someter la inflación. Teme, en particular, que un mercado laboral donde hay casi el doble de ofertas de empleo que de parados permita a los empleados reclamar subidas de sueldos que a su vez eleven los costes de las empresas y estas repercutan en sus precios, en un círculo vicioso que haga que la inflación se enquiste.

Por eso, la Reserva está dispuesta a seguir subiendo los tipos de interés con fuerza mientras no haya señales de que el mercado laboral se enfría. Los inversores lo saben y también saben que más subidas de tipos tienen como mínimo dos consecuencias que a ellos les preocupan: por un lado, aumentan el riesgo de que Estados Unidos entre en recesión más adelante este año o el próximo; por otro, tipos de interés más altos provocan descensos en la valoración tanto de los bonos a largo plazo como en las acciones. Así que Wall Street no hace un juicio moral sobre el dato de paro, simplemente llega a la conclusión de que —en este preciso contexto— si el paro baja, la Bolsa vale menos.

Cuando el mercado celebra la ‘desgracia’

Los intereses de los inversores no siempre coinciden con lo que tradicionalmente se entiende como buenas noticias. Cuando una empresa emprende una reestructuración con miles de despidos es habitual que sus acciones en Bolsa suban porque se interpreta que ese recorte de gastos servirá para aumentar los beneficios, o como mínimo para reducir las pérdidas. Al contrario, si se anuncia un plan de inversiones multimillonario, pueden aparecer dudas por sus efectos inmediatos sobre la rentabilidad, y provocar un descenso de los títulos.

También hay sectores concretos que aprovechan situaciones negativas para la mayoría. Las compañías de gas ganan más desde que Vladímir Putin invadió Ucrania. Y los que apostaron por la revalorización de los cereales antes de que la guerra paralizara parte de las cosechas en ese país también tuvieron una tendencia favorable. El petróleo suele ser sensible a recrudecimientos de conflictos en Oriente Medio y a sanciones como las recibidas por Irán, que empujan su encarecimiento al añadir incertidumbre sobre la oferta. Las firmas de semiconductores crecieron cuando su oferta no era suficiente para cubrir la fuerte demanda pospandémica. Lo mismo que las de barcos portacontenedores, que subieron sus tarifas al ser incapaces de afrontar el aluvión de pedidos que siguió a los encierros debido al ingente ahorro acumulado por los hogares durante los confinamientos.

En el caso de la reacción adversa de Wall Street al buen dato de empleo, el economista jefe para Europa de Oxford Economics, Ángel Talavera, cree que no ayuda al prestigio el mundo de la inversión. “Entiendo perfectamente la lógica perversa, pero trate de explicarle a un profano que al mercado de valores no le gusta un mercado laboral fuerte en el que las personas consiguen más trabajos y ganan más... Quizá por eso las finanzas tienen mala reputación”, sostiene. Una frase resume esa realidad: lo que es bueno para los accionistas, no siempre lo es para la sociedad, o al menos no lo es a corto plazo: un enfriamiento del mercado laboral ahora, y su correspondiente rebaja de precios, es, según los bancos centrales, el sacrificio a pagar para regresar en el futuro a un crecimiento más saludable.

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