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OPINIÓN / JOSÉ IGNACIO CONDE-RUIZ
Columna
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¿Qué Estado del Bienestar queremos?

Si fuéramos capaces de pensar con "el velo de la ignorancia" nuestro voto antes de tomar la decisión, probablemente nuestros políticos reducirían el grado de ideología de sus propuestas

El Presidente del gobierno y candidato del PSOE, Pedro Sánchez, en un mitin en Leganés.
El Presidente del gobierno y candidato del PSOE, Pedro Sánchez, en un mitin en Leganés.Carlos Rosillo
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¿Qué Estado de bienestar queremos y cómo financiarlo? Esta es la pregunta que deberían hacerse todos los ciudadanos a la hora de votar el próximo 28-A. Y que los partidos políticos deberían recoger en sus programas electorales. En dichos programas la carga ideológica parece natural, pues según cual sea nuestra situación personal, familiar y laboral, unos modelos nos favorecerán más que otros.

En principio, parece evidente que, si has nacido en el seno de una familia acomodada, tus preferencias diferirán de las que tendrías si hubieras nacido en el seno de una familia pobre. Para evitar que la posición original del individuo cree sesgos a la hora de diseñar un modelo de bienestar justo o equitativo, John Rawls introdujo el concepto del “velo de la ignorancia”. El velo de la ignorancia intenta que pensemos como si desconociéramos el lugar, la raza, el sexo o la familia donde vamos a nacer, así como nuestra inteligencia o habilidades innatas, con el objetivo de garantizar la imparcialidad en nuestra posición inicial. Si dichas preguntas se contestaran con el velo de la ignorancia, es decir, sin saber quién vamos a ser, o en qué entorno vamos a nacer, se alcanzarían más fácilmente acuerdos sobre qué políticas del Estado de bienestar priorizar y cómo financiarlas.

Por la parte del gasto, se priorizarían las políticas que garantizan la igualdad de oportunidades, buscando un sistema que premie el esfuerzo, pero garantizando que todos tenemos las mismas oportunidades de alcanzar el éxito. Ello requiere políticas que neutralicen las ventajas que nos vienen dadas en el momento de nacer, de tal forma que sean el talento y el esfuerzo los que determinen nuestro destino. Dentro de estas políticas se encuentran: 1. La educación: un buen sistema educativo es el principal ascensor social, pues otorga las mismas oportunidades a todos los niños. 2. Política contra la pobreza: resulta fundamental garantizar un entorno familiar seguro alejado de la marginalidad y la pobreza, así como un mercado laboral justo, para que dichos niños prosperen en igualdad de oportunidades. 3. La sanidad: un buen sistema sanitario con garantías suficientes para ocuparse de los enfermos y los individuos que han nacido con peor salud.

Estas políticas, a las que seguramente añadiríamos otras, no solo son justas, sino también eficientes, pues evitan la pérdida de talento por falta de oportunidades.

Por la parte de los ingresos, se trata de diseñar un sistema tributario lo más eficiente posible y con la capacidad recaudatoria suficiente para financiar el sistema de bienestar deseado. Partiendo de que todos los impuestos distorsionan (pero unos más que otros) y de que el objetivo principal de los sistemas tributarios es recaudar de la forma menos distorsionadora posible (y no redistribuir), se trataría de identificar cuál debe ser la fiscalidad óptima. Entre otras medidas, el Informe Mirrlees recomienda utilizar los impuestos indirectos para mejorar la recaudación, utilizando la política de gasto para compensar a las familias más pobres. Además, si bien están en contra de la imposición sobre el patrimonio —pues se trata de ahorro acumulado que ya tributó en su momento—, sí recomiendan, por motivos de equidad, un impuesto de sucesiones. No parece razonable dejar sin gravar a una persona que hereda 800.000 euros y gravar a otra que ha ganado por su trabajo 25.000 euros anuales durante 32 años. Además, mejora la igualdad de oportunidades al reducir la ventaja de la que disfrutan algunas personas por el hecho de haber nacido en una familia acomodada.

Resulta imposible abstraernos de lo que somos y del lugar que ocupamos en la sociedad, pero, si fuéramos capaces de pensar con el velo de la ignorancia nuestro voto antes de tomar la decisión, probablemente nuestros políticos reducirían el grado de ideología de sus propuestas y sería más fácil encontrar acuerdos que mejorarían la vida de todos los ciudadanos, independientemente de la suerte que hayan tenido al nacer.

José Ignacio Conde-Ruiz es profesor de la Universidad Complutense e investigador en FEDEA.

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