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España duplica la generación de electricidad con gas y carbón en lo que va de año

El aumento de las exportaciones y el parón de la hidroeléctrica por la sequía provocan un fuerte incremento de los ciclos combinados, que ya superan a la nuclear

precio gas
La central de ciclo combinado de Soto de Ribera (Asturias), a finales de agosto.Eloy Alonso/EFE

España ha disparado la quema de combustibles fósiles para generar electricidad. Lo está haciendo en el peor momento posible: con los precios en niveles históricamente altos y las emisiones globales de gases de efecto invernadero al alza. Los ciclos combinados —que queman gas natural para producir energía eléctrica— y las vetustas centrales térmicas de carbón —que están dando sus últimos coletazos antes de pasar a mejor vida—, llevan generados este año más de 42 y casi 6 teravatios hora (TWh), respectivamente. Es más del doble que en el mismo periodo de 2021, según los datos de Red Eléctrica de España (REE). La producción de los ciclos en la España peninsular supera incluso la de la nuclear, nada que ver con lo sucedido en los últimos años, en los que las centrales atómicas duplicaban con creces a estas instalaciones.

Los motivos del estirón del gas y el carbón son múltiples, tanto internos como externos. Es como si todos los astros se hubiesen aliado en contra. El frenazo de la hidráulica por la sequía, ha llevado su aportación a mínimos de tres décadas, obligando a reactivar ciclos combinados que de otra forma estarían parados. Ese impacto es doble: no solo ha producido una merma en la producción eléctrica española, sino que, al mermar también la generación portuguesa —un país que depende mucho más de esta fuente—, ha provocado un aumento de las ventas al vecino del oeste. Esas exportaciones proceden, en gran medida, por las centrales alimentadas por gas.

El otro gran factor ha sido el repunte de los envíos al otro vecino: Francia. La segunda economía europea está teniendo que comprar mucha más electricidad a sus países vecinos por el parón técnico de buena parte de su parque nuclear, saturando la interconexión pirenaica —casi el 5% de su consumo se cubre con electricidad que entra por ese cable— y obligando a España a poner en marcha ciclos combinados más antiguos y menos eficientes, que llevaban años sin operar con regularidad. España, se podría decir, no solo está reexportando gas al Este por los dos tubos activos en Pirineos —a la espera del tercero, el ansiado MidCat—, sino también, de forma indirecta, a través de la interconexión eléctrica.

El propio diseño de la excepción ibérica también ha provocado un aumento en el uso de los ciclos combinados en detrimento de las plantas de cogeneración, que producen calor para uso industrial, mayoritariamente con gas, y que también vuelcan electricidad a la red y que han visto reducida su actividad a la mínima expresión. Para revertir las tornas, que ha desatado airadas críticas en el sector, el Gobierno anunció la semana pasada una “excepción” para que estas instalaciones también estén cubiertas por el mecanismo. Con su reactivación, lo lógico sería pensar que la generación con gas caerá en los ciclos combinados, pero aumentará en las centrales de cogeneración.

Declive del carbón

En el caso del carbón, conviene añadir algo de contexto a este repentino repunte en su uso para generar electricidad. Esta fuente de energía, claramente en desuso —en España, las plantas térmicas alimentadas con lignito se cuentan con los dedos de una mano y los planes de cierre continúan ajenos a la coyuntura—, ha registrado un fortísimo retroceso en las dos últimas décadas: con una demanda eléctrica notablemente más baja que la actual, en 2002 este mineral aún era el principal origen de la electricidad del país. Entre el 1 de enero y el 12 de septiembre de aquel año, aportó más de 58 TWh, el 37% del total. En 2012, cuando la eólica ya empezaba a pisar fuerte, fueron 37 TWh, el 20% del total consumido. Este año, pese a la subida transitoria por los efectos de la guerra, apenas cubre el 3,5% del total generado (exportaciones incluidas) y el 3,2% de la demanda interna.

Aunque el declive del carbón en España comenzó mucho antes, la puntilla para esta forma de generar electricidad —la más contaminante y la que más gases de efecto invernadero expulsaba— llegó a partir de 2018, cuando cerraron todas las minas que quedaban en el país al no poder devolver las cuantiosas ayudas públicas que habían recibido y no ser rentables sin ese apoyo. Hace cinco años, el 17,2% de la electricidad que se consumió en España procedía de las 15 centrales térmicas de carbón y ellas solas acumulaban casi el 15% de todos los gases de efecto invernadero que emitió la economía del país ese año. En 2020, la mitad de esas centrales cerraron, al negarse sus propietarias a acometer las costosas obras de descontaminación que Bruselas les exigía si querían seguir operando.

La caída del consumo del carbón desplazó al sector eléctrico como el más emisor de gases de efecto invernadero en España (en estos momentos es el transporte). El año pasado, el 27,6% de las emisiones provinieron, precisamente, del transporte, mientras que el sector eléctrico sumó solo el 11,3% del total. Con el aumento del uso del carbón y del gas —que también genera gases, aunque menos que el lignito— es previsible que se incrementen algo este año las emisiones de este sector, pero sin llegar a desplazar al transporte del primer puesto. De ahí la importancia de electrificar el parque automovilístico.

Récord de consumo de gas en agosto

Agosto fue un mes de consumo récord de gas natural en España: más de 28 TWh, un 3% más que en la media para ese mes en el último lustro. Ese acelerón tiene que ver, en gran medida, con el citado apetito de las centrales de generación eléctrica con este combustible: el gas destinado a este fin ha crecido más de un 70% en comparación con los cinco últimos agostos, mientras que el consumo convencional (industria, empresas y hogares) ha caído casi un 38%, según los datos de Enagás.

Para que el rumbo se corrija en los próximos tiempos, tres factores se antojan esenciales: que llueva lo suficiente para llenar los embalses, lo que permitiría una paulatina recuperación de la hidroeléctrica; que sople el viento: más generación eólica es sinónimo de menos gas; y que los problemas de corrosión que tanto están penalizando la producción nuclear en Francia se reviertan pronto. “España pondrá todo su empeño en reducir al máximo la demanda de gas a corto plazo, actuando solidariamente con la UE, y enfocándose en medidas eficientes que refuercen la competitividad”, apuntan fuentes del Ministerio para la Transición Ecológica, que no atisban ningún problema en el horizonte para cumplir los objetivos de ahorro (7%) pactado con la UE hasta marzo.

Por países de origen, en agosto Estados Unidos recuperó el cetro de primer proveedor español de gas. El gigante norteamericano, de largo el primer productor de gas del mundo gracias al fracking, aportó más de la cuarta parte del total (26,5%); a renglón seguido, Argelia sumó un 24%, y Nigeria un 15,3%.

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